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Alejandro Miranda: “Compartir es la base de la sociedad”

Alejandro Miranda es psicólogo especializado en educación y promotor de cultura libre. (Foto: Kattya Alvarado)

Alejandro Miranda es psicólogo especializado en educación y promotor de cultura libre. (Foto: Kattya Alvarado)
Alejandro Miranda, psicólogo de origen mexicano y promotor de cultura libre, visitó el país la semana pasada e impartió la conferencia “Compartir en tiempos del copyright”, en la Universidad de Costa Rica.
El activista, especialista en educación e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México, asegura que la acción de compartir es natural y fundamento de la sociedad, por lo que las restricciones en torno a la circulación de productos culturales deben ser repensadas.
En entrevista con UNIVERSIDAD, Miranda explicó la importancia social del obsequio y reflexionó sobre el uso de licencias Creative Commons, prohibiciones a la circulación libre del conocimiento y la cultura. Además, compartió sus preocupaciones sobre la “privatización de Internet” y la vulneración de los espacios privados de los usuarios de la red. A continuación, se ofrece un resumen de esta entrevista.
 

Cuando dice “compartir”, ¿a qué se refiere específicamente y por qué es importante?
—Compartir es la cesión de algo, normalmente un objeto, hacia un tercero. Ese es el acto más primitivo de compartir, pero ¡ojo!, compartir supone propiedad, no se puede compartir lo que no es tuyo. Solo podemos compartir lo que nos pertenece, individual o colectivamente.
Es importante, porque los grupos humanos se conforman a través del compartir. Pensemos en el lenguaje: uno considera que el lenguaje simplemente está ahí, pero ¿a quién le pertenece? Uno llega a este mundo por accidente y el lenguaje le pertenece al grupo, no a los padres, sino a la sociedad y es ella quien te obsequia el lenguaje, de manera voluntaria y explícita.
Lo que le pertenece al grupo es la cultura, los objetos culturales tangibles e intangibles que compartimos, y esa es la base de la sociedad, de la construcción del conocimiento y, por tanto, de la humanidad. Aprendemos a hablar, a leer y a escribir, porque la sociedad nos obsequia una serie de herramientas para el pensamiento. Yo sostengo que compartir no es algo ajeno, es más, es lo humano. Somos humanos no porque nazcamos con forma de humanos, sino porque la sociedad nos va formando humanos. Lo que nos obsequian es la humanidad.

Si compartir es “lo humano”, ¿cómo interpreta el copyright y los derechos de autor?
—Partimos de que lo humano se comparte. La sociedad comparte porque así es la sociedad. Pero a partir de la imprenta, como era muy alta la inversión para imprimir y para incentivar que explotara como industria, la sociedad —a través de los gobernantes— decidió ceder lo que nos pertenece a todos a unos cuantos por un tiempo determinado: 20 años a partir de la publicación de una obra, creo que eran, y eso era razonable.
Por más que me digan que el ser humano es bueno por naturaleza, la historia nos ha demostrado que en medio de tanta gente buena, siempre hay un puñado de abusivos. Pues este puñado comenzó a pedir extensiones en la cesión de estos derechos, en el dominio sobre las obras y así llegamos a que hoy en Estados Unidos, la regla es que tienen derecho por 95 años después de la primera publicación; en Costa Rica son 75 años después de la muerte del autor y en México es peor, son 100 años después de la muerte del autor. Tenemos el record al respecto. ¿Qué pasó entre “20 años después de la primera publicación” y “100 años después de la muerte del autor”? La distancia entre ambas normas es francamente abusiva.

Habrá quien piense que es razonable que los derechos sobre una obra pertenezcan al autor o sus descendientes para siempre.
—Sí, pero por eso es importante el concepto de cultura. Por ejemplo, Carlos Fuentes no solamente hizo una novela; lo que creó fue un hito cultural, un referente.
Estas personas al trabajar con objetos intangibles no solo crean objetos, sino referentes históricos; de manera que no hay vuelta atrás, la sociedad lo toma, lo reelabora y se lo va a apropiar como suyo.
La industria trabaja con la cultura, se apropia las ideas de la cultura, crea un objeto que consumimos, reelaboramos y nos lo apropiamos. Entonces sí, los hijos de Carlos Fuentes tienen derecho a vivir de su obra, pero como no se trata de un edificio, sino de un bien cultural, tiene que haber un límite para que el resto de las personas pueda hacerlo circular y reelaborarlo.

¿Y cómo hacerlo circular?
—En muchos países el derecho de autor no es renunciable, no se puede publicar una obra de dominio público; por eso, nos sirven las licencias Creative Commons. Si uso la licencia más permisiva, cedo todos los derechos que la ley me ampara, pero si uso la más restrictiva me reservo usos comerciales, atribución y derivaciones. La gente tiende a pensar que Creative Commons es muy liberal y no, son gradientes. Van desde lo más restrictivo a lo muy liberal.
Yo no soy de los que cree que toda obra debe ser libre, sino que deben ser amigables con la cultura. El grado de libertad es decisión del autor. Quien escribe una novela, decide si la vende o la regala y si permite que la copien para vender o para regalar o qué. Quien debe decidir es el creador; no podemos imponer un tamiz terminológico, porque eso es fascismo. Si alguien quiere cobrar y cobrar mucho por su obra, que lo haga; la gente verá si se la compra.
Yo solo me opongo rotundamente a que no se permita la libre circulación de las obras. De todas formas, la circulación y la reelaboración es inevitable, sea ilegal o no. Como en la vida diaria, yo leo un buen libro y te lo presto, tú lo prestas y así sigue circulando. Y aunque la obra sea restrictiva no se va a impedir la reelaboración cultural, porque no le pertenece al autor, nos pertenece a todos a través de la cultura.
Estamos hablando de lo más natural, somos máquinas de reproducir cosas, de reelaborar. Yo leo una novela y el guión de la novela se va a impregnar en mí y si algún día yo escribo una novela voy a retomar esa y las otras cien que he leído, así que me van a decir que se parece a esto y a aquello, ¿obvio, no?

Entonces, ¿no hay nada nuevo?
—No hay nada original. Novedoso, sí, pero original, no. Todo lo nuevo parte de lo conocido. Toda obra está hecha sobre las bases de la cognición y la cultura; la discusión va por ahí, no hay obras 100% originales, todo está hecho sobre el trabajo de alguien más.

Usted afirmó en su conferencia que “todos éramos dueños de Internet, pero que ahora hay pequeñas fincas privatizadas”. ¿En qué sentido?
—Hay que reconocer que Internet se está perdiendo. Teníamos un bien comunal; Internet lo creamos todos. En el sentido zapatista de la expresión: Internet es de quien la trabaja. Lo fuimos poblando poco a poco; estaba primero inundado de instituciones, porque podían pagarle a los creadores de contenido; pero, con el surgimiento de herramientas que nos empoderaron, la fuimos poblando y entonces nos pertenecía.
Pero pasó lo mismo que con la propiedad intelectual: en la idea de beneficiar “la industria de la cultura”, hemos dejado que se cedan bienes comunales, que le pongan trancas o paredes que restringen la libre circulación. Ellos han construido pequeñas fincas donde —para entrar— tenemos que pagar una pequeña cantidad o ceder a condiciones abusivas sobre nuestra privacidad. Y peor aún, hay quien pide que se rompa la neutralidad de la red.

Profundice en ese tema.
—Actualmente, cuando yo envío algo por Internet, al protocolo no le interesa qué es y tampoco pregunta quién le manda a quién. Lo que quieren ahora los empresarios de la conectividad es que se seccione Internet, para videos, contenidos, música, etc. Así, cuando te brinden el servicio te van a vender “paquetes” que incluyan ciertas cosas o no. Ahora tenemos una red, lenta o rápida, pero completa.
Además, al seccionar así Internet se facilita la censura. De un “tris”, un país puede tumbar todo el video o el audio. En los estándares que se están proponiendo se sugiere que se exijan datos de quien envía la información. La pérdida de neutralidad implica no solo el fraccionamiento, sino la pérdida del anonimato y otras cuestiones de privacidad.
Y es que dicen que los “anónimos” han hecho de Internet algo malo. Por ejemplo, uno de los argumentos que venden es que si quitamos el anonimato vamos a acabar con la pornografía. Uno piensa que sí, que hay cosas que están mal, pero por perseguir a los criminales también podrán perseguir a los “criminalizados”. Es decir, por hacer un bien, podemos quebrar la libertad de todos los usuarios. El tema de la red neutral no es un tema de negocios, es hablar de cómo garantizamos las libertades civiles en Internet.

  • Daniela Muñoz Solano 
  • Cultura
Fascism
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