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Es hora de recambio en la civilización occidental.
Tenemos que reinventarnos para poder habitar con inteligencia y dignidad este inmenso planeta.
Las viejas superpotencias que montaron sus poderes sobre la guerra y la sobreexplotación de los seres humanos y los recursos naturales, han empezado su inexorable caída. Las debilitadas metrópolis que impedían el desarrollo de los pueblos, han tenido que regresar a casa desde sus infinitos campos de batalla, a reconstruir la supervivencia de sus pueblos y sus culturas hundidas en la barbarie. Es la hora de la segunda independencia de América Latina, la nueva oportunidad de levantar nuestros viejos valores ancestrales, como las nuevas bases de una humanidad en paz consigo misma, con el espíritu y con la naturaleza.
En esta independencia renovada, América Latina tiene los recursos espirituales y naturales para convertirse en un pueblo y una cultura líderes de la nueva civilización universal. Si sobrevivimos a la hecatombe nuclear que nos amenaza de nuevo, Costa Rica se levantaría como la escuela y el modelo de convivencia en paz, sin soldados y sin armas de exterminio. Esta pequeña y dulce sociedad que se ha negado a la guerra, jugará un papel extraordinario en la construcción de una humanidad en paz y en prosperidad.
Es por eso que, setenta años después de su fundación, habiendo mantenido y atesorado sus ideales académicos y su compromiso con el pueblo que la financia y la alimenta, la Universidad de Costa rica está llamada a ocupar un lugar excepcional en el desarrollo económico y la plenitud social de los costarricenses. Su equilibrada combinación de las artes, las ciencias naturales y sociales, las matemáticas y la tecnología, la convierten en el aula de la Patria. Es en la Universidad donde los costarricenses nos prepararemos para pasar del trabajo manual que nos ha agobiado por centurias, al trabajo intelectual que nos conducirá al crecimiento económico y a la igualdad social.
Han sido 70 años de lucha en defensa de la educación superior como instrumento civilizatorio de la nación costarricense. El pueblo la ha coronado con los laureles de su respeto y de su admiración, pero los gobernantes le han regateado los recursos asignados por voluntad constitucional, la han tratado de convertir en cueva de ladrones, refugio de vividores y corruptos, llenarla de falsos maestros que quieren convertirla en una universidad privada, disfrazada de educación superior pública. Ha sido objeto de saqueo, de politización partidista, de violencia e irrespeto de su autonomía y de injerencia en sus asuntos académicos y administrativos. A quienes hemos contribuido a su consolidación y su vocación democrática y popular, nos ha preocupado su futuro.
Una mañana, como padre de familia, entré con mi hijo a la pequeña oficina de un miembro del Consejo Universitario, para pedirle orientación y consejo académico para un joven estudiante. Quedé asombrado con la fina inteligencia, la sencillez, la cordialidad, la energía y la autoridad de un gran señor universitario. No fue necesario que conociera de antemano su brillante currículo, su extensa experiencia, sus valiosas investigaciones, sus numerosos escritos y sus premios nacionales e internacionales. Su personalidad era su mejor credencial. Sentí renacer una gran esperanza cuando supe que un amplio sector de la comunidad universitaria le pedía que presentara su digno nombre como candidato para la Rectoría.
Ese humilde gran señor paseó su talento desde la Escuela Urbano Oviedo de Santa Gertrudis de Grecia, el Liceo León Cortes y la Sede de Occidente, hasta la Universidad Paris-9 Dauphine en Francia, y la Universidad de Stanford en California, demostrando todo lo que es capaz de lograr un costarricense en las matemáticas más abstractas y en la más moderna tecnología informática.
Decía mi maestro, el filósofo de la ciencia Filmer Northrop, que doctor es quien idea con su mente una doctrina, no quien recibe un diploma. Oldemar Rodríguez es doctor porque ha puesto a disposición de la humanidad y de su Patria, una doctrina, un pensamiento y una idea creadora que ha revolucionado el pensamiento matemático y reorientado la informática. El Dr. Rodríguez ha logrado postular la ecuación que pone en términos matemáticos, la norma constitucional que custodia y protege la autonomía y la sostenibilidad de la educación superior en Costa Rica.
Esta noble nación, sus universitarios y universitarias, su futuro en el seno de la nueva y libre América Latina del postsubdesarrollo, los trabajadores universitarios activos y pensionados, todos merecemos que el próximo Rector de la Universidad de Costa Rica, sea ese muchacho de Santa Gertrudis de Grecia, que podría conducirnos, con claridad de matemático, precisión de informático y carácter de administrador y líder carismático, a la nueva gran edición de nuestra querida Patria.
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