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Trece pinturas al óleo componen la exhibición “Esferas”, en la que la artista Hannya Buentemeyer aborda la interpretación plástica de esas célebres piezas arqueológicas y que fue declarada de interés cultural.
La muestra se aloja en el Centro Cultural e Histórico José Figueres (en San Ramón), fue inaugurada el pasado 1 de setiembre y estará abierta al público hasta el 21.
“Mi pintura no es tan gráfica. No las pinto tal cual se les encuentra, pues no se trata de realismo, sino de surrealismo”, explicó Buentemeyer. Detalló al respecto que en sus cuadros presenta las esferas en el cielo, como si de alguna manera flotaran o se movieran en el aire, o rodeadas de naturaleza representada por medio de la flora.
“En Palmar Sur me impresionó ver una esfera destruida. Me enteré de que fue dinamitada porque la gente pensó que adentro hallaría un tesoro. Eso sucede por la incapacidad de apreciar el verdadero tesoro que guardan, que es el conocimiento y el misticismo”.
Al preguntársele cómo plasma ese misticismo en los lienzos, expresó que la esfera en sí misma es mística sin importar de dónde provenga —pues según informó ha visto esferas similares en sitios como Nueva Zelanda o China—, mas apuntó que “no tiene principio ni fin” y que en su arte ha tratado de generar ese misticismo con el hecho de que casi todas sus esferas están en el aire.
“Plasmar ese misticismo es un trabajo inacabado y parte de una interpretación muy íntima en el lienzo”, acotó.
“MANUFACTURA SUPERIOR”
La artista narró que su inquietud sobre las esferas surgió desde que tenía unos ocho años de edad, cuando le llamó la atención una casa del barrio San Bosco, en cuyo patio se apreciaban dos de estas esferas. Así, su interés creció al ver más esferas en otros jardines. Además, su madre la llevó de visita a museos y le habló de ellas, de los indígenas que las produjeron, del misterio que las rodea y sobre los metates y la orfebrería.
Posteriormente, empezó a viajar y su interés por el tema creció, por ejemplo, al encontrar piezas de orfebrería precolombina costarricense de gran belleza en un museo de Berlín, a lo cual se sumaron viajes por Suramérica y “seguir las huellas de las culturas indígenas de todo el continente”.
“Siempre me llamó la atención la fineza del trabajo costarricense, pues me pareció que no se trata de piezas elaboradas con herramientas rudimentarias, sino que debe tratarse de un conocimiento muy especial”, indicó. Para Buentemeyer, las esferas en particular despiertan su interés, ya que presentan una “manufactura superior”.
Así, informó que fue en los años 80 —cuando inició su carrera artística— se abocó a pintar cuadros sobre el tema de las esferas y en 1984 dio a conocer sus trabajos en galerías del norte de Alemania.
Sin embargo, explicó que tiene la costumbre de elaborar no más de unas 15 obras alrededor de una misma idea, por lo que durante un periodo abandonó el tema de las esferas. “Soy pionera en Costa Rica de la pintura de orquídeas y flores tropicales en close up, es decir, una sola flor abarca todo el lienzo”, citó entre otros ejemplos temáticos de su trabajo artístico.
“Mi lema es que mi arte sale del alma y pasa a la mente, la mano, el pincel y el lienzo, así es mi proceso”, acotó.
Añadió que fue en el 2008 que retomó las esferas como fuente de inspiración plástica, luego de realizar varios viajes a sitios de la Zona Sur, como Palmar Sur o la Finca 6.
“Sentí que en el país no se les daba la importancia que merecían por tratarse de herencia indígena. Hay un racismo contra el indígena y me parece que por eso hay quien dice que las esferas son de origen extraterrestre”, añadió.
Así, Buentemeyer se refirió a los “cuentos fantásticos” que hablan de extraterrestres y demás teorías sobre el origen de estas enigmáticas obras de piedra, y los criticó porque “no dan el debido mérito a la cultura local, el hecho es que las esferas no tienen nada que ver con extraterrestres ni con ninguna aura especial, sino que la sociedad que las produjo tenía conocimientos increíbles y no se le puede considerar una cultura inferior”.
La artista lamentó que el costarricense mantiene un “racismo tácito” hacia el indígena, “no sé por qué, pero siempre que se habla del costarricense se piensa que es blanco”. Relató al respecto que durante una visita a los indígenas borucas —herederos culturales de quienes elaboraron las esferas— le agradó la atención con que quiso enterarse de sus medicinas, tejidos y tradiciones, pues según dijeron poca gente se interesa por ellos.
“Para superar mentalidades como el racismo latente, es preciso un aporte de parte de instituciones de Gobierno. Entre más se les integre respetando sus tradiciones y cultura, más se darán a conocer y el público poco a poco tendrá que ir aceptando todo ello”, expresó.
Buentemeyer informó que el 12 de setiembre a las 5 p.m. en el mismo Centro José Figueres se realizará un conversatorio, en el cual se abordará el tema de las esferas desde el punto de vista artístico. También, anunció que existe la posibilidad de que esta misma exposición se muestre en febrero en la galería Sophia Wanamaker del Centro Cultural Costarricense Norteamericano, si la colección aún está completa para entonces.
Riqueza cultural
Según datos del Museo Nacional, las esferas fueron elaboradas entre el 400 y 1500 después de Cristo (d.C.), sobre todo después del 800 d.C., cuando las sociedades cacicales entraron en un periodo de auge.
Como es bien sabido, las esferas se han localizado en mayor concentración en la Zona Sur, específicamente entre los ríos Sierpe y Térraba. Lo que ha llamado la atención de especialistas y público en general de las esferas de piedra precolombina costarricenses es el nivel de perfección de su forma y su acabado de superficie.
El proceso de fabricación, propósito, ubicación particular y tamaño de las esferas —varían entre los 15 centímetros y los 2,5 metros de diámetro y 15 toneladas de peso— constituyen preguntas de difícil respuesta, lo cual ha generado una colorida gama de conjeturas y suposiciones poco científicas al respecto.
Lo cierto es que fueron manufacturadas a partir de rocas conocidas como gabro, granodioriota e incluso algunas en piedra caliza. La explicación más ampliamente aceptada es que fueron utilizadas como símbolos de rango o demarcación territorial. No obstante, hallazgos de esferas alineadas de manera particular podrían implicar un significado astronómico y ritual.
De acuerdo con un texto del arqueólogo Francisco Corrales, del Departamento de Antropología e Historia del Museo Nacional, disponible en el sitio web de la institución, fue a finales de la década de 1930 que se hicieron los primeros hallazgos de las esferas. Ello sucedió en los territorios aledaños al Delta del Diquís, cuando las tierras empezaron a ser preparadas para el cultivo extensivo del banano.
Ese texto también detalla que las esferas se encontraron asociados fragmentos de cerámica, así como esculturas líticas que representan humanos y animales. Añade que en las áreas funerarias relacionadas se encontraron objetos de metal “de gran calidad artística”.
Las esferas también se han encontrado desde las tierras altas de Coto Brus hasta los valles intermontanos y filas montañesas de Buenos Aires y Pérez Zeledón, así como en la costa de Uvita y la zona de Golfito. Sobre su ubicación particular, se puede decir que fueron colocadas en “lugares especiales dentro de asentamientos principales”. De la misma manera, Corrales las considera “artefactos arqueológicos excepcionales”.
Actualmente, avanza poco a poco una iniciativa que busca que las esferas sean declaradas patrimonio mundial por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). En días pasados un experto italiano en restauración visitó el país para estudiar varias esferas y sus hallazgos sobre el mal estado de algunas fueron destacados en diversos medios de comunicación.
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