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Si en las próximas elecciones presidenciales, sorpresivamente y contrario a todos los pronósticos posibles, los y las costarricenses, decidiésemos no elegir a los mismos políticos, y sus tradicionales partidos de siempre. ¿Colapsaría irremediablemente el país? O, por el contrario, nos encontraríamos frente a las puertas de una oportunidad histórica, para realizar una especie de “limpia’’ en nuestra tan abusada democracia.
¡Qué pasaría! Si en las próximas justas electorales, los y las costarricenses no nos asustásemos ante la política del miedo, y amenazas apocalípticas de caos, si no elegimos a los bendecidos.
Si en nuestra fiesta democrática tuviesen una mínima influencia: las rifillas de casas, de bien social por supuesto, los bonos de deuda política en bandeja de plata, para el selecto grupo de “desinteresados amigos” del partido, y a la prensa “objetiva e independiente” de hoy, no le fuese nada fácil intervenir irresponsablemente defendiendo algunos intereses, y posiciones ideológicas sospechosas, en nombre de no se sabe: ¡Cuál libertad! ¿Colapsaría nuestra economía?
¿Se tornaría ingobernable el país? O por el contrario, abriríamos la puerta a un grado razonable de transparencia, que nos permitiría con mayor posibilidad de éxito, descubrir intereses no tan claros en: concesiones sospechosas, millones gastados en “remiendos” de calidad mundial, tipo platina, consultorías billonarias de todos los sabores y colores que por lo general difícilmente sabemos qué “tanto aportan”, junto a jugosos contratos con camaritas que hasta hace muy poco, estaban a punto de recetarnos partes a diestra y siniestra, para cumplir a lo mejor, con una “meta diaria” de rentabilidad, pero irrespetando el estado social de derecho. ¡Cómo nos sonreiría el futuro!
Si en lugar de elegir al más guapo o la más guapa, al hijo de este o aquel, al menos malo, o al chineado o la chineada del partido, decidiésemos elegir a quien nos presente; el programa de gobierno más creíble y con posibilidades reales de poder ser ejecutado y financiado, menos demagógico, pero sobre todo más consecuente con los problemas que más agobian y preocupan, no a un grupo, sino a la gran mayoría de los y las costarricenses.
¿Estaríamos ante un panorama sombrío? ¿Perderíamos irremediablemente el rumbo? O más bien veríamos luz al final del túnel. ¡Hacia dónde iría el país! Si eligiésemos gobernantes, que en lugar de decretos de “interés público” a cuestionables proyectos o sospechosas aperturas a contratos billonarios de concesión de puertos, llevándose en desbandada el derecho laboral y sindical de la patria, impulsaran propuestas serias y transparentes apegadas al ordenamiento jurídico, con el fin de lograr el mejor aprovechamiento de nuestros recursos naturales, cualesquiera que estos sean, junto a la modernización de nuestra infraestructura, y por qué no, su concesión a una gestión privada mucho más eficiente, que mejore el desastre actual.
Pero en donde participen con reglas claras el capital privado, y ojalá de las empresas más prestigiosas y reconocidas del mundo, en lugar de favorecer a consorcios medio extraños, creados pareciera a la carrera, para sacarle jugosas tajadas al país, argumentando que a las empresas más serias del planeta, no se les puede pagar lo que piden, por venirse a “tropicalizar”. ¿Se asustarían los mercados y sus agencias calificadoras de riesgo?
O más bien aplaudirían la osadía nacional. Pasarían muchas cosas, si en las próximas elecciones hiciésemos un alto en el camino, y procuráramos elegir a todos los y las funcionarias públicos sujetos a elección popular, con un amplio sentido de responsabilidad, en donde los votos de los y las costarricenses, aplicaran por mucho tiempo el freno, a quienes desde vieja data ven en el proceso político y democrático del país: una simple oportunidad de negocios. A lo mejor nuestra democracia y las futuras generaciones lo agradecerán.
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