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Soldado de mala fortuna

Existen hombres que no se pueden estar quietos en un solo lugar, los convoca la aventura, la fuga, el riesgo, la guerra. Los demonios personales, la geografía centroamericana, su historia política, han generado infinidad de este tipo de casos; muchos anónimos, desconocidos, otros que por suerte, dejan sus excepcionales testimonios en memorias que escriben con pasión, volcando en ellas una serie de emociones que se cocinaran por años en sus entrañas, memorias que por su fluidez y por lo sorprendente que resulta su contenido, parecen auténticas novelas. Bueno, en Centroamérica, desde que Bernal Díaz del Castillo escribiera +La historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, las fronteras  que separan la literatura de la historia son inestables y tenues, difíciles de precisar. Ese maravilloso escritor cuyos restos yacen en Antigua Guatemala, primero fue soldado de la corona.

Existen hombres que no se pueden estar quietos en un solo lugar, los convoca la aventura, la fuga, el riesgo, la guerra. Los demonios personales, la geografía centroamericana, su historia política, han generado infinidad de este tipo de casos; muchos anónimos, desconocidos, otros que por suerte, dejan sus excepcionales testimonios en memorias que escriben con pasión, volcando en ellas una serie de emociones que se cocinaran por años en sus entrañas, memorias que por su fluidez y por lo sorprendente que resulta su contenido, parecen auténticas novelas. Bueno, en Centroamérica, desde que Bernal Díaz del Castillo escribiera +La historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, las fronteras  que separan la literatura de la historia son inestables y tenues, difíciles de precisar. Ese maravilloso escritor cuyos restos yacen en Antigua Guatemala, primero fue soldado de la corona.
Abelardo Cuadra también fue soldado, en algún momento escribió sus memorias y nunca ganó una guerra, la guerra civil de 1948 en Costa Rica también la perdió. Nació en Nicaragua y fue testigo directo de acontecimientos determinantes en la historia de ese país. “Nací en el año 1904 en un triste caserío del departamento de Granada. De las diez casitas que componían el pueblo nueve eran de paja, la de nosotros entejada. Por esa distinción éramos los ricos del lugar. El caserío se llama Malacatoya. Fuimos once hermanos.” Uno de ellos es el poeta Manolo Cuadra.
Mucho de la historia política nicaragüense del siglo XX se puede resumir en dos apellidos que se desarrollaron y marcaron senderos que, en principio, deberían llevar a lugares distintos, a saber, Somoza y Sandino. El teniente Abelardo Cuadra los conoció de cerca a los dos. Después de ser reclutado por la Guardia Nacional creada por los Estados Unidos y administrada con mano cruel y artera por Anastasio Somoza García, peleó por años en los montes contra Augusto César Sandino y sus hombres libres, luego, durante el período de tregua firmado por el Presidente Sacasa y los primeros sandinistas, participó en la operación militar de 1934 ordenada por Somoza violando el pacto, que concluyó con el asesinato de Sandino cerca del Campo Marte de la vieja Managua, aquella que fuera sepultada muchos años después por un terremoto que todavía se recuerda.
Abelardo Cuadra abandonó sus estudios de Derecho para irse a la guerra, siguiendo con esto aquella famosa frase de Klausewitz que dice que la guerra es la continuación del derecho y de la política por otros medios, precisamente los violentos. Cuadra se enroló en la Guardia Nacional, pero siempre lo atormentaron los fantasmas que le decían que lo justo y lo patriótico era ser sandinista: “Entablada en 1927 la guerra de Sandino contra los yanquis, debí haberme ido a la montaña a defender su causa que sí era patriótica. Hubiera sido lo racional y justo. Pero después de meditarlo saqué la conclusión que la vida del guerrillero era muy dura y azarosa, mientras  los que pelean del lado del gobierno, aunque también corren peligros, siempre la pasan mejor.”
Estos pensamientos no lo abandonaron nunca, conoció a los sandinistas de cerca, su pobreza, su coraje, su astucia, su conocimiento instintivo del combate armado en la selva, su desventaja frente al poderoso ejército enemigo, lo fue seduciendo a pesar de estar en el bando contrario, en el bando de Somoza. Una vez asesinado Sandino y Somoza estando en plena carrera para controlar de forma absoluta toda Nicaragua, Abelardo Cuadra participó en dos intentonas de rebelión contra el dictador que lo condenaron para siempre, tal y como si hubiera atentado contra los mismos dioses. Primero, después de un juicio sumario realizado en la sala de la casa de Somoza con sus hijos pequeños haciendo de testigos, se firmó una sentencia de muerte que nunca se ejecutó, a la que le siguieron días y noches verdaderamente literarios, angustiantes y fantasmáticos, antes de saber que la pena capital se transformaría en años de prisión en la cárcel de León, de donde sería trasladado por influencia de su familia a la cárcel de Granada y posteriormente, a su casa granadina, donde vivían su primera esposa y sus cuatro hijos. Esa casa serviría de prisión, casa por cárcel le llaman algunos. Pero para un aventurero de raza como era él, esa condición, que parece ventajosa comparada con la vida infernal que supone el encierro, resultaba un castigo igual de insoportable, además, llevaba implícita la tentación de la fuga, a la que finalmente sucumbió.
“En Granada me pasé varios años con la casa por cárcel, acosado por la pobreza y llevando una vida sin sabor ni color. Ya para entonces teníamos cuatro hijitos. En la semana santa  de 1940, decidí fugarme hacia Costa Rica. El vapor Victoria salía esa mañana para San Jorge, y quería aprovecharme de la escasa vigilancia de los días santos. No me despedí de mis hijos ni de mi esposa, porque se afloja uno en esos momentos, y salí para el muelle con sólo el vestido que llevaba puesto, sin sombrero, y veinte centavos en el bolsillo de reloj por todo caudal. (Mi esposa tenía alhajas, pero no quise tomar ninguna.) Tenía treinta y seis años de edad pero mi vida aventurera apenas comenzaba entonces.”
CLANDESTINO EN COSTA RICA

La mar del norte, el Gran Lago de Nicaragua, quince horas o más navegando por sus aguas, el istmo de Rivas, el pueblito pesquero de San Juan del Sur, la frontera con Costa Rica cruzada por un punto ciego, lejos de la vigilancia de la policía somocista. Potreros secos, clima caliente, serpientes y fieras, Abelardo Cuadra caminó como fugitivo, sediento y solitario por las inmensas soledades del norte de Guanacaste. El pueblo fronterizo y ventoso de La Cruz fue evadido por el aventurero, se decía que la policía tica colaboraba con Somoza. A paso firme atravesó campos y montes sin pensar en lo que dejaba atrás, con la mirada puesta en el horizonte, en la llegada a Costa Rica donde la colonia nicaragüense lo podía ayudar. Los ríos, cuando aparecían en el camino, eran  una bendición para su cuerpo maltratado; Cuadra conocía la montaña, estaba entrenado en los oficios de la guerra y de la supervivencia, días y noches caminó kilómetros de suelo guanacasteco, kilómetros de suelo seco, la hacienda Santa Rosa, el camino a Liberia, Bagaces, Bebederos. “Al amanecer fui al río cercano a lavar mi ropa, y me quedé largo rato metido en el agua. Al anochecer, siempre buscando la fresca, cogí el camino de Liberia andando unas tres horas… De allí continué hacia Bagaces y hacia Bebederos, puertecito sobre el Pacífico. Para entonces se me había terminado el dinero, y mis pies ya no podían más. De Bebederos a Puntarenas el viaje se hacía en la lancha +Correos; como el pasaje costaba cuatro colones, tuve que ganármelos acarreando valijas y maritates de los pasajeros. Así junté cuatro colones y treinta y cinco centavos, pico que me sirvió para el desayuno el día siguiente.”
De Puntarenas a Quepos, ahí trabajó en las bananeras norteamericanas de donde salió para la guerra, la guerra siempre la guerra. Participa en un intento de golpe en Panamá, otra vez pierde, otra vez vive cárceles y desembarcos fallidos en el Caribe, Somoza extendía sus brazos y la entrada a muchos países se le negaba. De regreso en San José hace de zapatero remendón, organiza peleas de boxeo y a su casa, ubicada a un costado de la plazoleta de la Iglesia de la Soledad, llegaban todos los náufragos del mundo, ahí se reunía la colonia nicaragüense, pasaban aventureros, mercenarios, poetas, zapateros, conspiradores, boxeadores y beisbolistas. Su segunda esposa y sus nuevos hijos, a veces lo resentían en las noches de carcajadas. Como la vida normal no estaba hecha para él, uno de los días de 1947 le dijo a su mujer que volvería tarde y un mes después, le escribió desde el Cayo Confites de Cuba, donde se encontraba ligado a la Legión Caribe que planeaba una invasión contra el dictador dominicano Leonidas Trujillo. Esta guerra el teniente Cuadra también la perdió, el golpe no se dio y los rebeldes fueron detenidos por la marina cubana.
En Costa Rica de nuevo, gastando su tiempo en oficios transitorios, recibe la llamada del Presidente Teodoro Picado para que se una a las fuerzas del gobierno que entrará en guerra contra Figueres y sus hombres, muchos de la Legión Caribe, debido a la anulación de las elecciones de 1948. “Yo conocía bien a Figueres, conocía a su gente. Pero vi bien la situación y me convencí de que su causa no me entusiasmaba, porque la apoyaban +las medallitas, como se le llamaba a los ricos recalcitrantes, y preferí irme al lado de Vanguardia Popular y los calderonistas, o mariachis. La inmigración nicaragüense se dividió para ingresar a ambos bandos, pero creo que del lado del gobierno se vinieron sólo los flojos, como se verá después.”
El teniente Cuadra de nuevo entra en una guerra, todas las guerras en las que combatió las hizo suyas. En la guerra civil costarricense  participa junto a las fuerzas del gobierno en la recuperación de la plaza de San Ramón, entrena a las milicias de la central de trabajadores y se enfrenta con las tropas de Figueres en Cristo Rey y en Rancho Redondo. Como se sabe, esa guerra también la perdió, el gobierno capituló, se dio el Pacto de Ochomogo y Abelardo Cuadra se refugió en la embajada de México, de allí salió exiliado para Venezuela, donde fue vendedor de lotería, maestro de enseñanza media y se convirtió, después de tanto rodar, a la religión presbiteriana. En ese país petrolero vio crecer a algunos de sus hijos y por una inmensa necesidad, al fin escribió sus memorias de soldado de mala fortuna, memorias que recibieron el título de +Hombre del Caribe y que Sergio Ramírez Mercado pasó en limpio y publicó en el año de 1977, bajo el sello de la Editorial Universitaria de Centro América.

Estas memorias, los testimonios del teniente Abelardo Cuadra que también sabía manejar la pluma, confirman el valor que tiene la historia de Centro América y las vidas de algunos de sus hombres, como materia prima para la creación literaria. No por casualidad es Sergio Ramírez quien las publica, escritor que siempre reflexiona sobre Centro América y cuya obra, tal vez la más notable de la región en los últimos años, es un buen ejemplo de cómo la historia puede ser abordada y transformada por el lenguaje de la ficción.

  • Javier Córdoba 
  • Los Libros
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