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La guerra contra las drogas: buscando alternativas

La guerra contra las drogas es un tema que aqueja en gran medida a la mayoría de los gobiernos actuales. Se ha abordado en muchas ocasiones como una plaga que se debe erradicar de raíz, viéndolo como una amenaza para la sociedad en general y a su vez generando planes y leyes que repriman a la parte de la población involucrada en este fenómeno y las cuales están regidas en gran medida por consideraciones ideológicas, políticas o diplomáticas.

La guerra contra las drogas es un tema que aqueja en gran medida a la mayoría de los gobiernos actuales. Se ha abordado en muchas ocasiones como una plaga que se debe erradicar de raíz, viéndolo como una amenaza para la sociedad en general y a su vez generando planes y leyes que repriman a la parte de la población involucrada en este fenómeno y las cuales están regidas en gran medida por consideraciones ideológicas, políticas o diplomáticas.
Sin embargo, se encuentran varias fallas en las estrategias antidrogas que se deben analizar con lupa para revelar la falta de dedicación para maximizar la salud y el bienestar humanos, y con ello encontrar una posible dirección que guíe a la razón del fracaso de estos años de lucha.
Una de las derivaciones que se debe comprender del fenómeno actual de las drogas, se sustenta en la evidencia científica que afirma que esta condición debe ser considerada como una enfermedad crónica, de la misma manera como lo son patologías como la hipertensión, la diabetes, entre otras. Según el Manual de Diagnóstico de Enfermedades Mentales (DSM IV), el diagnóstico de la enfermedad adictiva debe ser llevado a cabo según los criterios establecidos mundialmente, y una vez realizado este, el paciente merece recibir el tratamiento adecuado para garantizar una mejoría o estabilidad en su calidad de vida. En este contexto nacen los Programas de Reducción de Daños, los cuales consisten en una serie de medidas orientadas a la disminución de las consecuencias negativas asociadas al consumo de drogas de abuso, enfocado en el bienestar del consumidor, su reintegración a la sociedad y la defensa de sus derechos humanos.
La reducción de daños se basa en un amplio espectro de propuestas, la mayoría muy concretas, ante situaciones diversas de sufrimiento; esto con el objetivo de desarrollar una filosofía basada en diferentes actividades que tienen el fin de un uso activo, pero con menos daños, por lo que no se opone ni a la prevención ni al tratamiento, por el contrario, los complementa.
La implementación de este tipo de asistencia al sector de la salud en algunos de los países del continente Europeo como es el caso de Holanda, ha traído consigo frutos muy positivos. Partiendo de un caso hipotético donde se presenta un paciente al sistema de salud diagnosticado con la enfermedad del sida; su tratamiento implica costos exacerbados en la compra de antirretrovirales. Ahora, si se supone que la vía de infección por la que el virus llegó a este paciente fue el contagio por medio de jeringas infectadas al administrarse heroína, surge la interrogante: ¿cuántas veces más barato sería brindarle al paciente jeringas estériles? Desde otro ángulo, también se puede pensar en la condición humana del paciente: si un paciente que contrajo sida por contacto sexual (donde dicho acto fue totalmente voluntario) recibe su tratamiento antirretroviral, y además se le proporcionan condones para evitar contagios posteriores, ¿por qué no aplicar este tipo de prevención en un paciente que presente el claro diagnóstico de la enfermedad adictiva?
Este tipo de interrogantes buscan minimizar la desigualdad social con la que cargan las personas vinculadas al mundo de la drogadicción y a la misma vez dieron pie al desarrollo de la reducción de daños, donde no se trata el fenómeno como un factor que afecta solo a un grupo completo de individuos, sino que visualiza la situación de cada consumidor en su condición humana.
El reto más controversial que enfrentan los pueblos actuales es la ruptura de los estereotipos creados con el pasar del tiempo, donde se considera al mal llamado adicto, como una “peste social”, como una amenaza para la seguridad de los ciudadanos, relacionado a su vez con el concepto que se tiene de una droga y que involucra probablemente el carácter ilegal que poseen muchas de ellas. Sin embargo, partiendo de un pensamiento más global, el verdadero desafío consiste en desdemonizar el consumo de sustancias psicoactivas apoyando programas como estos, para así lograr establecer la equidad con la que merece fielmente ser tratada cada persona independientemente de su condición.

  • Ma. Fernanda Calvo Fonseca
  • Opinión
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