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“Dilei, mae, o sea”

Que durante un corto viaje en bus urbano por Alajuela, camino a la UNED, una mañana tropezara con gran desbarajuste idiomático en boca de dos señoritas con muy buena apariencia física, quienes hablaban sobre moda y mercado empleando interjecciones entre frases y oraciones, como “mae”, “o sea” o “dilei”, no me causó más que tristeza, pues –aduje- es la jerigonza que resulta de la crisis comunicativa que sufre nuestra sociedad producto de muchos factores, cuya punta de lanza es la educación.

Que durante un corto viaje en bus urbano por Alajuela, camino a la UNED, una mañana tropezara con gran desbarajuste idiomático en boca de dos señoritas con muy buena apariencia física, quienes hablaban sobre moda y mercado empleando interjecciones entre frases y oraciones, como “mae”, “o sea” o “dilei”, no me causó más que tristeza, pues –aduje- es la jerigonza que resulta de la crisis comunicativa que sufre nuestra sociedad producto de muchos factores, cuya punta de lanza es la educación.
De las tres desfiguras del lenguaje, “dilei” (del vocablo inglés “delay”, que significa retraso o demora) se nos presenta como novedad que aporta al proceso de descomposición del Castellano (con mayúscula). “O sea” alcanzaba el estatus de muletilla en el léxico de las jóvenes.
Que los precios de asistencia a conferencias y seminarios de la alta academia mercantil, a conciertos, cenas y fiestas de coronación equina, y el costo de propiedades, de viajes en avión y de productos tecnológicos se nos ofrezcan en dólares, no es más que el reflejo monetario de la neocolonización imperialista que nos impone el capitalismo mundial. Al comprar en Costa Rica, los gringos ya no tienen que convertir los valores de su moneda a los del colón; somos los ticos quienes debemos realizar dicha operación todos los días, aunque sea por deporte mental. Si no volteamos la tortilla de la debacle neoliberal, en las últimas pulperías pronto nos encontraremos con el rótulo: “No se asectan colones”.
Que en el país del corrongo decir no sólo el eufemismo sea receta de la abuela, sino que es de buen gusto expresar algún concepto a través de su contrario, como pedir regalado lo que estás comprando; o peor aún, -y aquí diremos más-, pedir disculpas ofreciéndolas, no obstante la claridad con que diferencia ambos verbos (pedir / ofrecer) el diccionario de la realmente permisiva Academia de la Lengua Española. “Ofrecer” es la antesala conceptual de dar, entregar, facilitar o conceder. “Pedir” es solicitar, rogar, demandar, etc. Desde la lógica semántica, si ofendo o causo molestia a alguien y me arrepiento y considero pertinente el desagravio, entonces constriño el perfil moral y me dispongo al ruego o solicitud de perdón; mientras el ofendido sabrá si me acepta o no la instancia y, si quisiera, aunque no se usa en el argot común, podría ofrecerme disculpas. Lo que sí se usa es conceder perdón o disculpas, acto que trasciende su antesala, es decir, el ofrecer. Cuando en Radio Universidad se ha interrumpido la señal por causas técnicas de la emisora, y al restituirse la comunicación me “ofrecen disculpas…”, vuelvo la mirada a la cámara y quedo sin entender.
Pero que en brillante artículo escrito en el Semanario No. 1932 por la Doctora Gabriela Chavarría, catedrática de la UCR, por no sé qué motivación filosófica, política o lingüística la académica repitiera, a renglón seguido, el término “Alma Máter”, antecedido por el artículo “la”, me dejó perplejo. Imaginemos la “armoniosidad” de nuestro idioma cuando a cualquiera se le ocurra, sin ningún análisis morfosintáctico, fonoléxico o histórico, decir y escribir: “la agua”, “la hacha” o “la hambre”; o que decidan quitar los dos géneros al (a la) mar. ¿Cómo harían los poetas para expresar el amor por la mar o para describir la belleza del mar? ¿O cómo relataría el escritor romántico la diferencia de hechos en  que el príncipe de su novela “un día nublado, despechado, tomó su barca y se lanzó a la mar…” y “mas su destino incierto le arrastró a morir ahogado en el mar”?
Entonces, doña Gabriela, valiéndose todo en el uso del idioma, tendríamos que aceptar, sin reparo, que los intelectuales de corbatín desdeñen las voces castizas por extranjerismos y en sus discursos digan “web” en vez de red, y en sus textos escriban “web” y, entre paréntesis, red. Además, la Academia podría eliminar toda regla idiomática que incomode a la red: las excepciones, la eñe, las figuras líricas, las palabras de domingo, las curiosidades léxicas o de pronunciación, la hache que no se pronuncia y que el mercado regule la lengua. En tal caso, opino yo, cerraríamos cualquier chinamo que huela a cultura (no así el de fin de año en Zapote) y saltaríamos al vacío de la iniquidad.

  • Tito Méndez (Profesor)
  • Opinión
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