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¿Qué queremos?

Felicidad. Somos un pueblo depredador, una parte de la cultura humana planetaria en ascenso de conceptos y prácticas que se suponen cada vez más avanzadas; la civilización de la felicidad, ese país queremos. Un lugar donde los símbolos nacionales tengan sentido profundo y se practique la civilidad y la equidad en todos los ámbitos del hacer humano. Un lugar donde tengamos armonía con la naturaleza y la hagamos nuestra socia ganadora y benefactora. No solo la Madre Tierra que sangramos y explotamos sin misericordia, sino el espacio donde nos reproducimos y le damos continuidad a la especie humana, en conjunto con los demás seres vivos que nos acompañan en esta aventura de vivir. Un lugar donde tenga sentido la frase de nuestro inmortal y universal poeta Jorge Debravo, “con arrojarnos al amor nos basta”. Ese país idílico quisiéramos, ese planeta del paraíso donde no hay morbo ni el tiempo es un antro para el vicio y la cultura de la muerte.

Felicidad. Somos un pueblo depredador, una parte de la cultura humana planetaria en ascenso de conceptos y prácticas que se suponen cada vez más avanzadas; la civilización de la felicidad, ese país queremos. Un lugar donde los símbolos nacionales tengan sentido profundo y se practique la civilidad y la equidad en todos los ámbitos del hacer humano. Un lugar donde tengamos armonía con la naturaleza y la hagamos nuestra socia ganadora y benefactora. No solo la Madre Tierra que sangramos y explotamos sin misericordia, sino el espacio donde nos reproducimos y le damos continuidad a la especie humana, en conjunto con los demás seres vivos que nos acompañan en esta aventura de vivir. Un lugar donde tenga sentido la frase de nuestro inmortal y universal poeta Jorge Debravo, “con arrojarnos al amor nos basta”. Ese país idílico quisiéramos, ese planeta del paraíso donde no hay morbo ni el tiempo es un antro para el vicio y la cultura de la muerte.
Fuera de lugar. Una utopía más en nuestra época sangrienta de odios y mafias de poder, agendas en blanco con el nombre de quien será desaparecido por estorbar los negocios sucios y las cuentas bancarias diversificadas en bancos igualmente putrefactos, locales, y como los de Suiza, donde se protege legalmente la fortuna de todos los maleantes del mundo, incluidos los empresarios, ladrones y delincuentes de cuello blanco de Costa Rica.
 
Si nuestra gente, pobres y ricos, profesionales y empíricos, arrimados y trabajadores sin oficio, siguen el sendero de la corrupción, las mafias selectivas locales crecen como los hongos en el pan; crimen organizado con carita de inocencia ciudadana y respeto al derecho de los demás, mientras sus puñales envenenados se clavan en el corazón mismo de la célula social que son las familias, las garras de sus tentáculos en las instituciones públicas y la empresa privada, ofertas de ilícitos, protegidos por leyes y gendarmes de lo oscuro para quienes sus negocios son la única razón de ser. Lo demás es punto muerto de otra sociedad, la de los otros que no pueden salirse con la suya y se convierten en sus esclavos.
Modelo a seguir. Triunfar en la vida, prepararse para estafar, robar, mentir, lucrar, aprovecharse del otro, pagar a los adefesios que se dedican a la industria del litigio con mentiras apañadas con la más indecente farsa de búsqueda de la verdad en los tribunales de justicia, cuáles, los de las altas esferas al servicio de los ricos y las altas pensiones de jueces magistrados garantizadas.
No todo está perdido, hasta que las personas se dejan llevar por necesidades fastuosas y arrogancia de modas, cuentas aumentadas que pagar, fiestas tipo Palmares de Costa Rica, lugar de vicio y lupanar encubierto, orgía de negocios engalanados por licor panameño, mariachis mexicanos, cantantes extranjeros, drogas colombianas, nicas tránsfugas, coctel de disvalores fresquitos, servidos como ponches a gusto del cliente, total, el que paga manda; todos consagrados al culto del momento, que siempre es el placer de lo fugaz, la borrachera, la tanda y la cogida a la orilla de la calle, la fiesta de la bestia humana que solo piensa en lo bueno que es no pensar, no preocuparse de nada, sino ocuparse del despilfarro y el escándalo, la suciedad y la falsa moral del municipio respectivo. Porque lo que no se ve, la corriente subterránea de la mueca de soledades y transacciones espúreas, es la que tiene el verdadero rostro del desmadre, la muerte del espíritu humano.
De manteles largos. Botar, derroche, endeudarse, vivir de préstamos y abortos juveniles, adolescentes desorientados por esa furia de rabias y hacer lo que venga en gana, ocuparse de qué, sino disfrutar de la moda, la fiesta, el viaje, los excesos, la hora de las desvírgenes y los papitos ricos, que aquí siempre ocurre lo mismo, es el país de la orgía, el alegre tico, el más feliz del mundo.
Realidades. El país más endeudado por tarjetas de crédito, el del déficit fiscal más alto, el que vive de préstamos, el que no asume responsabilidades, el que pide adelantos de sueldo que no se ha ganado, el de las incapacidades ficticias y venta de servicios encubiertos que aquí nadie ve nada.
El que gasta más de lo que gana, la persona, la familia y el país, están perdidos, al azar y a merced del mafioso banquero nacional, internacional y transnacional, empresas y gobiernos extranjeros, prestamistas y usureros de toda calaña.
¿De qué nos quejamos? De que el dinero no alcanza. Lo que no alcanza es el cerebro fruncido de tanta droga que consumimos a diario.

  • Miguel Rojas (Catedrático)
  • Opinión
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