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Reavivando el debate en torno a la diplomacia profesional

De un tiempo para acá estuvo de moda, en los ámbitos académico y político, el debate en torno a la profesionalización del Servicio Exterior. Sin embargo, he visto cómo ese sano ejercicio poco a poco perdió fuerza frente a otras aristas que conciernen al estado.

De un tiempo para acá estuvo de moda, en los ámbitos académico y político, el debate en torno a la profesionalización del Servicio Exterior. Sin embargo, he visto cómo ese sano ejercicio poco a poco perdió fuerza frente a otras aristas que conciernen al estado.
Hubo un cambio de jerarca en la Casa Amarilla, se materializó una carretera en ciertas zonas fronterizas y se fueron normalizando ciertas políticas en temas hacendarios, entre otros asuntos que en cierta forma palidecieron las conversaciones sobre el asunto que se venían gestando en los medios. Sin embargo, hoy quisiera volver a poner el tema de la diplomacia sobre la palestra.
La diplomacia es un arte; es una profesión necesaria para la supervivencia de los más elementales principios en que descansa la seguridad y la paz mundial. Si interiorizamos lo anterior, sabremos lo importante que es dar soluciones modernas a las nuevas exigencias de profesionalización diplomática del siglo en que nos ha tocado vivir.
En esta lógica, es preciso señalar que existen algunas intervenciones del Estado que de alguna u otra manera pueden caracterizarse a partir de la direccionalidad y la orientación normativa y organizativa que adopte. Las políticas públicas, y en el ámbito de la diplomacia no es la excepción, la forma en que se dirigen, actúan y articulan las entidades estatales para atender ciertos problemas más que otros, caracterizarán la identificación de lo que el Estado considerará como prioritario o no tanto.
Podríamos decir entonces que la profesionalización del servicio exterior, si bien se han hecho grandes avances históricos desde la promulgación del Estatuto del Servicio Exterior de la República en 1965, aún no alcanza el tope de su discusión, sino que, por el contrario, quedan cosas por hacer.
Ante esta disyuntiva, es mi parecer que se hace necesario que el país entre en un proceso de discusión que permita sentar las bases de una profesionalización del servicio exterior digna de los cambios propios del nuevo siglo.
A este punto infiero cuál será su siguiente pregunta: ¿Sus ventajas? Pues son múltiples. En primer lugar, ello ayudaría a establecer un trascendental vínculo entre la diplomacia, las realidades del mundo contemporáneo y la adecuada proyección hacia el futuro que pretende el país; en segundo lugar, en la medida en que la profesionalización de la carrera diplomática se consolide, se reforzaría el papel del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto la imagen de Costa Rica ante la comunidad internacional, y en tercer lugar, se capacitaría a un personal preparado para atender las exigencias propias de la ciudadanía costarricense del presente, representando al Estado con dignidad y demostrando que la diplomacia es una profesión tan humana como cualquier otra.
Este es el menú que les propongo, la mesa está servida para retomar la discusión.

  • Jorge Umaña Vargas (Coordinador de la Maestría en Diplomacia UCR- Instituto Manuel María de Peralta)
  • Opinión
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