Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
Quisiera replicar la respuesta del profesor Iván Molina (Semanario Universidad, 22-2-2012) a mi crítica con dos argumentos:
El primero refiere a los grupos organizados alrededor de lo que se denomina “militancia de la memoria”. Si bien no se puede negar que ciertos sectores sociales de todas partes del espectro político se organizan en torno a “reclamos de memoria”, también es fácilmente visible que los reclamos conservadores (como el del liberalismo decimonónico) no tienen la misma raigambre y conformación social que las organizaciones pro DDHH. Para mí este origen disímil amerita una categorización diferente. No se pueden unir todos los reclamos como “militancia de la memoria”, dado que los colectivos que se agrupan pierden especificidad.
En segundo lugar y creo más importante, Molina vuelve sobre el punto central de esta discusión. En cuando define la “militancia de la memoria” afirma:
“Lo que define este tipo de militancia es que defiende el principio de que la memoria de un grupo específico es la única legítima para conocer su pasado. Por tanto, la militancia de la memoria se configura en contra no sólo de la historia como disciplina profesional, sino del conjunto de las ciencias sociales […]”.
Pensemos por un momento cuáles grupos sociales que participan en esta supuesta contienda: por un lado, grupos de la sociedad civil organizados por diferentes tipos de reclamos relativos al tema de la memoria, por otro, profesionales de las ciencias sociales predominantemente del ámbito académico que hacen un estudio en profundidad del devenir de las relaciones humanas. Según el argumento de Molina los primeros se “configuran en contra” de los segundos. Esta visión de grupos sociales en contienda es la que considero equivocada. No creo que estos grupos se organicen “contra” las disciplinas históricas, sino por una agenda de trabajo propia en la que existe de fondo un “reclamo de memoria”. El error está en pensar que el conflicto se plantea “contra” las disciplinas históricas, en vez de verlo como un ejercicio de recuerdo determinado por una agenda política en el marco general de la sociedad. La molestia de quienes participan en disciplinas históricas –en caso de que se creara- obedece sobre todo a que forman parte de un aparato institucionalizado de creación de interpretaciones, legitimadas por su posición social (profesores-investigadores universitarios). El problema entonces no es que haya gente organizada alrededor de “reclamos de memoria”, sino que, ciertos sectores académicos se sientan interpelados por estos recuerdos como si amenazaran su saber –como si efectivamente estuviesen “contra” ellos-.
Lejos de ser un obstáculo para las Ciencias Sociales, los grupos organizados alrededor de estas iniciativas plantean infinidad de apasionantes temas de estudio, que van desde la conformación de movimientos sociales, pasando por el manejo político (de izquierda o derecha) sobre la memoria, hasta las formas de estructuración del recuerdo colectivo. Así, los “reclamos de memoria”, lejos de presentar afrentas a las disciplinas históricas, conforman un interesante campo de estudios para reconocer cómo opera la memoria, qué sentimientos moviliza, cuáles son sus estrategias de recuerdo; todos ellos susceptibles de indagación tanto mediante fuentes primarias (entrevistas en profundidad, grupos focales, observaciones participantes y no participantes) como secundarias (investigación de archivo, revisión de testimonios, biografías, autobiografías, etc). Las formas de recuerdo diferentes a la académica plantean serios retos analíticos que deben abordarse como preguntas sobre el orden social, superando así la descalificación a priori de los recuerdos no institucionalizados y sensibilizándose acerca de las realidades sociales que los hacen posibles.
Este documento no posee notas.