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Dies Irae

Día pues de la ira de Dios, que según el texto medieval, ha de manifestarse en el Fin del Mundo. Talvez en este año de 2012, en que son tantos los rumores del fin del mundo, podemos meditar sobre ese Día del Juicio. Los justos serán separados de quienes no lo son y tendrán su merecido.

Día pues de la ira de Dios, que según el texto medieval, ha de manifestarse en el Fin del Mundo. Talvez en este año de 2012, en que son tantos los rumores del fin del mundo, podemos meditar sobre ese Día del Juicio. Los justos serán separados de quienes no lo son y tendrán su merecido.
Todo hecho de cambio total humano tiene algo de ese Dies Irae. Todo enjuiciamiento de un proceso social anterior, contiene algo de ese momento de terrible eliminación de los errores del pasado y celebración de un nuevo y mejor mundo. El mismo arrepentimiento sincero tiene elementos de un cambio de vida total. Todo proceso de creación novedosa contiene elementos de la destrucción de un estado anterior. Por cierto, también tiene elementos de la destrucción de un estado no creativo de naturaleza previa y/o actual. Lo creativo va mano en mano con lo destructivo. No podemos hablar de un proceso redentivo del tugurio, sin enjuiciar a quienes no permiten que  el hombre viva con dignidad. Por ende lo revolucionario, así  como lo creativo, debe destruir lo tenebroso de estados previos basados en la explotación.
La libertad como hecho de una vida en proceso de escogencia de lo mejor posible, no puede ser considerada como idéntica a la apertura que permite el escoger de entre múltiples monopolios empresariales y sus consecuentes productos. La idea de todo esto sería que la libertad pertenece a lo etérico en el hombre, mas también apunta al sustento material. La libertad es consecuencia de la conciencia humana. No es lo mismo que el derecho a escoger entre cuatro distintas marcas de zapatos. Eso es potencial de consumo. ¡No es libertad! El Himno Eucarístico del Misal Romano, así lo parece indicar, pues habla del fruto de la vida, como consecuencia del trabajo de las manos y del sudor de la frente. Libertad pues, como la ignición a crear una obra de vida que mejore los destinos planetarios y deje al hombre en un estado más avanzado de cómo lo encontró. Libertad como lo que eleva y no como lo que degrada.
De la misma manera el cristianismo no puede ser idéntico con el capitalismo, si a la conciencia cristiana le toca regular por moral al desempeño del capitalismo. El cristiano tiene que tener esa libertad crítica. Si se quiere esa libertad revolucionaria. Por eso es que la persona religiosa debe luchar contra la personalidad neurótica de estos tiempos. La neurosis siempre empantana las energías psíquicas y con ello hace que el humano se convierta en más rígido, en más estereotipado. Con menos alternativas de vida y conducta. De alma y de corazón. La terrible pobreza de nuestros tiempos yace en dicha neurosis epidémica. ¡El terrible crimen yace en la proliferación de los tugurios!
Ganar pues con fines de derrotar, conlleva el problema de carencia de humanidad. Esas energías neuróticas que buscan aniquilar un oponente, no son las que desarrollan el hecho planetario de un ágape universal, ni al hecho individual de una obra de vida, como himno al potencial humano de mejorar. Mejorar es llevar la libertad hacia la altura. Dios es nada más que nosotros que vivimos en esa altura. Mas Dios es también parte del diálogo entre hombre y Creador. Es un hecho de la revelación de lo sacro. Un hecho histórico y a su vez trascendental de esa historia. Un hecho de lo mítico y mágico del hombre como tal, que desde sus cuevas se proyecta  a un ahora inmanente. Esta narración humana es la leyenda e himno de nuestra civilización planetaria. En sus sociedades modernas se ha de encontrar las semillas mismas de los primeros himnos al Creador y al devenir. ¡La altura de los primeros hombres!
Creo que el hecho revolucionario no es más que el devolverle al hombre su dignidad cultural y su civilización histórica. De hecho se trata de formular un nuevo himno que los cristianos debemos reconocer y que se remonta a las primeras manadas de nuestra raza. Un himno que proclama que el hombre no meramente es igual, sino que se puede superar cada vez más con las ayudas que se le brindan. Cuando estas ayudas no están presentes, el proceso planetario sufre y la raza incurre en explotación contra la raza. Entonces sí nos acercamos a un Dies Irae o Día de la Santa Cólera. Un día en que nuestros himnos mismos nos han de juzgar, por haberle impedido al hermano su digna evolución.
No se puede infligir sufrimiento sin que se sufra a la vez la ausencia de la felicidad en el ambiente interpersonal y transpersonal. Si  hay algo allende un mero estado de la cosificación, ese algo es donde yacen los himnos de la humanidad. Sus narraciones de héroes, dioses/diosas y sabios magos. Como científico creo que hay que cosificar para curar, pero se debe evitar la muerte del hombre a través de la excesiva cosificación. La tecnología nos debe brindar un camino a nosotros mismos y no un derrumbe de las carreteras que llevan al Yo. El mito humano vuelve a imponerse repleto de danzas y cánticos que nos remontan a nuestros primeros ancestros. Quizás sin mito puede haber un humano, más no una civilización planetaria. Si la ciencia y la tecnología carecen del mito llegarían a mentir, al hablar de una mejor calidad humana. Mas acompañadas de la narración, la leyenda y el mito, vuelven a convertirse en aquello que tiene su lugar adecuado en el cosmos de la evolución.

  • Carlos Ml. Quirce Balma (Catedrático)
  • Opinión
Capitalism
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