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Es mucha la sabiduría que encierra el conocimiento popular, aquel que viaja a través del tiempo a manera de palabras. Y mucho de este saber se encierra en los dichos populares, tan utilizados y pocas veces analizados.
Pero este escrito no es sobre cultura, sabiduría o herencia, y la razón para retomar este punto es simplemente traer a flote un viejo dicho popular, el cual reza así: “los cementerios están llenos de hombres indispensables”.
Un fragmento que nos habla sobre la fragilidad de nuestra existencia en esta tierra, y las maravillas que podamos llevar a cabo en nuestra estadía terrenal, nunca ira más allá de la ley natural de dejar este espacio.
Es este el motivo de escribir de hoy, la partida de uno de esos hombres indispensables, una de esas personas que nunca descansó en su lucha ideológica, una lucha que no sostenían las armas ni la violencia, una lucha sobre los pilares de la educación y el debate, fundamentada en la publicación de las atrocidades cometidas por el sistema actual.
El doctor Carlos Manuel Quirce Balma, catedrático, investigador, profesor, maestro de vida, creyente no solo en las maravillas de una vida trascendental, sino creyente también en la humanidad, en la igualdad.
Arduas horas pasó frente a su ordenador y en su laboratorio, instruyendo, escribiendo y meditando sobre la situación del planeta, cultivando sueños para mantenerse vivo, para ser joven de mente y corazón.
La química, la psicología, y la teología, pilares de su saber, el humanismo, pilar de su filosofar, con un sentido del humor muy despierto, y con una visión y fe en las personas que a más de uno nos llegó a cambiar la vida para bien.
Un apetito del conocimiento insaciable, que los años jamás pudieron erosionar, hacía del Doctor Quirce una persona indispensable, que hoy, tristemente nos ha dejado.
Cargaba sobre sus hombros años de conocimientos, experiencias y saberes que simplemente sobrepasaban cualquier expectativa: historia, filosofía, teología, idiomas, ciencia, arte. Una mente brillante que no podrá ser remplazada ni bajo el esfuerzo de planteárselo.
Esos mismos años que hicieron de él una persona cálida, y amigable, aunque como él mismo solía admitir (y sus antiguos compañeros y estudiantes dan testimonio) no siempre fue así. Esto nos relata sobre el gran cambio que muchos no logran en vida y que tanto mérito tienen, de convertirse de una persona autoritaria y estricta a un ser humano comprensivo y amigable. Empleaba ya no los regaños, pero sí la disciplina y la concientización para enseñar.
Gustaba rodearse de personas con conciencia humanitaria, muchas veces infravaloraba las competencias iniciales. Ponía empeño en hacer crecer a sus estudiantes tanto como seres humanos de bien, que como futuros profesionales.
Su lucha era constante y precisa, desde lo psicosocial, no creía en las balas ni la violencia, mas apelaba a la conciencia humana, al sentimiento de hermandad con el prójimo que todos, como seres humanos, debemos tener.
La literatura, la publicación, eran su arma. Criticó fuertemente el modelo neoliberal, y cómo este convertía al ser humano en mercancía, despojándolo de su humanidad y poniéndole precio a su vida, lucha y su silencio por los más explotados.
Sus publicaciones científicas vieron por décadas, la luz en prestigiosas revistas internacionales, sus ensayos y escritos teóricos le dieron un lugar en cualquier campo en que se dedicara a investigar.
El estrés y su herbología, tema en que centró su obra tras regresar de su retiro, vio añadidas diversas páginas con su nombre, codeándose con autoridades en campos como los alucinógenos, el estrés y la esquizofrenia.
Su aporte a la Universidad fue invaluable, como investigador un incontable número de publicaciones, así como proyectos de los cuales se derivaron resultados que se discutían a nivel mundial.
“Per aspera ad astra”, sin duda la frase de sus últimas semanas, su legado, su obra hacen que, incluso dejando esta vida terrenal, esto no se convierta en una adversidad, para dejar atrás, su pensar.
Con la frente en alto, mirando hacia las estrellas, nos deja un hombre indispensable, pero no su legado, no sus enseñanzas, ni mucho menos sus deseos. Hasta siempre Doctor Quirce, cuyo brillo nunca se apaga, mas resplandece tan intensamente como ayer, en los recuerdos de quienes gran honor tuvimos de ver brillar.
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