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Lombroso y actividad policial

Que sentiría usted, si un sábado a mediodía debe atravesar el parque  de su comunidad y dos oficiales de policía sin razón alguna lo detienen y frente a toda la comunidad le realizan una requisa y simplemente al no encontrarle nada le exigen que se retire de la zona, usted no tiene idea del porqué de su detención, lo que sí sabe es que sus conocidos que lo vieron probablemente se vayan con la idea de que usted anda en algo ilegal, pues de lo contrario dicha acción no debió darse. Pues bien, un sábado reciente me encontraba aparcado sobre la calzada del parque  de Cartago y observé cómo dos oficiales de policía  que se encontraban en labores de vigilancia en dicho lugar, realizaban precisamente esta acción sobre ciudadanos especialmente escogidos por ellos, obligándolos a abrir sus maletines y mostrar todas las prendas que ahí llevaban, así como a descalzarse y mostrar sus pies.

Que sentiría usted, si un sábado a mediodía debe atravesar el parque  de su comunidad y dos oficiales de policía sin razón alguna lo detienen y frente a toda la comunidad le realizan una requisa y simplemente al no encontrarle nada le exigen que se retire de la zona, usted no tiene idea del porqué de su detención, lo que sí sabe es que sus conocidos que lo vieron probablemente se vayan con la idea de que usted anda en algo ilegal, pues de lo contrario dicha acción no debió darse. Pues bien, un sábado reciente me encontraba aparcado sobre la calzada del parque  de Cartago y observé cómo dos oficiales de policía  que se encontraban en labores de vigilancia en dicho lugar, realizaban precisamente esta acción sobre ciudadanos especialmente escogidos por ellos, obligándolos a abrir sus maletines y mostrar todas las prendas que ahí llevaban, así como a descalzarse y mostrar sus pies.
 
Lo preocupante radica en que dicha detención no se realizaba en razón de alguna pesquisa policial, pues dichas personas una vez que se bajan de su  autobús, simplemente se les indicaba que debían detenerse e iniciar el procedimiento; esto solo se hizo con aquellos individuos que tenían ciertas características, a saber: jóvenes tatuados, de cabello largo, pantalones grandes, piercing o aretes y gorra. El trato demostraba que querían hacerles ver que ellos eran la autoridad y que ante ellos debían cumplir al pie de la letra sus indicaciones; no cabían preguntas y mucho menos explicaciones.
Al no encontrarles nada (en realidad creo que no tenían idea de que buscaban, simplemente salieron de pesca), los instaban a abandonar de inmediato el lugar; imagino que su apariencia provocaba inseguridad o incomodidad a los ciudadanos honrados que tienen su piel limpia  de tatuajes, que visten ropa al cuerpo y que cada mes cortan religiosamente sus cabellos en la peluquería de Don Enrique; así sin más, se convirtieron en ciudadanos de segunda categoría, que sin cometer falta alguna tenían restringida su libre circulación por el parque de la ciudad.
Imagino que estos noveles oficiales piensan que su actuación  es digna de aplauso y que de esa forma hacen ver a la comunidad, cómo la seguridad ciudadana se está alcanzando en nuestra provincia, a costa eso sí, de los derechos humanos de aquellos a quienes se estigmatiza por su sola apariencia.
En mi trabajo con jóvenes en conflicto con la ley, oigo día a día su reclamo ante la forma en que son tratados por los oficiales de policía, quienes los detienen tres o cuatro veces en la misma jornada, los trasladan a una delegación con fines de investigación y luego los liberan, con la advertencia de que se alejen del centro de la ciudad, todo motivado por su forma de vestir y por el “color” de delincuentes que tienen, esperan la mínima reacción de ellos en defensa de sus derechos, para tener -ahora sí- un motivo para detenerlos por resistencia a la autoridad. Esto no hace más que fortalecer las bases de un conflicto, en donde el diferente debe ser perseguido y segregado en aras de la paz social.
Lo malo es que esta conducta policial es respaldada por muchos ciudadanos que creen sentirse más seguros con ese actuar, que con el respeto de sus garantías en un proceso justo, ciudadanos que están dispuestos a ceder sus derechos en aras de una ilusión de seguridad, motivados por medios de comunicación que nos han vendido la imagen de nuestro enemigo, sí ,ese joven que viste diferente y que en medio de su libertad escogió tatuarse en un lugar visible de su cuerpo; ese es  el enemigo con quien estamos en guerra, por lo que no tiene derechos y mucho menos forma alguna de defenderse. Para que un juicio, si de todos modos la idea de que el Poder Judicial es el culpable de la impunidad está más que asentada -a punta de medias verdades que se convierten en mentiras completas en un acientífico impunímetro- en casi el 80% de la población.
No sé si esta estrategia policial será un hecho aislado realizado por dos ignorantes con iniciativa o si por el contrario es una de esas órdenes no escritas que se deben cumplir y de las que nadie se responsabiliza; sea cual sea la respuesta, ninguna es sostenible en un Estado democrático de derecho, a menos que ya hayamos renunciado a él;  sería bueno que las autoridades policiales vigilen la formación que se está dando en sus academias; eso que observé no es para nada una policía civilista, policía que debe velar por la seguridad de todos los ciudadanos,  oficiales que deben ser colaboradores de la ciudadanía, no prepotentes con ínfulas militares que buscan exteriorizar su deseo de mostrar su poder, aunque este sea tan pequeño que para ejercerlo haya que agredir a otros. Al final me pregunto ¿Quién es el verdadero enemigo del que nos debemos cuidar?

  • Rodolfo Chaves Cordero (Defensor público)
  • Opinión
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