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A finales del 2011, la EUNED publicó el libro Don Juan Rafael Mora: el proceso parlamentario de su proclamación como Libertador y Héroe Nacional, editado por el periodista Armando Vargas. La obra recopila diversos materiales, en particular razonamientos, alocuciones y meditaciones de diputados, y comentarios publicados en la prensa impresa y digital (incluidos cuatro artículos míos, reproducidos sin mi autorización). Además, contiene una extensa crónica, escrita por Vargas, sobre el proceso señalado.
Sin duda, se trata de un libro que llamará la atención de los investigadores interesados en el estudio de cómo la relación pasado-presente incide en el imaginario de los políticos, intelectuales y profesionales de Costa Rica; en el examen de las corrientes nacionalistas costarricenses de inicios del siglo XXI; y en el análisis de las especificidades que asume en el país la llamada militancia de la memoria (sobre esto, véase mi artículo “Memoria y militancia” en Semanario UNIVERSIDAD, 22/2/2012).
Merece destacarse que, a diferencia de otros trabajos de Vargas, la crónica con que se abre el libro está escrita con un estilo sobrio y mesurado, que evidencia un esfuerzo por ceñirse a los hechos y documentarlos de la manera debida. Además, atinadamente Vargas recupera, en la crónica mencionada, un artículo de Fernando Durán Ayanegui, que ofrece información muy valiosa para considerar la influencia que tuvo el debate en torno al TLC en el proceso que culminó con la proclamación ya referida.
Ciertamente, no se trata de una crónica objetiva, dado que Vargas está fuertemente identificado con la proclamación de Mora; pero, precisamente, en eso radica su interés. Pese a tal identificación, en la crónica (así como en las otras secciones del libro) puede vislumbrarse una tensión constante, producto de las interpretaciones diferenciadas acerca de Mora: desde el Mora nacionalista y antimperialista, de Rodolfo Cerdas y José María Villalta, hasta el Mora “empresario y amigo de Estados Unidos”, reivindicado por Carlos Denton.
Tanto en la crónica, como en el conjunto del libro y en la proclamación legislativa, este último Mora es el que prevalece. Este resultado, que quizá sorprenda a los políticos e intelectuales de “izquierda” que apoyaron la proclamación, está acorde con el liderazgo que Vargas tuvo en todo el proceso. Vargas, quien en el 2004 definió a Ronald Reagan como “buen amigo de Costa Rica”, formó parte de la administración de Luis Alberto Monge (1982-1986), que respaldó la política de Estados Unidos hacia Centroamérica e impulsó, con la colaboración de la Agencia para el Desarrollo Internacional, un programa de reforma económica cuya culminación, a mediano plazo, fue el TLC.
No menos relevante, el libro editado por Vargas documenta cómo, en el contexto del amplio debate público que provocó la proclamación de Mora, especialistas de distintas disciplinas dieron a conocer sus opiniones; en contraste, los historiadores profesionales, con muy pocas excepciones, optaron por no pronunciarse.
Tal silencio llama profundamente la atención por tratarse de un gremio que tiene una importante participación en la formación de los profesores de Estudios Sociales y de Educación Cívica; que reconoce su compromiso con la difusión de los avances en el conocimiento histórico; y que dispone de una considerable infraestructura institucional: dos escuelas universitarias, dos revistas especializadas, dos posgrados, un centro de investigaciones históricas y cátedras, departamentos o secciones en los programas de Estudios Generales y en las sedes regionales de las universidades públicas.
Investigar los motivos detrás de ese silencio aportaría una información muy valiosa para comprender mejor la cultura académica en cuyo marco la historiografía costarricense actual se desarrolla.
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