Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
Nunca olvidaré aquellos gloriosos días de marzo y abril del año 2000, en el cual el pueblo de Costa Rica, asechado por un proyecto de ley que pretendía adelantar en 7 años la privatización de la empresa de electricidad y telecomunicaciones (Instituto Costarricense de Electricidad [ICE]), intempestivamente se lanzó a las calles, cerrándolas con cuerpos y barricadas, en contra de lo que se conoció como el “combo ICE”; así entendido por la forma en que, por partes (tres proyectos en uno) y a precio de promoción, dicha institución se ofrecía al mejor postor.
Fue de pronto que el país quedó paralizado, después de días de vigilia por parte de patriotas que se oponían a la aprobación del “combo” frente a la Asamblea Legislativa, proyecto finalmente aprobado en primer debate. Los bloqueos en las vías se sucedían en forma espontánea y solo respondían a las directrices de los líderes sociales que se manifestaban frente al Parlamento, y a la voz de los diputados de la fracción del partido Fuerza Democrática, representada por el liderazgo del diputado José Merino del Río.
Estando en casa de un líder comunal, en Chachagua de Peñas Blancas de San Ramón, fui testigo de las declaraciones del entonces ministro de la presidencia, de apellido Chaverri, quien, en un noticiero de televisión, el 3 o 4 de abril era entrevistado sobre la tensa situación que vivía la Nación, mientras el Presidente Rodríguez no aparecía por ningún lado. El país estaba paralizado y el Gobierno estupefacto. “Y ahora qué hará el Gobierno”, preguntó el periodista al ministro Chaverri. “¿Cómo que qué haremos?”, más o menos contestó el ministro, “pues lo que el pueblo y el señor Merino decidan”.
El triste episodio que se vivió en la mesa de negociaciones, instalada por algún “genio del mal” (Descartes) en el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), de donde la dignidad del expresidente Rodrigo Carazo Odio le obligó a retirarse, es tema aparte. Solo agregamos que la “negociación” de ese día en el TSE no se limitó a enterrar (archivar) el proyecto del “combo ICE”, sino que también truncó las esperanzas de la mayoría del pueblo, mismas que le condujeron a manifestarse en las calles y que consistían en frenar y acabar con la aplanadora neoliberal, que llevaba aplastándonos más de 20 años y así replantear el orden institucional, desde la participación de las bases de las organizaciones populares.
Aún me pregunto cómo el diputado Merino —entonces compañero de partido— no fue capaz de tomarle la palabra al vocero del Gobierno. Las gentes permanecían en las calles y la administración Rodríguez atada de pies y manos. No más se necesitaba quién convocara a las organizaciones atrincheradas a una asamblea nacional, acto que debió ejecutar Merino quien contaba con la legitimidad para hacerlo. Meses después del “combo”, ante mi reproche, un cercano colaborador de Merino justificó la inacción del diputado aduciendo que en la izquierda tica aún no había gente preparada para gobernar. ¿Seguirán pensando igual?
Caso similar parece estar sucediendo con Ollanta Humala en la “provincia peruana de la gran nación del sur”. Sin ánimo de soslayar factor político alguno, de los tantos que se conjugaron para que el actual Presidente del Perú ganara las elecciones, rescato lo que en entrevista con CNN dijera sin pena ni gloria (tal vez más pena que gloria) el expresidente Alan García, meses antes de abandonar el poder. Ante el cambio de estilo en el último año de su administración —entiéndase por ello cierto acercamiento con los gobiernos de izquierda del subcontinente—, el entrevistador cuestionó dicho comportamiento, obteniendo del presidente García más o menos la siguiente respuesta: “Mi país no es más que una provincia de la gran nación del sur, y lo que pasa a los pueblos hermanos también nos afecta a nosotros, que no debemos vivir aislados…”.
Según mi modesto criterio, las declaraciones referidas de Alan García no solo allanaron el camino hacia la presidencia de Ollanta Humala —aparte del remolque electoral que significó la adhesión del escritor Vargas Llosa—, sino que lanzaron señales de luz en el camino que el pueblo peruano trazó eligiendo un gobierno de izquierda. El Perú se merece el mejor de los futuros y Humala tiene en sus manos las llaves de su transformación, que debe apuntar en dirección de la justicia social y de la construcción de la Patria Grande, como la soñaron Bolívar y San Martín.
Hacemos votos para que a los peruanos no les pase con su actual presidente lo que nos pasó a los ticos con un diputado, que no entendió el mandato del pueblo durante la rebelión del “Combo ICE”.
Este documento no posee notas.