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No existen descripciones científicas de esta especie, pero tampoco dudas de su existencia. De hecho, todos saben que es real y nadie piensa que pertenece al mundo imaginario de los nomos, troles, hadas o duendes. Es más, cualquiera podría señalar al menos a uno, tal vez hasta conocerlo, haberlo tocado y con algo de “suerte”, hasta tenerlo dentro de la familia o círculo de amigos. Pero ciertamente, la esperanza de todos, o casi todos, no es conocer a alguno, sino enchufarse a él y aprender a ordeñar el erario hasta heredar el “know how”.
Los enchufados se agrupan en una suerte de fauna no silvestre que en Costa Rica por mucho tiempo se ha mantenido a la sombra del frondoso roble que es el Estado. Solo aquí, en Costa Rica, se ordeñan hasta los palos.
Esa fauna surgió a relieve cuando los medios de comunicación decidieron no engordarla. Pero por mucho tiempo era como el chupacabras: decían que existía y cada vez que atrapaban a un bicho raro, todos veían en él, su más justo retrato. Pese a ello, nunca hubo uno en encierro para identificar su fisonomía, mucho menos para castigarlo y estigmatizarlo.
Por tanto, esta especie no aparece en los textos de zoología política que debiera estudiarse en las facultades, mucho menos en los comentarios magistrales de aquellos profesores, tan políticamente correctos como insípidamente pedagógicos.
Los enchufados, a todo esto, no necesitan presentación. Tampoco quedan sujetos a una definición innecesaria que, sin embargo, ociosamente y más por descargo que por encargo, hilvano así: es un enchufado todo aquel que vive del poder público, o más precisamente, de las ventajas que vienen de la política y se reservan solo a los serviles o tontos útiles.
Quien no sabe dar ejemplos, no sabe de lo que habla. Así que téngase por enchufado a todo aquel ministro que fue antes presidente ejecutivo y luego paso por la pena de ser diputado, para reinventarse como embajador itinerante y terminar la cadena alimenticia como asesor de algún otro enchufado que le retribuye así algún favor pasado. Esto, hasta que su ciclo vuelva a comenzar y se repita, se repita y se repita. Pues para ellos, lo importante es que la platita entre y la ubre nunca seque.
También conozco a algunos abogados muy bien amistados con el poder. Si no son ellos o sus bufetes los que arman carteles, adjudican, instruyen procedimientos o dictan criterios para las instituciones públicas, muy bien pagados por cierto, entonces se ocupan de enchufar a sus hijos en algún puestico de confianza, y con un poco más de “suerte” (enchufe), quizá hasta dejarlos bien amarrados a alguna buena plaza de esas que al funcionario no apadrinado le cuesta un calvario y años, muchos años. Esto, claro, no sin antes haberle conseguido a esos vástagos enchufados, una beca dedoasignada para “estudiar” y probar las mieles de Europa. Todo a costas del erario, obvio.
Es reciente la leyenda de un presidente ejecutivo, alto dirigente de los enchufados, que pidió una embajada para su señora con tal de tenerla lejos, por lo menos, cuatro sabrosos años, mientras él se quedó aquí con su amante, a quien se encargó, de paso, de resolverle y enchufarla como asesora.
También hay alcaldes con novias, pues la cosa es tan fácil que ni siquiera hace falta que sean esposas, en altísimos cargos de gobierno. O magistraturas que han sido repartidas como gananciales o defensorías con que se pagan favores familiares históricos, repatriaciones en cuenta.
Pero basta de ejemplos, que no se agotarían ni aun me concedieran toda la edición de este diario. Riadas de tinta y demasiado papel han servido para cubrir esta orgía de enchufamientos.
Baste como corolario, señalar un mercado de enchufados profesionales que se hacen llamar “consultores”, cuyos encargos, leído el papel, suenan bien, pero sirven poco. En esta nueva veta del enchufamiento, encontramos una casta cada vez más numerosa de expertos todólogos que prestan asesoría igual en comunicación política como en seguridad, salud y pobreza, incluso, si se les pidiera, también asesorarían en pilotaje de transbordadores espaciales o amansamiento de potros salvajes. Hasta a la brujería y al tarot le entrarían sin reserva, si los benditos “términos de referencia” lo demandaran, siempre y cuando, eso sí quede bien claro, existiera contenido presupuestario, porque no solo de política amasada y argollas enquistadas, vive el hombre.
¿Ya entiende usted porque algunos insisten en participar en política, mientras otros nos negamos insistentemente a ello?
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