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Luego de que Justo Orozco fuera elegido para dirigir la comisión de Derechos Humanos en la Asamblea Legislativa, han surgido una serie de dudas y cuestionamientos, que sin lugar a duda tienen bastante fundamento. Tratar el tema de que el diputado Orozco profesa un cristianismo bastante dudoso no es cosa nueva (“Pagaré en el tiempo de Dios”). Decir, además, que es un homofóbico recalcitrante (“En Renovación Costarricense no encontrarán a un ‘toma guaro’ que anda de madrugada atropellando a la gente o a un gay o lesbiana”) o un machista extremo (“El principal título… de una mujer es ser mamá, es tener hijos”) es algo que no nos sorprende en estos momentos. Mencionar que ignora la teoría más elemental de los derechos humanos parece que tampoco es un tema novedoso (“Yo tengo conocimiento amplio en ciencia gracias a mis estudios en matemática”). Tampoco que alguien que ostenta un puesto como el suyo no tenga la más mínima sensibilidad (“Yo conocí a un joven de 20 años, profesional, educado, bien parecido, que a los 20 años murió de sida, y eso encarece los tratamientos para que los pobres que sufren de cáncer reciban sus tratamientos”). Incluso, podríamos decir que la pena ajena que nos sobrecoge cuando escuchamos la dificultad con la que el señor Orozco intenta esbozar una frase coherente (“Anhelamos una Costa Rica que la Biblia señala de la Iglesia Primitiva donde las cosas eran compartidas”) ya es un tema conocido por todos desde hace mucho.
Básicamente, Justo Orozco es la antítesis perfecta de los derechos humanos, él simboliza todo lo que los derechos humanos combaten: la intolerancia (“Él era libre, pero que tuviera una conducta ejemplar y que no tratara de manifestar su preferencia dentro de la institución”, expresó Justo Orozco con respecto a alumno gay de su universidad), el odio (“Quiero limpiar la agenda, quedan pendientes temas de ciegos y de indios”), la ignorancia (“Yo no conozco pobres”), la discriminación (“Tenemos misericordia por esa gente, pero lucharemos para enderezar las veredas por las que camina Costa Rica”), las desigualdades (“Cada tiro van adquiriendo más cosas (…) ¿Para qué vamos a seguir dándoles conquistas y conquistas si va a existir un montón de personas infelices y de problemas?”) y la arrogancia (“La prensa no tiene ningún derecho ni a hacerme preguntas ni a juzgarme, pues no son ningún poder”).
Con su actitud seudo-humanitaria y piadosa, esconde su homofobia. Lo que llama amor al prójimo es simplemente una máscara de odio; su tolerancia es una hostil represión encubierta y su sensibilidad es una ignorancia que no quiere dejar de serlo. Es así como se da, una extraña paradoja: los valores universales que predica, se vacían de todo su contenido positivo y se vuelven negadores, excluyentes y represivos. Haciendo así de los “derechos humanos” un mecanismo de exclusión y de odio. Desde sus falsos supuestos permite toda una serie de violaciones, a favor de unos derechos que abiertamente desconoce (“La homosexualidad no es un derecho humano”). Mayor contradicción no puede existir. Pero no nos preocupemos, así es la justicia en Costa Rica, eso es lo Justo en los Derechos Humanos. Triste, triste sin duda.
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