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El Premio Nobel de Literatura de 1992, Derek Walcott, estuvo recientemente en Costa Rica y en este análisis se hace un recorrido por su obra y la concepción de su cosmovisión caribeña y universal
Derek Walcott nació en Castries, isla de Santa Lucía, en 1930. Descendiente de esclavos negros e hijo de un pintor británico blanco, abandonó su isla natal y estudió en la universidad de West Indies, en Jamaica. Viajó a Estados Unidos en 1981 y se instaló en Boston para dar clases en la universidad local y en Harvard. Ha escrito más de quince libros de poesía y alrededor de treinta piezas de teatro. Su poesía y dramaturgia relacionan en un solo discurso tres lenguas que provienen de culturas orgánicamente integradas: el inglés, que es su lengua madre, enriquecido con dialectos venidos del África negra y ampliado con el holandés, la lengua del poder o del conquistador.
Su obra es el sumario de reconstrucción de todo un proceso histórico, no solo del lenguaje, sino de su identidad y de las relaciones coloniales y socioculturales, con sus luchas y miserias. Para Walcott las Antillas son un lugar de mezcla racial, un “potente brebaje” que ha hecho posible que surjan “distintas razas, músicas, idiomas y religiones”, como resultado de una dura y trágica fase de conquista colmada de sangre y esclavitud.
Considerado uno de los grandes poetas contemporáneos, por esa fusión y por la riqueza lingüística y semántica de su obra, recibió en 1992 el premio Nobel de Literatura. En 1959 había fundado el Taller de Teatro de Trinidad, el cual dirigió hasta 1976; desde entonces se dedica a la investigación de la literatura universal como soporte de una obra dramática de raíz nativa y de una obra poética proveniente de la tradición clásica inglesa, pero atravesada por las circunstancias lingüísticas y socioculturales del Caribe y su historia colonial.
A pesar de considerar que en literatura no existe la pureza étnica, Walcott trabaja sólidamente con la tradición poética de la lengua inglesa, tanto con los clásicos como con los poetas modernos. Sus versos poseen potentes imágenes visuales y conceptuales que, junto con el ritmo y el trabajo con la métrica, crean una poesía elegante y a la vez intelectual, cautivando al lector con una amplia plasticidad de imágenes y con la fuerza espiritual del discurso.
Entre sus libros de poesía destacan Otra vida (1973), Uvas de mar (1976), El reino del caimito (1979), El viajero afortunado (1981), Verano (1984), El testamento de Arkansas (1987) y Omeros (1990). Entre sus obras de teatro sobresale Sueño en la montaña del mono (1970).
Otra fase destacada de su obra son los ensayos y reflexiones sobre poesía y otros temas, como el volumen La voz del crepúsculo (1998); en ellos esclarece sus ideas poéticas, postulando una cosmovisión que coloca a las Antillas dentro de un proceso mayor de memoria épica y de mestizaje sociocultural. En dichos trabajos analiza, entre otros, la obra de Robert Lowell, Joseph Brodsky, Robert Frost, Aimé Césaire, incluyendo crítica y elogio, caso del controvertido escritor hindú-trinitario V. S. Naipaul, también Premio Nobel (2001).
De tal manera que su obra refiere a un mundo intercultural, original y, por tanto, profundamente humanista. Si buceamos en la historiografía tradicional de Occidente encontraremos una separación rotunda entre el sujeto y el objeto: el sujeto habla desde lugares distantes, ajenos, lugares que evocan mas no coexisten con el objeto (cuerpo social) reduciendo la realidad histórica al poder del centro metropolitano. Así, pasado y presente son espacios consecutivos, pero no se entremezclan; la muerte y la vida estadios en el tiempo, civilización y naturaleza bajo la perspectiva del dominio de la una sobre la otra.
Cabe entonces preguntar: ¿La realidad puede ser explicada en toda su profundidad solamente por lo científico, por lo racional, por dicotomías tendenciosas, por técnicas de causalidad? La respuesta se encuentra, justamente, en esos discursos de resistencia, como el de Walcott, que recrean y atraviesan la Historia. Son discursos que han escapado del pensamiento de los sistemas filtrándose a través de los quiebres y las contradicciones de un pensamiento único. Es en la periferia, precisamente, en la que la “Historia” se enfrenta con sus contradicciones, donde sus grietas son más visibles y donde se descubren los lenguajes que, escondidos en la presencia viva del lugar, son traducidos y plasmados por medio de la palabra y las manifestaciones artísticas.
EL CARIBE COMO ESCENARIO
El Caribe ha sido y es un escenario muy particular, su condición de archipiélago (islas diseminadas en medio del océano e interconectadas extrañamente), han sido la puerta discontinua del Nuevo Mundo, por tanto herederas de lenguas y tradiciones dispares pero capaces de concebir un lenguaje que permite la relación con el todo, tal vez debido a su misma condición periférica, a su condición multiétnica, o a su reconstrucción de la realidad a partir de un pasado nebuloso y dramático que posee como base la desmemoria o el olvido de sus raíces primigenias, de sus nombres, lo que abre la posibilidad de imaginar lo no dicho, de escapar de la visión unívoca de la “Historia”.
Esa posibilidad de imaginar lo no dicho brota de lo que algunos investigadores han denominado el pensamiento del rastro, el cual se basa en la intuición, en la ambigüedad y en los fragmentos de memoria que sobreviven en medio de la existencia de las culturas compuestas o híbridas. El pensamiento del rastro se filtra así a través de las generaciones, de las grietas de la “Historia”, y se manifiesta en la cotidianidad, en el estar: El rastro presupone y significa no el pensamiento del ser, sino la divagación de la existencia (Glissant, E. 2002. Introducción a una poética de lo diverso. Traducción de Luis Cayo Pérez Bueno. Barcelona: Ediciones del Bronce: 69). Así, el pensamiento del rastro revela cómo la noción de exclusión es base de los pensamientos del sistema; el rastro se anuncia ante la unicidad del Ser a través de lo que Derek Walcott denomina la celebración de una presencia real.
El escritor antillano revela esa falsa universalidad de los pensamientos del sistema y los atraviesa con las herramientas propias del imaginario antillano al percibir lo no dicho por la “Historia” desconstruyendo su discurso al ironizar lo sistémico y lo atávico.
Walcott celebra la presencia real del lugar por medio de su intuición poética y nos revela las formas con las que el pensamiento rastro se opone a las obsesiones occidentales: la muerte, el ansia de dominio, lo “Único”.
El poeta es un espíritu consciente del papel que juega la palabra a la hora de reconstruir un mundo conformado a partir de fragmentos; resalta la necesidad de nombrar, desde su lugar, el acontecer de su gente a partir de un proceso de autodefinición y de autoafirmación.
A través del lenguaje poético expresa la conciencia ahistórica de las Antillas y renombra esa realidad particular al subrayar la insuficiencia de la “Historia”. En El reino del caimito lo logra principalmente en los poemas “La goleta El Vuelo”, “La mar es la Historia” y “El reino del caimito”.
Occidente separa la vida de la muerte, el presente del pasado, y acalla a sus muertos pues la “Historia” debe olvidarse de lo “otro”, de lo no medible, lo no comprobable, para así abarcar objetivamente lo “real”. Por su parte Walcott, en el poema “La goleta El Vuelo”, establece un diálogo ancestral y nos demuestra cómo la conciencia caribeña no ve a la muerte como la ruptura final, sino como parte de la vida, como una presencia que incorpora el pasado.
Las voces de los antepasados conviven con el presente y forman parte de la existencia, tal como Shabine, quien habla desde el más allá, desde las profundidades de la memoria. En este personaje convergen el presente y el pasado, su lugar y la diversidad de su origen multiétnico: es un fantasma que descubre, a partir de lo no dicho, la realidad silenciada en las páginas de la «Historia”. Shabine es la voz de la imaginación que en un esfuerzo de memoria reconstruye un pasado cuyo único testigo es la majestuosidad de la naturaleza local.
Todo ese esfuerzo por atrapar las discontinuidades de la historia en un sistema poético/dramatúrgico desde el margen de Occidente, desde sus excolonias, podría conceptuarse como un nuevo humanismo. Mejor aún, una nueva puesta en escena del humanismo renacentista que había olvidado a las personas negras e indígenas, a las mujeres y etnias “no occidentales”. Un humanismo, por tanto, decolonial, que otorga certeza de ser, estar, sentir y pensar, a culturas invisibilizadas y atropelladas por las metrópolis.
Es un humanismo que repara en las personas que cargan con la herida colonial y que pugnan por liberarse al encontrar su propia voz, su propia dicción y su manera de pensar y sentir. Es una suerte de Renacimiento caribeño/latinoamericano/decolonial desde sus propias posibilidades creativas, desde la lucidez de los intelectuales orgánicos de la periferia. He allí el reino nuevo de un poeta y teatrista como Derek Walcott.
*Escritor.
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