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Un discurso anticorrupción que se limita al juicio personal de corte moralizante puede resultar política y éticamente ineficaz.
Políticamente, por cuanto todavía vivimos en el país del “pobrecito” y del “menos malo”. Ello es parte de una cultura permisiva que alimenta y legitima la mediocridad y la corrupción. Pero, a su vez, expresa la benevolencia de una sociedad siempre dispuesta a brindar oportunidades de rectificación a quienes han incurrido en algún error.
La benevolencia, en este sentido, se convierte en una virtud del comportamiento social cuando no se trata de un acto de “gratuidad” barata. Es decir, que exige muestras evidentes y convincentes de cambio y restitución. En la parábola del hijo pródigo que relata Jesús, la benevolencia del padre contrasta con la actitud del hermano mayor, quien reclama por el trato amoroso y festivo que recibe su hermano menor, después de haber derrochado su herencia.
Para él, un trato inmerecido de “pobrecito”. Sin embargo, el motivo de tal acto de perdón y gratuidad solo puede explicarse, precisamente, porque su hijo se reconoce indigno de la paternidad amorosa y se dispone a ser tratado como un “esclavo”, es decir, por debajo del trato que se les brindaba a los jornaleros. De esta manera, no busca justificaciones baratas, presentándose como el “pobrecito” o el “menos malo”; se enfrenta a su realidad y se dispone, con humildad y esperanza, a rectificar para abrirse un nuevo horizonte.
Una actitud inquisitorial con aires de “cruzado”, conduce precisamente a convertir a la persona perseguida en “pobrecito”; de ahí el efecto búmeran de este tipo de juicio moralizante. Tal fue el caso en la contienda electoral para definir el candidato del Partido Liberación Nacional, donde la campaña del excandidato don José Miguel Corrales, con fuerte acento moralizante, terminó favoreciendo a su contrincante don José María Figueres. Una campaña que también levantó la bandera de la honestidad y probidad del candidato, pero que a diferencia de la anterior asumió un carácter proactivo, menos moralizante y más propiamente ético, fue la del “candidato de las manos limpias” don José Joaquín Trejos.
El argumento ético para que sea políticamente eficaz tiene que tener dos características. Primero, ser proactivo y propositivo, es decir, partir de las cualidades humanas y trayectoria del candidato (a) y fijar criterios éticos del accionar político sin revestirlos de doctrina o “catecismo”, donde pesan más las prohibiciones que las pautas éticas orientadoras positivas. Y segundo, prestar más atención a los medios adecuados para garantizar que la gestión de gobierno esté debidamente orientada por una “´ética de lo posible”; es decir, hacer evidente la viabilidad de políticas y acciones concretas de gobierno sustentadas en criterios éticos fundamentales de solidaridad, equidad y justicia.
En este sentido, para que el accionar político sea éticamente eficaz se requiere poner el acento, más allá de lo personal, en la gestión institucional. Es decir, el enfoque ético tiene que contribuir a depurar la institucionalidad y a propiciar el diálogo para concertar políticas públicas con rostro humano.
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