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A inicios del mes de abril, el escritor alemán Gunter Grass, premio Príncipe de Asturias y Premio Nobel de Literatura (ambos otorgados en 1999), condensa, en un poema, la alfombra de culpas del gobierno alemán. Los versos se caracterizan por emplear un lenguaje directo, estilo exteriorista, sin la hilaridad de las metáforas surrealistas o esas imágenes audaces y cosmopolitas: “se debe entregar otro submarino a Israel/ cuya especialidad es enviar ojivas destructoras/ a un sitio donde la existencia/ de una sola bomba no ha sido probada/ donde solo el temor sirve de prueba/ digo lo que hay que decir”. El poeta alerta sobre el desastre humano y ecológico que podría representar “un ataque preventivo” de Israel contra Irán y sobre la complicidad del gobierno alemán que facilita el submarino con ojivas nucleares.
El poeta habla claro sobre la “hipocresía de Occidente”, porque sabe que nadie inspecciona el arsenal nuclear israelí. Tampoco escapa, al poderoso susurro del poeta, la imagen del dirigente iraní: “El presunto derecho a un ataque preventivo/ que podría destruir al pueblo iraní/ oprimido por un bravucón/ y guiado hacia el júbilo organizado/ porque se supone que en su territorio/se construye una bomba atómica”. Consciente de su pasado, de la maquinaria destructora que representó el fascismo alemán y de su propia militancia fugaz, confiesa: “¿Pero por qué guardé silencio hasta ahora?/ por qué pensé que mi origen,/ que está marcado por un baldón imborrable”. Y cuando la voz del poeta es lúcida y enérgica, ¿puede el oprobio condenarlo?
Mientras el poeta sacude con su voz el mundo, ese mismo mes de abril, un joven de la policía costarricense exhibe con orgullo una bandera con la esvástica o suástica (una cruz cuyos brazos están doblados en ángulo recto). Este acto folclórico o posmoderno es recibido con escepticismo y matices irónicos. Unos comentan que el joven neonazi es parte de la nueva expresión cultural, algo así como dejar vivir sin mirar a quién. Otros más suspicaces levantan las cejas y encienden luces, cámaras, micrófonos… ¿Quién adoctrinó a este joven en una ideología que niega los derechos humanos? ¿Conoce la historia de Waffen-SS –escuadras de protección- como cuerpo élite del ejército y de la policía alemana? ¿Sabe que el comandante en Jefe, Heinrich Himmler, fue un célebre asesino de millones de seres humanos: judíos, polacos, gitanos, latinos, homosexuales, comunistas…? ¿Sabrá que ordenó experimentos “científicos” con los prisioneros, torturas, cámara de gas, hornos y toda clase de vejámenes, y que finalmente se suicidó con una cápsula que contenía cianuro? ¿Y qué decir del “carnicero” de Wola (Polonia), Heinrich Reinefarth, que ejecutó a más de cincuenta mil personas, seres humanos, y gozó del protectorado del gobierno de Alemania Occidental y murió plácidamente en su residencia en 1979?
Es cierto que es una época de desencanto utópico; pero: ¿Hay derecho a humillar, a discriminar, a ofender en nombre de un reciclaje ideológico, xenófobo, que conlleva a un chauvinismo conservador? Escuchemos la voz del poeta Grass: “que muchos se puedan liberar del silencio/ exigir la renuncia a la violencia/ a los promotores del peligro visible/… solo así será posible ayudar a israelíes y palestinos/ más aún, a todos los seres humanos…”.
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