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Cuando cursé estudios en esta Universidad a finales de los setentas, me correspondió recorrer pasillos y visitar las aulas de muchas unidades académicas, no solo para recibir los cursos de servicio, sino también por razones de carencia de infraestructura. Así pasábamos del edificio de Ciencias Sociales, al de Medicina, de Farmacia, a Música o a Ciencias Económicas. Mi inclinación vocacional se decantó por la educación en una carrera de carácter interdisciplinario como es el Bachillerato en la Enseñanza de los Estudios Sociales. El tener que matricular los cursos de Historia, Educación, Geografía y los complementarios como Sociología, Historia de las Instituciones y otros, originaba que tuviera que transitar por todo el claustro universitario, conociendo también con ello las particularidades de la cultura estudiantil y del profesorado de muchas escuelas. En Música, don Eugenio Rodríguez impartía sus lecciones compitiendo con el ruido de flautas, pianos y saxofones; en Ciencias Sociales teníamos que lidiar con las jornadas de solidaridad y los olores de arepas y tortillas. En Medicina los estudiantes se caracterizaban por la pulcritud en su vestimenta; en Educación por lo conservador de su presentación personal.
Pero de todo ello siempre me llamó la atención los cursos que se impartían en los auditorios, como mínimo una matrícula de setenta estudiantes. Los cursos colador estaban identificados plenamente, infundían pánico, cursos para otras carreras en Química, Biología, Matemáticas, Ciencias Económicas. Se sabía que era muy difícil aprobarlos, pero sobre todo superar el miedo y el prejuicio del docente hacia los estudiantes, por cuanto ya era una situación establecida que la promoción era mínima, y de eso se jactaba el profesor. Qué absurdo solazarse con la angustia y frustración ajena.
Lo viví personalmente cuando tuve que cursar uno de ellos y comprobé que todos eran como un calco. Iniciaban sesenta alumnos, terminaban el semestre veinticinco y pasaban doce, así de eficiente era el resultado; la explicación normal ha sido, es y será en mi querida Universidad, que los estudiantes son vagos y que no traen las bases suficientes. Ni pensar en la influencia de la actitud del docente. Qué terrible contradicción saber desde principio que el aprovechamiento será tal vez de un diez por ciento, mucho por culpa de quien enseña, porque nunca se va a investigar las causas de tal desastre académico. Curiosamente, para estos cursos asignan profesores que se saben al dedillo el rito y parecen gratificarse con infundir desde inicio, el miedo a su feligresía con su estrategia del poder sobre el débil. Recuerdo el extraordinario curso de Estadística Descriptiva impartida por don Róger Seravalli, un educador nato que tuvo que “robárselo” la Facultad de Educación, por cuanto este curso resultaba un verdadero tamiz en otra escuela, para los estudiantes de Educación; eso se lo escuché a él. Hombre ameno, agradable, buen comunicador y chistoso, que no le quitaba ni un ápice de su disciplina académica.
Todo esto viene a raíz del comentario realizado por un familiar que acaba de ingresar a la U. Exactamente lo mismo que sucedía hace más de treinta años, nada ha cambiado. Por la carrera que estudiará, desgraciadamente debe llevar uno de estos cursos colador. El primer día de lecciones y para recibirlos, la expresión del profesor fue más o menos la siguiente, al ver el auditorio lleno: al final quedan treinta y de esos pasan la mitad, agregando, y hemos tenido el cuidado de hacer el primer examen antes del Retiro Justificado, para que tengan tiempo de retirarse y no les aparezca el curso perdido. Terrible ironía y una gran dosis de desmotivación para el estudiantado. Y al final, el deber cumplido; jamás pensar siquiera que pueden aprobar la mitad de los matriculados; eso sería contrario a los principios de la prepotencia académica.
A veces se piensa que enseñar es como soplar y hacer botellas, sin importar la mediación que se utilice, sin aplicar los métodos de evaluación y medición de los aprendizajes que los teóricos recomiendan, la pedagogía, sin medios didácticos para apoyar la lección, a pura pizarra y prepotencia, simplemente porque todo eso resulta baladí. No ha sido el primer estudiante que ha tenido que salir huyendo después de tres intentos sin poder avanzar en su plan de estudios, no por miedo sino por necesidad, falta de recursos o frustración.
Don Pablo Freire: ¿Dónde estarás?
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