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Daños colaterales: Desigualdades sociales en la era global
Zygmunt Bauman
Ensayo
Fondo de Cultura Económica, 2011.
240 págs
Nacido en Polonia en 1925, profesor emérito en Leeds y Varsovia, Bauman es un referente ineludible en el pensamiento sociopolítico actual. En particular, por su concepto de «modernidad líquida», con el que define el período actual (era global, posmodernidad, etc.), en oposición a la «modernidad sólida» que habría caracterizado al siglo XX, o mejor, al proceso que tuvo por mojones la I Guerra Mundial y la caída de la URSS (1914-1991).
No es este libro el mejor para iniciarse en estas metáforas físicas de lo social (como podrían serlo Modernidad líquida, 1999, y La posmodernidad y sus descontentos, 2001). No son textos sencillos por la densidad de referencias sociológicas, filosóficas, históricas y literarias en que el autor apoya sus argumentos, si bien alivia al lector con oportunos toques de humor sutil. Pero vale la pena el esfuerzo, sobre todo para quienes, sin ser especialistas, a los cuarenta o cincuenta, educados para un mundo que luego no fue, más que licuada han visto evaporada su idea inicial del mundo, y deben, de apuro, tratar de hallarle un sentido a su vida, en especial en la dimensión social.
Esta obra aplica la noción de «modernidad líquida» a aspectos específicos de la actualidad. La creciente desigualdad social, concebida como daño colateral -y por eso tolerable- del funcionamiento «sano» de la economía. La transformación del «hombre y ciudadano» en consumidor, y la sustitución de la vida moral y afectiva por la vida de consumo. La precarización laboral, con la angustia que implica (a diferencia del modelo del siglo XX, en que hasta Henry Ford comprendía la necesidad de mejorar los salarios, según decía, para que sus obreros también compraran los autos que fabricaba). La explotación ya no de la mano de obra, sino también de los consumidores, obligados a comprar lo que pronto queda obsoleto, si es que alguna vez sirvió de algo. El fantasma de la inseguridad física individual a manos de tales o cuales extraños, siempre marginales y peligrosos, esgrimida como distractor de la inseguridad -ésa sí real- de un sistema económico que margina sin avisar. La perversión de lo privado y confidencial, que por exhibición machacona -más banal que impúdica- disuelve el concepto de lo público (en el sentido político del término). El uso del pensamiento mágico para evadir la angustia ante la inseguridad social («a mí no va a pasarme»). La capacidad del hombre común -en la Alemania nazi o en Ruanda- para cometer los peores crímenes. La inhumanidad implicada en el concepto mismo de «clase marginal», que ni clase es, en tanto sus miembros no pueden sentirse orgullosos de lo que son ni tampoco respetarse entre sí o a sí mismos. La viabilidad o no de un pensamiento sociológico, que busque comprender la sociedad, pero también hacerla más justa. De algún modo, el repaso de los temas tratados, define por extensión la «modernidad líquida».
Es lúcido el balance que el autor hace del socialismo real («Réquiem para el comunismo»), no sólo como inventario de su fracaso, sino por dejar claro que la agenda de problemas sociales que se intentó resolver, por la vía comunista o la socialdemócrata, sigue vigente y agravada. Es un buen argumento para definir el presente como fase de una modernidad todavía en curso, y no como un período posterior a esta.
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