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Hace unos días, tuve la enorme suerte de conocer ese hermoso lugar, situado entre las montañas de la Cordillera de Tilarán, llamado Monteverde. Ahí tuve la oportunidad de visitar las Reservas de Bosque Nuboso de Monteverde y Santa Elena, dos invaluables refugios naturales para miles de especies de plantas y animales, muchas de ellas endémicas o en peligro de extinción. Un paisaje de enormes higuerones centenarios cubiertos de musgo, bromelias, heliconias, helechos, orquídeas, colibríes y aves exóticas es la mejor cura para desintoxicar a cualquiera de la contaminación y el estrés josefino.
Visitar Monteverde me hizo valorar la sabia decisión que tomaron los cuáqueros, los primeros colonizadores de esta región, de preservar el bosque nuboso en lugar de explotarlo comercialmente. Recordemos que ellos emigraron a Costa Rica desde EE.UU porque sus creencias pacifistas les impedían participar en la Guerra de Corea, una de las tantas guerras injustas en las que se ha involucrado su nación.
Además, la admiración que experimenté ante la belleza natural de este lugar me hizo recordar las ideas de un pensador del siglo XVII, con el que no solo me unen un apellido y quizás un antepasado en común, el filósofo Baruch de Spinoza.
Descendiente de judíos de origen sefardí, quienes fueron perseguidos por la Inquisición y expulsados primero de España y después de Portugal, desde muy joven Spinoza defendió ideas que todavía en su época eran consideradas por muchos como inaceptables. Entre otras cosas, Spinoza cuestionaba la creencia judeo-cristiana en la existencia de un Dios creador que nos premia o nos castiga por nuestros actos.
Para Spinoza, la imagen de un Dios de forma humana no solo era absurda, sino infantil. Por el contrario, él consideraba que Dios y la Naturaleza eran una y la misma cosa y que el conocimiento de la Naturaleza y de nosotros mismos, por medio de la razón o de lo que él llamaba el “Amor Intelectual de Dios”, era la única vía que nos permitía conocer la sustancia divina.
En una Europa que recién salía del oscurantismo medieval, afirmar esto inevitablemente tenía un costo elevado. A pesar del ambiente relativamente liberal de su Holanda natal, Spinoza fue excomulgado y condenado al ostracismo en su comunidad por sus ideas panteístas.
Pienso que es en lugares rebosantes de vida como Monteverde, donde podemos entender mejor las ideas de Spinoza y hasta experimentar sentimientos similares a lo que el escritor Romain Rolland llamaba “sentimiento oceánico” en una famosa carta a Freud que el sabio vienés cita en una de sus obras, es decir, una especie de sentimiento de unidad cósmica con el todo.
Por eso, cada vez me doy más cuenta de que no es necesario pertenecer a ninguna denominación religiosa ni creer ciegamente en ningún dogma para apreciar toda la enorme belleza existente en el mundo. Basta con abrir los ojos y observar las maravillas que hay a nuestro alrededor…
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