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“Letra muerta”

“Miles de carros diarios pasan por aquí…”. Así pone una de las cientos de vallas publicitarias en la costanera sur. Que no es lo mismo que “miles de carros a diario pasan por aquí” o “miles de carros diariamente pasan por aquí”. Recordé el lanzamiento de la campaña publicitaria de un banco privado transnacional llamado “Hachebecé”; el rimbombante anuncio, con vallas incluidas, lo escribía sin hache; ¡Achebecé! La primera es, más o menos, la traducción, por parte de una máquina, del inglés al español. La segunda un atentado gramático/publicitario de alta resolución, aunque uno se haya acostumbrado a ello, incluso en las primeras páginas de grandes medios o en los cintillos de los telenoticieros y programas “en vivo”.

“Miles de carros diarios pasan por aquí…”. Así pone una de las cientos de vallas publicitarias en la costanera sur. Que no es lo mismo que “miles de carros a diario pasan por aquí” o “miles de carros diariamente pasan por aquí”. Recordé el lanzamiento de la campaña publicitaria de un banco privado transnacional llamado “Hachebecé”; el rimbombante anuncio, con vallas incluidas, lo escribía sin hache; ¡Achebecé! La primera es, más o menos, la traducción, por parte de una máquina, del inglés al español. La segunda un atentado gramático/publicitario de alta resolución, aunque uno se haya acostumbrado a ello, incluso en las primeras páginas de grandes medios o en los cintillos de los telenoticieros y programas “en vivo”.
Sin embargo, la frase que nos dejó anonadados, también en la costanera sur, provenía de un rótulo dizque conservacionista: “Corredor ecológico. Haga silencio…”. Detrás de nosotros bufaba un enorme camión-cabezal conducido, seguramente, por uno de esos tantos energúmenos que pululan en nuestras carreteras, el cual compresionaba como loco a modo de (amedrentar) exigir espacio para adelantar. El ruido de ese monstruo se escuchaba kilómetros a la redonda haciendo, de seguro, que mapaches, monos, pizotes, ardillas y otras especies huyeran despavoridas ante el infernal escándalo. No sabíamos si reír o llorar.
Así, desastrosa y culturalmente, andan los asuntos en nuestro terruño: casi todo texto público o es propaganda espuria o letra muerta. La Constitución Política o Carta Magna: letra muerta. Los principios y valores: letra muerta. La ética: letra muerta. Las promesas: letra muerta. Los planes de gobierno: letra muerta. La consulta y/o el voto popular: letra muerta. La lucha contra la corrupción: letra muerta. El parlamento y sus leyes: letra muerta. Los medios comerciales: cebo y sesgo. Las “redes sociales”, en su generalidad: tontada, proselitismo, autobombo y desconsuelo. En fin…
Lo vivo de este país, por fortuna, son los amplios sectores sociales descobijados por el estado neoliberal y condenados por el mercado total. Es decir, la sabiduría popular que recomienda guarecerse de mensajes viciados por la retórica y la chabacanería política de nuestros “representantes” o “políticos” de turno. En otras palabras, la voz de la plaza pública, esa que renueva constantemente la lengua con su fisga y sus parodias, la que, casi siempre, coloca la paleta en su lugar. Basten dos ejemplos: 1. Debajo de una pintada que rezaba: “Cristo viene, preparese (sin tilde)”, le colgaron: “Por Sansa ya hubiera llegado”. 2. “No fume mota, somos muchos y queda poca”.

  • Adriano Corrales Arias (Escritor)
  • Opinión
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