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Acerca de la importancia de reír mientras se piensa

A Alexander y Jorge Jiménez,

A Alexander y Jorge Jiménez,
quienes me han enseñado tanto a pensar como a reír.
En la introducción a El chiste y su relación con lo inconsciente, James Strachey, encargado de traducir, establecer y comentar las obras completas de Freud, señala lo siguiente: “es inevitable que con [nuestro] método [de traducción] se pierda el efecto del chiste; pero ha de recordarse que [en caso contrario] quedaría por fuera una porción (y a veces la más interesante) de las argumentaciones de Freud; y es de presumir que al lector le importan más estas argumentaciones que una momentánea diversión” (Freud, 2006, 6-7).  Presunción, cuando menos, extraña: de inmediato podríamos impugnarle a Strachey que ningún lector se acerca a un texto sobre el chiste si no le interesan las diversiones momentáneas.  Pero por otro lado, un punto de partida anterior resulta más curioso aún: Strachey supone que las argumentaciones freudianas pueden separarse de la risa que las provoca. A contrapelo de ese espíritu adusto del traductor, sin embargo, Freud ríe a menudo a lo largo del libro, y nosotros con él.
Pero esta no es la única vez que la risa ha provocado un libro. En la introducción a +Las palabras y las cosas Foucault nos confiesa que su “libro nació de un texto de Borges. De la risa que sacude, al leerlo, todo lo familiar al pensamiento” (2010, 9). En ambos casos, el de +Las palabras y las cosas y el de El chiste y su relación con lo inconsciente, se presenta una relación tensa, tirante, entre la risa y el pensamiento. ¿No será posible acaso ver en esta tensión una relación potencialmente productiva? ¿No constituye la risa, en tanto experiencia, una base posible de la reflexión?
Volvamos momentáneamente a Freud. En El chiste y su relación con lo inconsciente Freud intenta dar cuenta del rol de la risa en la vida psíquica.  Sin embargo, en la obra es la propia risa la que impulsa la reflexión, y al mismo tiempo lo que funciona como su soporte. El riesgo de su empresa estriba, pues, en que al buscar elaborar una psicogénesis del chiste, se pone en riesgo el placer que experimentamos al reír. De hecho, para Freud la risa, al menos la provocada por el chiste, surge del placer que obtenemos a partir del ahorro que este nos provee. No obstante, para él la risa también es alusión, desvío. De ahí que podríamos concluir con Freud que al reír estamos accediendo a algo a lo que previamente a la risa no teníamos acceso. No reímos porque alcanzamos a entrever, sino que entrevemos riendo.  Para Freud esa risa viene dada a partir del placer que nos proporciona el chiste, pero ¿no da cuenta toda risa de un desplazamiento que hacemos en relación con aquello que nos hace reír? La risa, entendida así, daría cuenta de una apertura nuestra en relación con algo del mundo que nos hace sentir interpelados. En síntesis: para Freud la risa constituye una experiencia en la que tiene lugar un desplazamiento.
Ahora bien, la pregunta es si la explicación freudiana no arruina esa experiencia. Freud admite que lo constitutivo del chiste es el desplazamiento que involucra.  Su objetivo, sin embargo, es justamente explicarnos su porqué. Al ubicar la risa en el inconsciente y al asociarla con el placer, Freud nos invita a seguir riendo, pero al formalizar la técnica del chiste nos conduce a recorrer ese camino que nos había hecho reír en un principio de una forma distinta y, sin duda, menos divertida.  Se trata de una de las formulaciones posibles de una paradoja que se le ha señalado en reiteradas ocasiones al psicoanálisis: reconoce la existencia del inconsciente (el chiste nos hace reír en virtud de que impacta de una cierta manera el inconsciente), pero al mismo tiempo sobrevalora el papel de la consciencia en una vida psicológicamente sana (en otras palabras, cae en la tentación, aunque no siempre y no siempre del mismo modo, de patologizar el inconsciente; en relación con el chiste esta sobrevaloración de la consciencia es clara al considerar Freud necesario explicar la risa que nos provoca ).  De este modo, cabría preguntar, parafraseando a Laura Mulvey, si analizar la risa no la destruye.  En todo caso, Freud no se entrega por completo a ese impulso de abolir la risa que ha dado origen a su texto: su libro está escrito, como era su costumbre, desde un pliegue.
En Foucault, en cambio, la relación entre la experiencia de reír y el acto de pensar es enteramente distinta.  Fundamentalmente porque para Foucault el pensamiento en sí mismo es un desplazamiento. La escritura filosófica es un camino que se recorre como un modo de extraviarse, como  una estrategia para convertirse en alguien distinto de quien se es (Foucault, 2008, 142).  De ahí que lo que resulta de la risa foucaultiana sea tan distinto de lo que resulta de la risa freudiana.  Judith Butler señala que la risa –la risa foucaultiana en particular– tiene una función en la teoría: desplazar un sentido instituido.  Butler hace un recuento de algunas de las risas foucaultianas:
En la única entrevista que Foucault concedió para hablar de la homosexualidad, James O´Higgins, el entrevistador, dice que “en los círculos de intelectuales de Estados Unidos, sobre todo entre las feministas radicales, se tiende cada vez más a diferenciar entre homosexualidad masculina y femenina”; esta postura –según O´Higgins–implica que ocurren cosas físicas muy diferentes en los dos tipos de encuentros y que las lesbianas tienden a decantarse por la monogamia mientras que, por lo general, no ocurre lo mismo entre los hombres gay. Foucault responde con risas –pues entre corchetes aparece “[Risas]”–, y afirma: “lo único que puedo hacer es reírme”. Hay que recordar que la risa también surgió al leer a Borges [, continúa Butler, refiriéndose al pasaje ya mencionado de Las palabras y las cosas]. Pero también está la “risa desbordante” de Pierre Rivière, cuyo acto de asesinar a (…)  la familia, parece negar bastante literalmente las categorías de parentesco y, por extensión, de sexo. (…) Así pues, Foucault parece reír precisamente porque la pregunta instituye la misma relación (…) que él intenta desplazar (2007, pp. 210-211).
Un dato anecdótico pero no por ello menor: se afirma que Foucault tenía una risa estruendosa y altisonante que solía desconcertar a sus interlocutores.  Si partimos de la experiencia como un suceso desorientador, pero al mismo tiempo productivo, no cabe duda de que la risa tiene un papel determinante para el pensamiento tal y como Foucault la concibe.  Así ocurre, y de manera paradigmática, en Las palabras y las cosas. ¿Qué resulta en esa obra de la risa inducida por Borges? En ella, Foucault pretende “sacar a la luz (…) la episteme en la que los conocimientos, considerados fuera de cualquier criterio que se refiera a su valor racional o a sus formas objetivas, hunden su positividad” (2010, 15).  Específicamente en relación con la biología, la filología y la economía, Foucault (no sin recordar a Kant) pretende mostrar que los conocimientos se gestan a partir de un campo epistemológico que los posibilita, pero que sin embargo es ocultado.  En una palabra: los saberes modernos se despliegan ocultando sus propias condiciones de posibilidad, y se muestran a sí mismos como conocimientos que avanzan hacia su progresivo perfeccionamiento. Dentro de este proyecto crítico con unos objetivos tan serios la risa pareciera quedar obliterada.  Al fin y al cabo si, como señalaba anteriormente, Freud reacciona a su risa tratando de explicarla: ¿no podríamos decir otro tanto de la risa foucaultiana?  Me parece que no. Foucault no intenta abrirse paso por en medio del espesor sobre el cual se levanta el campo epistémico de lo cognitivamente posible con el hosco objetivo de detener la risa; por el contrario, el éxito de esa labor depende de la capacidad de seguir riendo mientras se lleva a cabo.  Visto desde este punto de vista no es casualidad que la risa reaparezca en Las palabras y las cosas en momentos claves.  En particular, emerge en pasajes en los que su autor se refiere a lo que motoriza la crítica.  Por ejemplo, en las últimas páginas del libro, Foucault señala que en el lugar de ese Dios defenestrado por el pensamiento nietzscheano, lo que queda es la risa del último hombre: “¿acaso no es el último hombre el que anuncia que ha matado a Dios, colocando así su lenguaje, su pensamiento, su risa en el espacio del Dios ya muerto?”; y añade “lo que anuncia el pensamiento de Nietzsche es el fin de[l asesino de Dios,]  es el estallido del rostro del hombre en la risa y el retorno de las máscaras” (p. 396).  Del mismo modo, Foucault habla de una “risa filosófica” que surge frente a la reflexión torpe.  En todos estos casos la risa moviliza al pensamiento.  En este sentido, lleva razón Judith Butler cuando señala que el pensamiento foucaultiano ríe cuando topa de frente con las relaciones que intenta desplazar. Sin embargo, cabría preguntarnos si la risa no constituye, al mismo tiempo y de forma no exenta de paradojas, en sí misma ese desplazamiento del que habla Butler.
En un texto de inicios de los 80, Foucault realiza uno de las últimas retrospectivas de su proyecto filosófico. Al referirse a dicho proyecto indica que parte integral del mismo pasa por estudiar los modos de subjetivación involucrados en las distintas formas de conocimiento.  Puntualmente en relación con Las palabras y las cosas, obra perteneciente a su primera etapa, señala que su interés era estudiar los modos de subjetivación vinculados a las ciencias empíricas.  Así, Las palabras y las cosas es reinterpretado por Foucault como un estudio a propósito de la manera en que el trabajo, el lenguaje y la biología construyen al sujeto (un sujeto que habla, vive y trabaja).  Es por ello que las potentes palabras finales de la obra en cuestión auguran la desaparición de dicho sujeto: el proyecto teórico foucaultiano apuntaría tanto a mostrar cómo hemos devenido los sujetos que somos, como a mostrarnos que podríamos ser distintos de lo que somos. Si bien Foucault apostará en sus textos tardíos por estudiar en la antigüedad modos alternativos de subjetivación, está claro que esa tarea coexistirá hasta el final de su obra con la invitación a emprender procesos de des-subjetivación.  En una palabra, no se trataría únicamente de buscar formas alternativas de ser sujeto, sino también formas de rehusarnos a ser aquello en lo cual nos hemos convertido.  De ahí que sea válido decir que Las palabras y las cosas plantea una impronta que atraviesa todo el pensamiento focuaultiano: la de deshacernos como sujetos, empresa en la que la risa no constituye en modo alguno un gesto teórico secundario. Así, reír se revela como una forma de desujeción y, por lo tanto, como un gesto ético.

Yendo más allá de Freud, Foucault ríe para pensar, pero también piensa para reír. La risa, al provocar (y ser en sí misma) un desplazamiento, extravía al pensamiento, pero no para que este se reconcilie consigo mismo, sino para ir al encuentro de aquello que nos es desconocido y a lo cual la experiencia de reír nos posibilita un acceso.   De ahí que la risa foucaultiana no sea una risa prístina; en algunos casos incluso se trata más bien de un risa nerviosa, una risa que anuncia la fragilidad de lo dado, tal y como lo deja ver el propio Foucault: “este texto de Borges me ha hecho reír durante mucho tiempo, no sin un cierto malestar cierto y difícil de vencer” (2008, p. 11).
En este sentido, quien piensa riendo pone en riesgo su propio yo.  En La hermenéutica del sujeto Foucault pone de relieve el hecho de que la modernidad independiza el acceso a la verdad de un cierto trabajo ético del sujeto consigo mismo.  Ello implica que en nuestra época el sujeto cognoscente no debe transformarse en modo alguno, pues el éxito de sus empresas cognitivas depende de su adhesión a un método y no del trabajo consigo mismo, otrora necesario para conocer. Este punto de inflexión en la historia (Foucault habla indicativamente del mismo como el “momento cartesiano”) implica que “las condiciones de acceso del sujeto a la verdad se definen desde el interior del conocimiento” (Foucault, 2009, 37), y que, por lo tanto, la relación entre el yo y la verdad se encuentra resguardada detrás de unas reglas.  Por el contrario, los antiguos creían que conocer implicaba un trabajo ético del sujeto sobre sí, por lo que pensar implicaba un cierto riesgo. Si pensar comporta un peligro, si se piensa siempre desde un borde, desde un margen, se entiende el porqué de aquella risa nerviosa en Las palabras y las cosas.
Claro que la risa, también ella, se encuentra disciplinada en nuestros días.  Basta para comprobarlo el humor fácil, llano y agresivo que inunda los mass media.
Lo mismo ocurre con otra experiencia igualmente relevante para la filosofía: el llanto.  En un escrito reciente y magistral, Judith Butler señala cómo una serie de discursos e instituciones buscan definir cuándo es legítimo llorar una vida (2010, 13-56).  Para Butler es necesario politizar el duelo y, a contrapelo de lo indicado por esos discursos, comenzar a llorar aún aquellas vidas que se nos dice que no son dignas de ser lloradas.  Otro tanto, creo, cabría decir sobre la risa.   Deberíamos poder reír como producto de un trabajo, convertir la risa en algo difícil y peligroso, pero también placentero; cuestionarnos si acaso hemos dejado de reír auténticamente para conformarnos con ese rictus empobrecido que la sociedad del espectáculo promueve, casi como una concesión, a través de la denigración del otro y de la reproducción de estereotipos.  En todo caso, deberíamos reservar el escarnio precisamente para aquellos que buscan hacer del pensamiento y de la risa algo lejano a la experiencia; esos que buscan hacer del pensamiento un sitio de certezas y resguardo. Para ellos es que deberíamos reservar esa “risa filosófica” a la que alude Foucault:
A todos aquellos que plantean aún preguntas sobre lo que es el hombre en su esencia, a todos aquellos que quieren partir de él para tener acceso a la verdad, a todos aquellos que en cambio conducen de nuevo todo conocimiento a las verdades del hombre mismo, a todos aquellos que quieren mitologizar sin desmitificar, que no quieren pensar sin pensar también que es el hombre el que piensa, a todas esas formas de reflexión torpes y desviadas no se puede oponer otra cosa que una risa filosófica –es decir, en cierta forma, silenciosa– (p. 355).

Bibliografía

Butler, J. (2010). Marcos de Guerra. Las vidas lloradas. Traducción de Bernado Moreno. Madrid: Paidós.
_______. El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Traducción de María Antonia Muñoz. Barcelona: Paidós.

_______. (2008). Las palabras y las cosas, una arqueología de las ciencias humanas. Traducción de Elsa Cecilia Frost. Buenos Aires: Siglo XXI.

_______. (2009). La hermenéutica del sujeto. Traducción de Horacio Pons. Buenos Aires: Fonde de Cultura Económica.

Freud, S. (2006). El chiste y su relación con lo inconsciente. Traducción de José Luis Etcheverri. Buenos Aires: Amorrortu.

  • Camilo Retana ([email protected])
  • Los Libros
Feminism
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