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Para el recién ganador del Premio Nacional Magón, Rogelio López, la Universidad de Costa Rica (UCR) fue imprescindible en el desarrollo de su carrera en la danza, ya que le permitió ser artista, creador y le dio espacio para desarrollarse y alcanzar el mayor reconocimiento que otorga el Estado costarricense.
López, quien comparte el mencionado premio con el biólogo Rodrigo Gámez, conversó con UNIVERSIDAD sobre su trayectoria, sus aportes a la danza costarricense y sus planes para el futuro.
¿Cómo recibió la noticia?
.El ministro me llamó y me avisó, me reí y me conmoví muchísimo, al punto de que mis rodillas no podían tener un balance y un equilibrio adecuado.
¿Se lo esperaba?
-No, de verdad no. Y no porque no crea en lo que hago; es que uno se va acostumbrando a que las cosas son así. Yo tenía la idea de estar bastante desapegado, desde que salí de Danza Universitaria, del país mismo. Lo que sí es muy significativo es que es un Magón para la danza y eso es maravilloso. Es visibilizarla, darle más legitimidad.
¿Se siente merecedor del Magón y porqué?
-Sí, claro. Por todo lo que he construido. El Magón se dice que es para investigadores y yo lo soy. El Magón es gracias a la construcción de un método, una compañía y una estética de danza en la universidad, que se extendió durante más tres décadas.
Además de investigador, usted ha sido maestro, coreógrafo y bailarín. ¿Con cuál título se identifica más?
-Eso -como un buen menú- depende del lugar que ocupe en el momento que me lo estoy comiendo. Un buen menú hace una rica cena. A veces la entrada es el maestro, el plato fuerte es el coreógrafo y el postre es el bailarín; a veces es al revés.
¿Qué es para usted la danza?
-Es un vehículo para sentir que estoy vivo. Un vehículo expresivo, me vincula con la vida, con el impulso vital. Para mí bailar es un hecho cotidiano, no es un acto extraordinario. Bailo porque estoy vivo; el día que ya no lo haga, tenelo por seguro, que estaré muerto, no tengo ninguna duda. La danza me acompaña, me abraza, como me abraza ahorita el Magón.
¿Como empezó su vida en la danza?
-Es difícil explicarlo, sobre todo porque la danza tiene una construcción de que solo se logra si uno estudia una técnica determinada y yo no creo eso. Yo empecé en la danza como un niño que iba a ver bailar a sus padres. Por eso, bailar para mí no es técnica; yo sostengo que no hay técnica en el mundo que pueda hacer nacer la danza en una persona si esta no la tiene. Mi primera inspiración fue nacer frente al mar, allá en Puntarenas. Mi patio era el mar. Era convivir todos los días con una de las más intensas manifestaciones de la naturaleza, y es que el mar es la definición del movimiento.
¿Cuándo decidió dedicarse a la danza?
-En el colegio, como todo el mundo sabía que yo bailaba, unos compañeros me dijeron que hiciéramos una coreografía para una velada o algo así. Eso no se permitía, pero nos juntamos, convencimos a la orientadora y en algún acto presenté mi primera coreografía. Allí comenzó lo que definiría mi carrera, que es ser coreógrafo. Lo de maestro me tomó décadas.
Luego entré a la universidad y conseguí trabajo en el Hospital México; me dio por cantar y entré al coro de la U. Ahí, el director me invitó a hacer una danza con un coro independiente que el tenía. Luego, para una presentación del coro de la U en la misma universidad, me dijo que hiciéramos otra cosa. Entonces hicimos una danza en la que yo bailé. Al final del espectáculo se me acercó un individuo a felicitarme y me preguntó dónde había estudiado danza. ¡Yo ni sabía que la danza se estudiaba! Ese señor era William Zúñiga, del Conservatorio Castella, quien me invitó a recibir clases ahí; yo me quedé pensándolo. Seguí con la rutina que llevaba, y un día enloquecí, porque entre el trabajo y la U, nunca podía ir a bailar. Entonces me di cuenta que para estar bien, tenía que hacer lo que quería. Eso coincidió con la apertura de la Escuela de Danza Moderna, de la Dirección General de Artes y Letras.
¿Cómo enfrentó, la educación formal en danza?
-A mí se me ocurrió que en la Escuela de Danza Moderna iba a desahogar mis ansiedades, pero ahí me enfrenté con muchas dificultades, porque me parecía que la técnica formal inhibía lo que ya estaba en mí. Hasta una vez me dijeron que yo no podía bailar, porque no podía hacer técnica Graham; ¡esta era muy rígida y a mí se me movía todo! Pero eso era justo lo que necesitaba escuchar. Me picaron y seguí.
Tiempo después salió un anuncio en la prensa y es ahí donde aparece el gran detonante de mi carrera, Arnoldo Castillo. A ese señor, se le ocurrió llamar a autodidactas de diferentes áreas y crear lo que vendría a ser la sección universitaria del Conservatorio Castell, en conjunto con la Universidad Nacional. Allí, con Elsa Vallarino, que le fascinaban los tambores y esas cosas, descubrí que podía bailar sin dejar de ser yo.
Hablemos de Danzacor.
-Danzacor fue un grupo de atorrantes que decidimos que íbamos a bailar y hacer lo que hacíamos, después de la experiencia en el Conservatorio.
Con ese grupo empezamos a presentarnos y allí pasó algo que es muy importante: Carmen Naranjo abrió un taller en Limón y me invitó a dar clases. Así llegué donde la gente se mueve distinto y me quedé dos años, aprendiendo. Ellos dicen que yo enseñaba, pero la verdad es que ellos con sólo caminar me enseñaban.
Entonces surgió la hipótesis que más adelante confirmé: los costarricenses somos mestizos en el movimiento, nos construimos a partir de cuatro etapas: la prehispánica, la europea, la africana y por último, la china, que viene a dar el último sabor a esa olla de carne que somos, donde todo junto sabe rico.
De Limón volví a trabajar un espectáculo que tiene que ver con eso, Gente del Sol, donde tomamos en cuenta todo esto que le estoy contando. Ahí empezó la locura. Fui y hablé con la gente de Extensión Cultural para pedir que me prestaran el Teatro de Bellas Artes para presentarnos, y me dijeron que sí. Se organizó y se presentó la obra, llegaron a verla Carmen Cubero y la doctora María Eugenia Bozzoli.
¿Entonces es cuando surge Danza U?
-Sí, ellas ven la obra y me hablan de integrarme a la universidad y que el grupo fuera el grupo de danza de la UCR. No entendimos; era como si nos invitaran a ir a Marte. Pero aceptamos. Nuestra premisa fue la misma: insistir en construir una visión de mundo que tomara en cuenta el hecho de que este mestizaje tenía demasiadas posibilidades para que fueran desaprovechadas.
¿Cómo resume la experiencia en la compañía universitaria?
-No podría, realmente no podría explicar más de treinta años. Lo que puedo decir es que cada década permitió abrir puertas imposibles, cerrar puertas que había que cerrar y por otro lado, tuvo siempre una ventana abierta para que saliera y entrara lo que tenía que salir y entrar. Ahí desarrollé ese método que ponía primero a las personas y después a los “artistas”, y lo pude poner en práctica en Danza Abierta. Por Danza U tengo un agradecimiento inconmensurable.
Habiendo fundado la compañía ¿qué es para usted Danza U hoy?
-Me parece un grupo en transición. Las transiciones no son buenas ni malas. Es un grupo que está buscando qué hacer. He escuchado que quieren transformar Danza U y si lo que quieren es eso, tienen mi aplauso desde la distancia. Si tienen que podar ese árbol, que lo poden, pero que no lo corten, que lo dejen caerse de viejito si es el caso.
Yo salí de Danza Universitaria porque me di cuenta que eso de que “nunca se pone más oscuro que cuando va a amanecer” tenía sentido. Y ya era hora de que buscara un amanecer en otro lado. Eso me llevó a crear y construir Danza Abierta, que me permitió estabilizarme dentro de mí mismo.
¿Cómo define a Danza Abierta?
-Es el clavel en el ojal, el Magón o un abrazo no esperado, algo que te dice que la vida continúa. Me permitió poner en práctica un proyecto que se acerca a ese principio filosófico que yo había ido construyendo. ¿Qué le puedo decir? Volvió el mar que se me había perdido.
Con Danza Abierta paseamos, bailamos, comimos, nos reímos, vimos mucho cine, hicimos una película: Imágina, y hasta ganamos un premio. Además ganamos el Premio Nacional al Mejor Grupo y las dos veces que estuvimos en el festival de coreógrafos ganamos el premio del público. Pensé: “esto es demasiado maravilloso, son señales en el cielo, agarre y váyase”. Llegó el tiempo de decir gracias a la Universidad, que fue imprescindible incluso para que ganara este Magón. Me permitió ser artista, fue mi mecenas por más de treinta años.
¿Para dónde va Rogelio?
-Tengo proyectos en México y en Perú, y creo que como ser humano lo mejor que me puede pasar es tener proyectos; con ellos sigo construyendo eso de soñar realidades. Además tengo dos proyectos maravillosos; uno con un bailarín mexicano que vamos a estrenar en este semestre acá en Costa Rica, justo con un video de Roberto Peralta – uno de los directores de Imágina –; y luego un espectáculo con otros tres coreógrafos que vamos a dar nuestra visión de mundo a través y desde la novena sinfonía de Beethoven, con música en vivo, en México. Un sueño. Con eso, imagínese, tengo para varios años.
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