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Los indios son nuestros hermanos. Las Casas.
El 20 de agosto tuvo lugar un Coloquio sobre Bartolomé de las Casas que venía a ser el epílogo de un curso de posgrado homónimo. Se trata de una iniciativa del Programa de posgrado en Filosofía digna de todo encomio, que honra a la Escuela de Filosofía y a la Universidad de Costa Rica. Las Casas vivió y actuó en una encrucijada muy particular: los orígenes de la Modernidad y de lo que hoy llamamos Globalización. Por eso, no sólo para los partidarios de la actual mundialización sino, sobre todo, para aquellos que intentan pensarla críticamente con miras a influir de forma efectiva en su despliegue, la aventura personal del fraile sevillano constituye un objeto privilegiado de reflexión.
Desde el punto de vista de nuestras preocupaciones actuales y dejando por ahora de lado su praxis política, en el plano teórico Las Casas realizó dos contribuciones fundamentales: a) su formidable recusación de todo dominio de un pueblo sobre otro (toda conquista, incluso invocando valores superiores, es injusta e ilícita) y b) la intuición del relativismo cultural que derivó del reconocimiento en los otros de su dignidad y autonomía humanas, de su completitud antropológica y cultural.
Aunque no se ha hecho un estudio exhaustivo, no pocos españoles optaron por una trayectoria vital similar a la de Las Casas. Entre esos ejemplos siempre me ha impactado el del también andaluz Gonzalo Guerrero. Frente a la voluntad de dominio cristiano Guerrero optó por la crítica con el arma: murió combatiendo al invasor; el fraile privilegió el arma de la crítica.
Fue en el curso de esta lucha ideológica que el dominico arribó a la equidistancia cultural. Ocurrió hacia el final de su evolución intelectual. En el camino tuvo que vencer el más formidable de los obstáculos (incluso hoy), para el reconocimiento pleno y abierto del otro y la convivencia multicultural igualitaria: las convicciones religiosas. Esta arista del pensamiento lascasiano es de las menos exploradas; en parte porque quienes se han ocupado del personaje a menudo también han tenido creencias religiosas. Entre los que han abordado la figura de Las Casas con un enfoque no teísta, cabe rescatar al tico José Grigulièvich.
La hazaña de despojarse de su condicionalidad cultural, se desarrolló por etapas. Inmediatamente después de su conversión a la causa de los indios, Las Casas viajó a España. Allí, en sendos Memoriales, propuso al regente Cisneros una reforma profunda del modelo de colonización que se había venido practicando hasta ese momento. En principio no cuestiona la presencia cristiana en el Nuevo Mundo, pero propone un modelo de sociedad que, sintomáticamente, guarda alguna relación con la Utopía publicada ese mismo año.
Muy pronto, ante el Emperador, en su discurso de Molins de Rey (12-12-1519) aparecen los primeros indicios de una actitud netamente laica. Viendo la tragedia de los indios –dice– yo me moví, no porque fuese mejor cristiano que otro, sino por una compasión natural. Seguirá creyendo en la superioridad del cristianismo, pero en De unico vocationis modo expondrá su tesis pacifista radical de que sólo puede ofrecerse como una opción y por tanto, que podría ser rechazada.
Tras el fracaso de las Leyes Nuevas y la Controversia de Valladolid, Las Casas se radicaliza. Frente a Sepúlveda sostendrá y probará que la Humanidad es una con los mismos derechos y deberes para todos: etnia, régimen sociopolítico, cultura o religión son cosas secundarias. Y en la Apologética dará un paso más al relativizar su propia cultura frente a la humanidad americana. De ahí el pathos herético con que hace hermeneusis de las religiones indígenas.
Pero no postula Las Casas una unidad e igualdad abstractas, que admitan la injusticia, aplazando para la otra vida la justicia efectiva. Al contrario: los conquistadores están obligados a restitución de lo robado y en cuanto los crímenes de lesa humanidad, no prescriben. Por eso los indios, ante la agresión llamada conquista han adquirido el derecho, que no expirará sino hasta la consumación de los siglos, a hacer la guerra a los conquistadores. Y aunque en el curso de esa justa y legítima defensa los indios acabaran con la vida de doscientos mil predicadores, del propio apóstol san Pablo y demás discípulos de Cristo, aún así “deberán ser honrados con las más exquisitas alabanzas por los más prudentes filósofos”.
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