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Durante el período de transición entre años, circularon en Internet tres cartas de Boaventura de Souza Santos dirigidas a las izquierdas europeas y que algunos creyeron podían ser útiles en América Latina. Poco probable. De Souza es portugués y sus cartas se empeñan en “defender” a Portugal (¿existirá pues?) en esta fase de vacas esqueléticas para la fuerza de trabajo por la que atraviesa la Unión Europea y que golpea fiera, cuándo no, a las áreas geográficas y sectores sociales más vulnerables de esa asociación económica y política. Sin embargo, las cartas permiten recordar la obligación de pensar, aunque sea un mínimo, a las izquierdas situadas, es decir a las que buscan incidir en las realidades en las que se insertan.
Habría que decir entonces algo sobre “las izquierdas” en Costa Rica. La forma plural ‘las’ izquierdas no es gratuita. Permite diferenciar (y quizá articular) izquierdas parlamentarias, de las sociales y, donde existen, de las político-militares. Son distintas y el abstracto ‘la’ izquierda no le hace justicia a ninguna. Aquí nos centramos en la izquierda parlamentaria. En Costa Rica esta izquierda es flaca. Su respaldo electoral le permite elegir un diputado. La penuria cuantitativa de esta izquierda lleva, con variaciones, ya más de medio siglo y podría considerarse sistémica, lo que no quiere decir que la situación sea irremediable.
No es posible hablar de las izquierdas en situación sin referirse a su entorno (salen de él y se dirigen a él, al menos en el concepto). Costa Rica es culturalmente conservadora/indiferente. El segundo término dice que mientras no se tocan intereses particulares de grupos hegemónicos (propiedad, dinero, prestigio) el país (la ciudadanía no existe; se dan, rara avis, eso sí, algunos ciudadanos) resulta tolerante. Por eso puede haber izquierdas parlamentarias. Sindicatos y gremios en cambio encienden rápido luces de alarma, no importa cuál sea su conformación y actuación. Mejor no existieran. “El buen trabajador se defiende solo”. Además, los trabajadores tienen aquí la opción solidarista.
La caquexia electoral de las izquierdas parlamentarias locales proviene de su derrota en la guerra civil del 48 y del posterior Estado omnipresente y clientelar que no le facilitó recuperar fuerza social y tampoco las excitó, por desgracia, a pensarse de otra forma. Hoy pocos recuerdan la guerra y el Estado omnipresente se cae a pedazos mientras la oligarquía tradicional (nunca aplastada) y la neoligarquía (donde se ubican, con diferente tamaño, los Junior, los Arias y los Chinchilla) procuran, sin ideas ni ánimo, aplicarle alguna pinturita de labios para hacerlo ver sexy. El pudrimiento del Estado refuerza apetitos locales y transnacionales. La mundialización en curso traga todo: nación, pueblo (quiere decir aquí “costumbres”). Se esfuma Costa Rica.
Pero este artículo es sobre las izquierdas. Las parlamentarias tienen la obligación de negociar permanentemente el carácter del poder. El ejercicio del poder, en las sociedades modernas, tiende a discriminaciones sistémicas que lesionan el principio universal, también oferta moderna, de agencia humana. Lo hace contra la fuerza de trabajo, contra el “sexo débil”, contra las etnias “atrasadas”, etc. No se trata de una cuestión igualitaria, sino de discriminación. Para las izquierdas discutir y negociar el carácter del poder pasa inevitablemente por denunciar su carácter e instituciones y, al mismo tiempo, por hacer de esta denuncia un componente central o al menos significativo de la sensibilidad política (cultura) de la ciudadanía (para la izquierda es central que exista ciudadanía) y de diversos sectores sociales. Si avanzan en estos frentes, la disputa electoral adquiere otro peso/color. Deja de ser única y central. Un país podría moverse hacia la izquierda sin necesidad de que ésta gobierne.
Las izquierdas locales andan en otra cosa. Privilegian la Asamblea Legislativa y hacen allí propuestas “progresivas”. No se trata de una desviación en sí misma letal. Pero, en ausencia de trabajo político-cultural, termina siendo un esfuerzo desgastador y vano. Como igualmente puede resultar agotador y vano el deseo de restituir al ‘pueblo/nación’ de Portugal lo que la Unión Europea, un aparato del gran capital, quizá le “arrebató”.
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