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Hermosas las palabras -y la canción- de Sabina “En el Boulevard de los Sueños Rotos” en honor a Chavela Vargas. Mi video favorito (que trataron de eliminar de Youtube por derechos de autor) está en http://www.youtube.com/watch?v=fyWjmlMK8Qg. Muestra un México antiguo y una Chavela joven, que entrega una escoba al hombre para bailar con la muchacha.
Chavela se fue de Costa Rica siendo adolescente: no aceptó la discriminación ni la violencia y -como Yolanda Oreamuno- se retiró dando un portazo. (Por cierto: las dos son protagonistas en el libro La Fugitiva). Son portazos sonoros, muy alejados de los que nos enseñan -y premian- a las mujeres: manifestarnos cortésmente si acaso osamos manifestar algo; disimular la sexualidad; hablar bajito, sonreír en las peores circunstancias, pero sobre todo: nunca hacer algo por lo cual nos señalen, nos critiquen o nos censuren. Calladita más bonita. Por eso necesitamos a Chavela, irreverente, gritona, una gran maestra para enfrentar las durezas de la vida. Su voz portentosa y el sentimiento expresado a raudales nos hacen pensar que la mujer más golpeada puede volver a levantarse. Decía Chavela: “Cuando yo canto los que me escuchan sienten. Y lloran porque se dan cuenta de que todavía son capaces de sentir. A pesar de los males del mundo”.
Chavela no fue condescendiente, sino tajante y franca. Tal vez por eso despreció a los políticos calculadores, esos que antes de hablar primero cuentan cuántos votos ganan o pierden. Sin embargo, hay una frase suya que, aunque no fue su intención, bien podrían utilizar para ganar decencia: “Al entrar al escenario siento miedo. Pero algo encuentro o algo me encuentra a mí. Antes de terminar la primera canción ya estoy en otro lado. Del lado de mi público”. Sería maravilloso que quienes han estudiado por años la teoría y práctica de la corrupción y el engaño, asumieran las palabras de Chavela: sintieran miedo al subir y al llegar arriba lo superaran haciéndose parte de la gente. Chavela se reiría de esta inocentada.
Chavela fue -y es en cada canción- una incomparable artista. En Costa Rica desearíamos que se la hubiera maltratado mucho menos, que no hubiera tenido necesidad de buscar otro entorno para poder ser ella misma. Así lo expresó muchas veces, sin puritanismos, simple y sencillamente:
“Yo he tenido que luchar para ser yo y que se me respete, y llevar ese estigma, para mí, es un orgullo. Llevar el nombre de lesbiana. No voy presumiendo, no lo voy pregonando, pero no lo niego. He tenido que enfrentarme con la sociedad, con la Iglesia, que dice que malditos los homosexuales… Es absurdo. Cómo vas a juzgar a un ser que ha nacido así. Yo no estudié para lesbiana. Ni me enseñaron a ser así. Yo nací así. Desde que abrí los ojos al mundo. Yo nunca me he acostado con un señor. Nunca. Fíjate qué pureza, yo no tengo de qué avergonzarme… Mis dioses me hicieron así.”
Gracias, Chavela, por no haber permitido que la mojigatería te aplaste el corazón, aquel que salió nadando del fondo del lago, aquel que simbolizaba tu poncho rojo, armonía de dolor, orgullo de sobreviviente, vozarrón ancestral, sentimiento esparcido con generosidad por el mundo. Gracias por ser distinta, gracias por hacernos encontrar esa cuerda interna que necesitamos tensar más para que suene mejor.
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