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Que mis palabras no resulten una composición lírica, de asunto triste, ni elogiosa.
Nos convocamos a destacar al polifacético ADONAY; si, Adonay Arrieta Piedra.
Al tenerse noticia de su muerte, se congestionó la red social: “No puede ser que mi profesor haya muerto” y similares textos de lamentos, las llenaron. “Prefiero no verlo en el ataúd”, para conservar la imagen fresca, siempre viva, de quien fue, manifestaban en retroceso asistentes a la vela. Todo, por cuanto ADONAY resumió la materialización de la versatilidad; esa forma de ser que supera paradigmas.
Estudiante de Colegio en el Vargas Calvo. Graduado de la Escuela de Bellas Artes y luego de la Facultad de Derecho de la UCR. Fue la vida universitaria, constante a su ser. La originalidad de sus recuerdos, obedece a la originalidad de su comportamiento.
Adonay se anticipaba a lo que venía, en previsiva forma de eludir el riesgo. Lo llamaban el Mcgiver del momento. Aprendió a encontrar agua, para jamás padecer sed en sus incansables caminatas. Ese casco de minero, con intensa luz azulada, prestaba inusitado servicio, en la noche de acampada. Adonay adquirió, sabiduría para la vida.
Jamás abandonó su profesión de abogado, con sus especializaciones y maestría. Pero también acudió a disímiles artes y prácticas. Sorprendió, cuando se dedicó como experto en Terapia Neural. Luego escaló en una Maestría de Cuidados Paliativos, con gran dedicación en la Universidad de Santa Paula. Volcó su vocación de servicio en los sectores sociales más necesitados. Allí anidó en la asistencia a los terminales de cáncer, de sida, tanto de la población indígena, como rural y marginada. Él, el asistente, no requirió para ser asistido por la agresiva enfermedad que en solo sesenta días se lo llevó. Las minorías indígenas constituyeron el ejercicio de su servicio en desarrollo del programa de “Sanidad con Amor”, que impulsó con la asistencia de la fundación norteamericana Milagro de Amor. Para entonces manifestó que quería aprender a coser a máquina. Sus vecinos de condominio no se alteraban porque se sentara a la máquina de coser hasta las tres de la madrugada. A los diseñadores les decía: yo no seré competencia para ustedes, mis diseñadoras son de las bases y sectores populares.
Cuando por motivo de la interminable guerra civil en Colombia llegué como exiliado político hace 18 años, fue de mis primeros conocidos en Costa Rica. Me presentaba e invitaba. Le acompañaba en cuanto podía. Me ilustró en la geografía y la historia patria costarricense, acudiendo al cuento, a la novela, a la poesía costarricense. Se alarmaba de la indiferencia de la comunidad internacional ante la constante violación de los derechos humanos en Colombia. De la alocada carrera militarista de ese país que llena de zozobra a… Ah!, pero perdón, ese era el tema que iba a comentarle a Adonay el sábado 24 de marzo de 2012, cuando llegué a su lecho de enfermo y observo el cuadro impactante de él agonizando, rodeado de sus hermanas que le sobaban las manos, los hombros y le contaban al oído historias interminables. A un lado, cabizbajo su hermano. Me acerqué y por entre ellas lo abracé, lo bese y así me despedí de vos, Adonay.
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