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Andonis Samarás, líder del conservador partido Nueva Democracia (ND) y ganador de las elecciones en Grecia, ofrece un discurso durante una reunión con su grupo parlamentario en el Parlamento en Atenas (Grecia).
Frenética, Europa se mueve en todos los frentes para enfrentar una crisis que no da tregua. El recién electo presidente de Francia, François Hollande, asume el cargo el próximo martes 16, y esa misma tarde viaja a Berlín para reunirse con la canciller alemana, Angela Merkel.
En la agenda, el pacto fiscal europeo que impuso drásticas medidas de austeridad a los países de la zona del euro, al cual Hollande se resiste, ya que —para muchos países— no solo será imposible cumplir los objetivos del déficit fiscal fijados, sino que las políticas necesarias para lograrlo están teniendo efectos devastadores, al empobrecer a la población y empujar el crecimiento hacia tasas aún más negativas.
El otro escenario de la crisis es Grecia, donde los resultados electorales de la semana pasada dificultan la formación de un Gobierno con suficiente apoyo parlamentario; aunque el exministro de Finanzas y presidente del Partido Socialista, Evangelos Venizelos, intenta negociar un acuerdo que le permita evitar nuevas elecciones.
Finalmente, en España el conservador Partido Popular, que desde diciembre pasado ha venido aprovechando su mayoría absoluta en el parlamento para impulsar un programa de privatizaciones, reforma laboral y destrucción del Estado social en España, tuvo que hacer un alto en su proyecto para enfrentar la crisis bancaria.
En todos los escenarios, señalan comentaristas europeos, prevalece un sentido de urgencia, una inevitable sensación de caos por la actitud de gobernantes y dirigentes políticos, que tratan de apagar los incendios que estallan en todos los frentes.
HOLLANDE VERSUS MERKEL
El hecho de que la primera medida del nuevo gobierno francés, una vez que haya asumido, sea viajar a Berlín para un encuentro con la canciller alemán, deja en evidencia el carácter internacional de la crisis y la necesidad de coordinar posiciones para enfrentarla.
El encuentro, calificado como un posible “choque de trenes”, obligará a Hollande a mostrar hasta dónde está dispuesto a llegar para hacer cumplir lo que propuso en campaña. Hollande insistió, durante la campaña electoral, en la necesidad de adoptar medidas de austeridad y de promoción del crecimiento. Pero los detalles de ese programa no son conocidos.
En campaña, Hollande pudo ser poco preciso en sus propuestas. Ahora, tendrá que precisar hasta dónde quiere llegar y cómo piensa hacerlo.
Merkel ya reiteró sus puntos de vista, preparando el terreno para la visita de Hollande: los compromisos asumidos por la zona del euro deben ser cumplidos, incluyendo una estricta disciplina presupuestaria.
«Un crecimiento basado en el crédito nos llevará de nuevo al inicio de la crisis. No lo queremos, no lo haremos», declaró la canciller alemana la semana pasada en el parlamento alemán, discurso que fue muy aplaudido.
Esas no son, ciertamente, las palabras que Hollande espera oír. La posibilidad de una confrontación entre los dos líderes europeos fue destacada por el exprimer ministro socialista francés, Michel Rocard. «Temo que exista el riesgo de un choque con Merkel», dijo la semana pasada.
En Europa, las dos visiones para enfrentar la crisis —la de “derecha” y la de “izquierda”— se resumen en que la primera pone en énfasis en un estricto control fiscal, mientras la segunda prefiere enfatizar la necesidad de renovar el crédito y estimular el crecimiento. Frente a esa realidad, no se puede descartar algún acuerdo híbrido que evite la imagen de una confrontación. Pero la crisis no dará tregua y cualquier intento de ocultarla bajo fórmulas diplomáticas de conciliación será superada rápidamente por los hechos, advierten los economistas.
Hollande tiene, también, una tarea pendiente en el frente interno, que es ganar las elecciones de junio próximo, si no quiere quedar rehén de una asamblea conservadora.
GRECIA
Después de casi una semana de negociaciones y del fracaso del líder conservador, Andonis Samaras, y del líder de la Coalición de Izquierda Radical (Syriza), Alexis Tsipras, en su tentativa de formar gobierno, le tocaba al dirigente del partido socialista, el exministro Venizelos, intentar convencer a alguna de las otras seis agrupaciones con representación parlamentaria de respaldar una coalición dispuesta a seguir aplicando el drástico plan de ajuste impuesto a Grecia.
Para eso, parecía contar con cierta simpatía del líder del partido de Izquierda Democrática (Dimar), Fotis Kuvelis, cuya organización logró 19 escaños, suficientes para conformar una mayoría con los conservadores y socialistas. Pero resulta que estos, actualmente aliados en el Gobierno y los únicos que apoyan el plan de ajuste, fueron los más castigadas por los electores.
De modo que cualquier intento de continuar con la aplicación de ese programa —exigido por la Unión Europea— solo daría un nuevo carácter a la crisis griega, con un Gobierno débil y un programa económico imposible de aplicar sin provocar un estallido social.
Europa, como dice un periódico catalán, está preocupada porque Grecia “no pueda asumir más recortes que le imponen las autoridades europeas para poder recibir las ayudas que les permitan pagar sus deudas”.
Con un desempleo que ronda el 22%, los ajustes al país incluyen, entre otras cosas, el despido de otros 150 mil funcionarios públicos. Si no cumplen, Europa no les dará recursos frescos (ya le prestó 230 mil millones de euros), los cuales son para pagar a los acreedores, principalmente bancos alemanes.
ESPAÑA
El otro escenario de la crisis es España, donde el Partido Popular trata de mantenerse a flote para cumplir su promesa de aprovechar su mayoría parlamentaria para rediseñar el mapa político y social del país de acuerdo con su visión conservadora.
Con su banca sometida a enormes tensiones por los recursos invertidos en la construcción, antes de que estallar la burbuja especulativa del sector, el Gobierno tuvo que intervenir el cuarto banco más importante del país, Bankia, inyectándole, la semana pasada, $5.800 millones y haciéndose cargo de la mayoría de las acciones.
El Estado español no está particularmente endeudado, aunque la deuda privada es más elevada. Su deuda pública es equivalente al 66% del PIB, mientras el promedio de la de Europa es de 87%.
La de Italia es de casi 120%. Pero su banca quedó tocada por las inversiones hechas durante el boom de la construcción (1997-2007) que estimuló el anterior Gobierno “popular”, encabezado por José María Aznar, y que su sucesor, el socialista Zapatero, no desmontó.
El Banco de España estimó que los bancos del país otorgaron créditos inmobiliarios, que difícilmente podrán recuperar, por valor de $234.000 millones de dólares, equivalentes a más del 17% del PIB español.
“Esos créditos son la herencia envenenada de un boom constructor e inmobiliario por el que se edificaron cinco millones de casas nuevas entre 1997 y 2007, el doble del aumento de hogares en España en ese período. Se construyeron enormes ciudades fantasma”, recordó un analista económico de la BBC.
Paul Krugman, premio Nobel de Economía, señaló hace quince días que “Los problemas fiscales españoles son una consecuencia de su depresión, no su causa. Sin embargo, la receta que procede de Berlín y de Frankfort es, lo han adivinado, una austeridad fiscal aún mayor”. Y concluyó: “semejantes programas sumen a las economías deprimidas en una depresión aún más profunda”.
Sin embargo, la Comisión Europea sigue exigiendo mayores ajustes y dudan que España pueda cumplir con los déficits fiscales acordados —de 5,3% este año y del 3% el 2013—, así como que tengan recursos suficientes para salvar sus bancos.
Todo esto ha llevado al economista norteamericano Nouriel Roubine (que vaticinó el estallido de la actual crisis económica dos años antes de que ocurriera) a predecir que España sufrirá por la crisis bancaria, pero tendrá que abandonar el euro, algo cuyas consecuencias son difícilmente imaginables.
En todo caso, Roubine prevé que lo más grave no ocurrirá este año, sino el 2013, cuando el crecimiento de la eurozona, de Estados Unidos y de los países emergentes se debilitará en conjunto. A todo eso, agrega, habrá que sumar la guerra con Irán.
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