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Asistimos a la renuncia de las responsabilidades directas o primarias, esas que dan sentido a los encargos que cada quien asume. Como si los mástiles renunciaran a cargar sus velas. El resultado queda a la vista: nuestro barco dejó de andar hace tiempo.
Ni los ciudadanos hacen lo suyo, sea por cinismo o falsa cultura, ni los gobernantes asumen su carga.
Hoy, en Costa Rica, parece deporte nacional evadir responsabilidades. Pero eso sí, reclamando el disfrute de derechos. Un abuso consuetudinario del sofisma y la pose populista, al mejor estilo de los “crowd pleasing candidates” o aduladores de masas, esos que desde ayer y aún con más ímpetu hoy, nos acosan y amenazan con campañas ignorantes y costosísimas, reelecciones indeseadas e hipercalculadas y una reproducción de aquella cultura de estulticia e improvisación que nos mantiene en este sumidero o cementerio de las virtudes en que se ha convertido la política costarricense.
La presidenta Chinchilla, fiel reflejo de su pueblo, se ha retratado de cuerpo entero al incurrir en una comisionitis aguditis cuasi ridiculis.
Quien no sabe, o aún sabiendo, no se atreve, recurre a comisiones.
Afirmó en campaña saber de seguridad, es más, haber dedicado su carrera toda, a ese delicado tema. Sin embargo, pospuso toda decisión y perdió valioso tiempo recurriendo a una comisión que, a su vez, delegó en otros la definición de lo que había que hacer en seguridad.
El resultado de aquella experiencia con nombre anodino, Polsepaz, es que seguimos en lo mismo. Poco o nada pasó porque la presidenta no decidió, más bien delegó y pospuso, en síntesis, evadió, quedando patente lo que ya sabíamos: remitir un asunto a una comisión equivale a estrangular cualquier esperanza de decisión y acción.
¿Y los delincuentes? Bien, gracias.
Pero no solo esa vez la presidenta se agachó. La crisis en la CCSS, provocada por todos los gobiernos anteriores de los que Liberación Nacional es mayoría deshonrosa, era otra oportunidad para decidir y demostrar firmeza. Al nombrar nuevamente una comisión para disimular su indecisión, no solo perdió la oportunidad de probar su liderazgo, sino a su ministra más popular y competente, términos, por cierto, difíciles de reunir por estos días en una funcionaria de ese nivel.
Después se supo que María Luisa se fue porque no estaba dispuesta a consentir la descalificación implícita en el nombramiento de una comisión de “notables” que vino a soslayar la obligación del ministerio de Salud como responsable del sector.
Dos tesis chocaron ahí. La de una ministra decidida y valiente, pero sobre todo responsable, y la de otra ministra -esta última metida a jugar de presidenta- con miedo a todo, desde expulsar corruptos de su gobierno al primer atisbo, hasta resolver problemas tan ingentes como los que aquejan a la CCSS en sus finanzas y cultura institucional. Nada muy distinto a lo que hoy ocurre en el ICE por cierto, otra entidad víctima de la piñata política de aquellos improvisadores cuyo único mérito ha sido pegar banderas y ponerse una bisagra en la espalda.
Continuando con esa tendencia, hoy la presidenta reconoce tácitamente que no puede o no sabe gobernar. ¡Haberlo advertido antes! Tal vez aquellos incautos que votaron por ella para el cargo se habrían vacunado contra una candidatura tan irresponsable y tal vez, solo tal vez, no la habrían metido en semejante camisa.
Acaba de nombrar a otra “comisión de notables” para dictaminar los términos de gobernabilidad y decirle por dónde ir y qué hacer.
¿Y entonces? ¿Para qué presidenta? ¿Para qué partidos políticos, para que universidades y en general academia, para que ministros y asesores?
Solo falta nombrar una comisión general en lugar de cada autoridad pública como vienen algunos proponiendo. No se trata de cambiar solo los elementos, sino los términos de valentía con que se asumen los encargos. Porque mientras en este país todo siga siendo a lo tico, sin “comprarse broncas” ni comprometerse con nada que vaya más allá de los derechos y beneficios personales, eludiendo toda obligación y por tanto las incomodidades intrínsecas, nada se resolverá, al menos no lo estructural.
¡Qué bien lo decía Napoleón! “Nadie es grande impunemente”.
Este país no se resuelve con comisiones, sino con decisiones. O cada palo aguanta su vela –léase costo político, económico y personal-, en cuenta los ciudadanos que deberían ignorar menos y desde ahí involucrarse más, o ninguna salida va a ser bonita cuando en la noche oscura todos los gatos sean pardos.
Así, con el perdón de los que viven en el país más feliz de mundo y se disgustan con la crítica directa, primer deber de todo patriota y base elemental para el señalamiento de lo equívoco, trámite indispensable para lograr corregir y avanzar.
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