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La Academia de la plazuela. Así llamó Ortega y Gasset al periodismo escrito. Academia, pues él consideraba que la enseñanza dada por educadores cultos y a la altura de los tiempos podía hacer más desarrollada y justa a la dividida, ignorante y cuasi campesina España de finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX.
La plazuela es una plaza pública, más pública que plaza, más plaza que paraninfo, más comunicable y comunicante que catedrática.
Si la educación es necesaria, es ciertamente posible que el periodismo, en tanto medio escrito, al ser público y dirigido a masas, sea un instrumento adecuado para la difusión de la cultura.
El periodismo escrito es más ágil y presto que un libro, más cómodo en precio, más asequible en vocabulario. Poco puede esperar un sistema educativo donde todo permite establecer que en ese sistema se lee poco y desde lo que se lee se estudia más poco. Costa Rica, y en general América Latina, va por ahí. Leer es un instrumento, una herramienta para crear cultura, para hacer cambio social. Pero si no se tiene a mano un libro, si los libros se hacen restrictivos, y si los habitantes no leen ni un cuarto de libro al año, y mucho menos si al libro no se le sabe estudiar o si no se estudia desde los libros mismos, si eso es así, decimos, sólo nos quedan las revistas y los diarios escritos, de preferencia los diarios escritos, “los periódicos”.
Costa Rica necesita de plazuelas académicas, de plazuelas para elevar el espíritu. En efecto… puede haber plazuelas de plazuelas por todas partes y países. Plazuelas de pornografía, de comerciales y atontadoras… sobre todo atontadoras…. Y hablamos de plazuelas que eleven países, de plazuelas que transformen vital y mentalmente a los seres humanos que componen los países. Hablamos de la urgente necesidad de crear desde el espíritu antes de ser arrasados irremediablemente por los mazazos de la ignorancia y de la corrupción que marchan en el conciliábulo de las decadencias de los pueblos y de sus dirigentes. Por eso, si se quiere hacer algo efectivo, lento pero efectivo, ciertamente, deberá empezar por la reforma del espíritu actual de todos los individuos de la sociedad, sin importar clase social, grupo y edad. La plazuela académica tiene la posibilidad, y mucha responsabilidad histórica, en la construcción cotidiana de esta reforma.
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