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Tragedia humanitaria es, quizá, uno de los términos más prostituidos en cuanto a tópicos de derechos humanos se trata. Peor aún, pareciera que esta fórmula vacía termina convirtiéndose en el legitimante, por excelencia, de las pequeñas violaciones sistemáticas a las garantía elementales de la persona humana, poco apreciables por el ojo desnudo, pero contundentes en la generación de daños cuantiosos en la estabilidad social.
En regímenes como el nuestro, la lógica y sentido común, obligan a concentrar la atención en las graves violaciones a los derechos humanos; básicamente, por dos motivos: por la vocación humanitaria de Costa Rica, que como garante y promotor del respeto a los derechos humanos no puede mantener su voz queda, cuando es conocedor de una violación; pero sobre todo, porque, cual más forzado maniqueísmo, tanto más sean violados los derecho humanos allende nuestras fronteras, tanto más ejemplo se constituye Costa Rica, país de paz –y lógicamente– país de derecho.
Poco importa, a mi forma de ver las cosas, si el identitario social es absolutamente falaz o si, por el contrario, edulcorado y adornado con concherías humanistas, a final de cuantas refleja –de una u otra forma– algo más o menos parecido a la realidad (obviando la indeterminación de tal fórmula). Lo cierto del caso –a mi juicio esto sí resulta de vital importancia- debe ser discutido con vehemencia, ¿cuánto camino se ha avanzado en las conquistas sociales, o si, por el contrario, se ha retrocedido? ¿Hasta dónde se pretende llegar, o si bien, es hora de deleitarnos con un modelo perfecto no susceptible de mejoría?
Puntualizando. Considero que de poco valen las conquistas previas, si estas no se ven afianzadas por un avance continuo de sus conquistadores. Me parece que el estado actual de las cosas en nuestro país, es el resultado de un balance social y político cuyos resultados siguen redundando en número azules. No obstante, tal cual lo dijese el predicador, las pequeñas zorrillas se cuelan por debajo de las cercas. Llamo la atención del lector a que, con completa honestidad hacia sí mismo –no vale la pena mentirnos– analice ¿cuánto sabe?, ¿cuánta información ha recibido y cuánta crítica sesuda ha podido generar?, por ejemplo, al respecto de la situación fiscal del país.
Como lo he expuesto antes, este como otros tantos temas, siguen generando en mí sentimientos encontrados –la mayoría de las veces: zozobra–, siendo que a la fecha sigo incapaz de mantener una posición firme al respecto. En este ínterin ha surgido en mi cabeza una duda aún mayor. Si después de los esfuerzos que he realizado –algo de lectura, discusión con colegas y amistades, seguimiento a medios noticiosos, etc.– me sigue resultado difícil asumir un “sí” o un “no” al respecto de la aprobación de la llamada Ley de Solidaridad Tributaria, entonces ¿cómo ha resultado esta labor para el grueso de la población? ¿Sobre qué se sustentan las declamaciones –a favor y en contra– que tanto circulan en nuestras calles?
Una sola conclusión he podido alcanzar; por demás, obvia. La información no sido bien transmitida, no ha llegado a los afectados –contribuyentes– y sobre todo, ha sido adulterada –como ya resulta una costumbre en nuestra realidad-. A pesar de obvia, no por ello, deja de ser preocupante.
Insto al lector a cavilar sobre esta máxima: ¿Es, o no, el acceso a la información un derecho humano? Si su respuesta fuese positiva, entonces trate de determinar si usted ha tenido acceso a la información requerida para adoptar una posición al respecto de la discusión fiscal. Si en este caso su respuesta resultase negativa, ayúdeme a dimensionar las consecuencias de esto; trate de pensar si la situación actual es esporádica, o la falta de acceso a la información ha sido sistemática. De nuevo, si ahora optara por la segunda posibilidad ¿ha pensado en las consecuencias sociales y políticas de ello?
Por favor, no considere esto una incitación a la desobediencia o una invitación al irrespeto; todo lo contrario. Analice lo planteado como un llamado de atención, un salpicón de agua fría en la nuca. Muchas de las más grandes tragedias humanitarias tienen en su base, un pueblo sistemáticamente ayuno de información. Ahora bien, piense ¿cuánto de esa limitante de acceso a la información es responsabilidad de la clase política y cuánto ha sido desidia del pueblo?
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