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El 25 de marzo de 1911 murieron 146 mujeres, y 71 resultaron heridas en una fábrica de camisetas en New York, por un voraz incendio, cuyo origen aún se desconoce. Tan lamentable hecho ocurrió apenas unos días después de la primera celebración que se hizo del Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Esa celebración fue producto de la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, cuyo principal objetivo era promover la igualdad de derechos, incluso el sufragio. Le llevó al mundo entero 66 años para conmemorar este día, cuando la ONU lo proclamó en diciembre de 1977.
Este día no es un día romántico, y para muchas mujeres no es un feliz día, más bien es un día para reflexionar el papel que seguimos teniendo, tanto hombres como mujeres, para crear una sociedad más justa, más equitativa, menos violenta y menos discriminatoria.
La pobreza sigue teniendo cara de mujer. En pleno siglo XXI no ha podido superarse la pobreza, ni va a ocurrir bajo el sistema actual al que la mayoría de las personas suelen someterse sin criticidad, pues para que en un polo social haya una excesiva acumulación de riqueza, en otro polo habrá una inhumana pobreza extrema. Del total de personas en pobreza extrema que hay en el mundo, tres cuartas partes son mujeres.
La violencia sigue siendo silenciada o justificada, y los hombres nos hemos quedado de brazos cruzados, al no poner en entredicho la forma en que ha sido construida la masculinidad machista hegemónica, a la que se nos ha sometido, y que de poco nos ha servido. Ni hombres ni mujeres se desarrollan íntegramente con un orden sexual forzado, pero no puede negarse que las mujeres tienen la peor posición, la de la muerte.
Siempre habrá algún sector dispuesto para hacer retroceder las conquistas alcanzadas, y plantear propuestas estructurales para lograrlo, que se traducen en lineamientos políticos, jurídicos y económicos en detrimento de la justicia y de la equidad.
En la reciente crisis económica, las primeras personas en perder su empleo así como la mayoría de empleos perdidos han sido de mujeres. Esta crisis se convirtió en una oportunidad para los grupos más conservadores de posicionarse con su retórica, abogando por el regreso de la mujer a las tareas domésticas, por la defensa de la familia, cuyo metalenguaje deja entrever una defensa a los roles tradicionales, estereotipados y discriminatorios, que se creían superados.
El Tea Party pretende que la mujer se quede en el hogar y el hombre mantenga su rol de proveedor. Hace 12 años, en la Cumbre del Milenio de Naciones Unidas, Joseph Ratzinger priorizaba la maternidad y la familia sobre la autorrealización de las mujeres. Precisamente el trabajo doméstico ha sido el más invisibilizado, cuando es el que nos permite seguir existiendo. La división de la economía por sexos, no toma en cuenta la economía doméstica, porque se tiene la errónea idea de que hay un orden natural que pone a la mujer a cargo del hogar, a cargo de un marido, a cargo de unos hijos, a cargo de una familia.
Otro retroceso pasa por el cuerpo de la mujer, que no deja de ser un innecesario objeto de debate, donde credos religiosos, legislaciones y hasta investigaciones científicas intentan conceptualizarlo, normativizarlo y someterlo, sin tomar en cuenta el parecer de las mujeres. En pleno siglo XXI los candidatos republicanos del centro del mundo cuestionan la opción de la mujer por la anticoncepción vía oral (píldoras), lo cual también se creía más que superado. Nuestra realidad no dista de ello, pues la legislación costarricense continúa castigando la opción de las mujeres por la maternidad, aún con la demanda establecida ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
El Día Internacional de la Mujer no debe dejar de ser un llamado a la emancipación, porque los derechos humanos están siendo duramente golpeados, y el primer paso para defender los derechos humanos es defender los derechos de las mujeres. Sólo así habrá opción por la persona concreta, libre de los lugares comunes estructurados en el discurso formal, no por la persona metafísica que no existe, ni la familia imaginaria ideal que tampoco existe.
Cuando la sociedad sea justa, equitativa, no violenta ni discriminatoria, entonces se podrá decir ¡Feliz Día Internacional de la Mujer!
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