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Memoria, derechos humanos y sociedad

El historiador Iván Molina Jiménez publicó en los días finales de diciembre un texto denominado “Militantes de la memoria” (La Nación, 27-12-2011). Su lectura me ha motivado algunas críticas que expongo a continuación sobre el papel de la memoria en el escenario social.

El historiador Iván Molina Jiménez publicó en los días finales de diciembre un texto denominado “Militantes de la memoria” (La Nación, 27-12-2011). Su lectura me ha motivado algunas críticas que expongo a continuación sobre el papel de la memoria en el escenario social.
Punto de partida sobre la memoria. Históricamente los colectivos de nuestra especie se amalgaman alrededor de una selección de recuerdos y olvidos –como diría Todorov-, que constituye el pilar de la identificación. Por ello seleccionar recuerdos y olvidos no es una acción antojadiza u optativa, tampoco meramente racional. Esta capacidad general para recordar provoca constantemente disputas acerca de lo recordado. Es evidente que los recuerdos no son homogéneos, y además, están cruzados por una trama de relaciones de poder donde las instancias institucionalizadas (como las academias universitarias o los Ministerios de Educación) reclaman a otros actores por salirse de interpretaciones oficiales o políticamente correctas o académicas.
Desde este punto de partida el fenómeno social que el profesor Molina llama “militancia de la memoria”, es apenas uno entre una compleja red de poderes en el ejercicio de la memoria, y además, no es equiparable con el fenómeno costarricense de la evocación de los años 40 y el liberalismo decimonónico. Si uno se guía por la descripción de Molina, la “militancia de la memoria” –categoría que extrae de la reflexión de Henry Rousso- ha sido desarrollada para entender a los grupos pro Derechos Humanos (DDHH) que han planteado un recuerdo crítico del totalitarismo vivido en América Latina, ejemplos de estos grupos son Abuelas de Plaza de Mayo en Argentina, el Museo de la Palabra y la Imagen en El Salvador o a la organización H.I.J.O.S. en Guatemala. Estos colectivos se han centrado en hacer un ejercicio de memoria contrapuesto al que quiso imponer en su momento el terrorismo de estado. A través del recuerdo de sus seres queridos (desaparecidos, torturados, violentados) se han esforzado porque se lleve a juicio a los planificadores y ejecutores de los crímenes de lesa humanidad que se promovieron en los regímenes de dictatoriales. Creo que existe una diferencia importante entre estos grupos fundados por una corriente política secular, humanista; y las evocaciones del “labriego sencillo” o de los años 40 que son apenas ecos de la memoria de una estructura de dominación patriarcal (hasta hoy no conozco ninguna organización costarricense que exprese que los crímenes de la guerra del 48 fueron violaciones a los DDHH).
Por otra parte, es importante decir que los movimientos pro DDHH están organizados por razones que van más allá de la investigación académica. A muchos de estos militantes el Estado les desapareció hijos, tíos, hermanos, padres, madres en tétricos salones de tortura. Quienes trabajamos profesionalmente en disciplinas históricas, como la antropología o la historia deberíamos ser capaces de acercarnos a esta dolorosa motivación inicial para entender que su reclamo de memoria no se propone –en palabras del profesor Molina- “combatir la historia como disciplina académica”; sino lograr reivindicaciones concretas sobre sus realidades sociales. Si este ejercicio político de la memoria reta las nociones de la historia académica, debería ser tomado como un elemento analítico que proviene de otro actor que recuerda de manera legítima y no descalificado con la antojadiza categoría de “populismo cognoscitivo”.

  • Mario Zúñiga Núñez (Profesor)
  • Opinión
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