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¡Activar el cerebro de los estudiantes!

Sin lugar a dudas, la educación se ha convertido en uno de los baluartes más preciados de la humanidad; así se ha establecido desde la Antigua Grecia, en donde filósofos como Platón, Aristóteles o Sócrates vieron el ámbito educativo como una herramienta de perfeccionamiento intelectual y espiritual.

Sin lugar a dudas, la educación se ha convertido en uno de los baluartes más preciados de la humanidad; así se ha establecido desde la Antigua Grecia, en donde filósofos como Platón, Aristóteles o Sócrates vieron el ámbito educativo como una herramienta de perfeccionamiento intelectual y espiritual.
Pese a esto, y desde su misma esencia social, el sistema educativo se ha visto empapado de diversas ideologías que le han obstaculizado o permitido cumplir con su misión de formar estudiantes motivados e integrales; por ejemplo, se ha enfrentado a ideologías conservadoras en donde la enseñanza se ha vuelto meramente memorística y el alumno es un receptor pasivo de la información brindada; una educación que, muchas veces, y de manera muy peligrosa, evalúa solamente la repetición de datos lo cual coarta la creatividad y el sentido crítico de los alumnos, convierte a los estudiantes en un simple “número” y en donde mediante pruebas (exámenes) se evalúa al estudiante desde una perspectiva comparativa.
En este sentido, bien vale preguntarse cuánto ha limitado este tipo de prácticas evaluativas los cerebros de los estudiantes, por qué algunos actores del ámbito educativo como los docentes se han negado a poner en práctica estrategias de evaluación más funcionales que rompan el paradigma de transmisión de conocimientos inalterables e indiscutibles, y si tendrán conciencia real los docentes de la necesidad de medir el conocimiento a partir de una evaluación que no se perfile en un número, sino en los diversos aprendizajes de los educandos.

Efectivamente, abordar el sistema educativo mediante una evaluación desde una ideología más liberal, en donde tanto alumnos como docentes sean partícipes directos y activos del proceso evaluativo de enseñanza y aprendizaje, permitiría lograr aprendizajes mediante formas de trabajo más colaborativas, con visiones críticas y experiencia autorreflexivas, las cuales busquen el placer del conocimiento, la autonomía intelectual y su aplicación a la realidad social, por ejemplo, el uso de análisis de casos, cineforos, debates, mesas redondas, portafolios, proyectos creativos, preguntas generadoras, diálogos socráticos, ensayos, simulaciones, metáforas o mapas mentales.
Ello, además, es una manera pertinente de ofrecerles a los estudiantes una adecuada información sobre los aprendizajes que se van alcanzando con el propósito de que sean responsables de sus logros y carencias y, al mismo tiempo, les permite a los docentes obtener información sobre aquellos aspectos que requieren mejorar para planear y aplicar estrategias evaluativas pertinentes, que estén acordes con las necesidades reales de los alumnos.
Ante este panorama sería pertinente que los docentes se plantearan constantemente cuáles son las competencias cognitivas y afectivas que desean que alcancen los alumnos y cuáles estrategias evaluativas son las más adecuadas para observar y determinar los logros de los aprendizajes. Ahora bien, pese a que las estrategias para la evaluación de los aprendizajes son instrumentos fundamentales que ofrecen mayores posibilidades para mejorar la práctica educativa, también es cierto que muchos docentes, y hasta los mismos estudiantes, se niegan a salirse del sistema evaluativo tradicional ya sea por pereza, apatía, miedo o apego a postulados los cuales les han resultado convenientes; esto se ha convertido, en muchos casos, en una limitante para lograr una evaluación formativa que contribuya al desarrollo tanto profesional como personal de los estudiantes.
Por eso, las estrategias evaluativas, más allá de un simple número, deben ser una norma, una política educativa, continua, permanente y flexible no solo en las universidades públicas sino también en las privadas, para que los centros educativos universitarios coloquen a los estudiantes en el eje protagónico de sus misiones académicas, se midan más sus competencias y se apliquen evaluaciones que “activen el cerebro de los estudiantes”, y en esta misión los profesores son los primeros abanderados de la transformación. Efectivamente, el compromiso es apostar por una modalidad evaluativa horizontal que rompa la verticalidad tradicional de la enseñanza, para detectar más fácilmente los aciertos del aprendizaje para potenciarlos, y los yerros para tratar de subsanarlos. Lo importante es pasar del dicho al hecho…

  • Carlos Díaz Chavarría (Escritor y profesor universitario)
  • Opinión
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