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Poesía: un arma cargada de futuro

Sucede

Sucede
No le cuesta nada sembrar la muerte envuelto en sentimientos cristianos. Cristo era hijo de carpintero y no de Bush, me parece. O me parece mal y es dulce dicha la muerte envuelta en sentimientos cristianos. No es tema de meditación para los que van a caer. Ellos van a caer y no más. Prefiero ser perro o gusano a ser Bush. Él prefiere ser Bush. Su vacío está lleno de mierda vieja. Un ave corta el cielo en dos. ¡Salud al ave con el invierno al hombro! ¡Salud a los que tejen un NO de aire en el aire! ¡De ellos será la forma humana, el viaje y la alma tibia! ¡Salud! ¡Salud!
Juan Gelman
El mural de Guernica
Hugo Gutiérrez Vega A Pablo Picasso Dejad a ese caballo rumiando su agonía; dejad que el toro negro empitone su muerte; cuánto mejor la espada que esta muerte no vista, no esperada, que llega del aire envenenado. El niño duerme, muere; los senos de la madre; la descubierta estrella de la noche pasada. No hay sangre, no hay lugar para la sangre en este panorama de cuerpos destrozados; sólo el aire caliente, el minuto sonoro y después el silencio, el grito no esperado presente, aquí, como la casa muerta y los ojos del niño abiertos hacia adentro. Dejad que el toro negro no acepte su agonía y que el sueño de arena engañe su silencio. Dejad que el niño duerma, que la tierra se abra, que la casa sin muros abandone a sus hiedras. Nada se puede hacer; el minuto ha pasado. Sólo queda gritar, gritar hasta que el viento nos muestre una salida.
Unas cuantas palabras contra Colin Powell
David Huerta Que duerma usted mal debajo de una cobija de lumbre. Que las manos diáfanas de los muertos por las tormentas de sus ejércitos le toquen el corazón helado, general. Que un anillo de tinta lo rodee con palabras de humo y de sangre: murmullos de los amenazados, cuerpos sonoros de agua y arena. Que una y otra vez le recorra el espinazo un aliento de petróleo quemado. Que las sílabas ardientes de Whitman le hagan soñar pesadillas infames. Que no descanse usted nunca, mentiroso señor general y diplomático, en la alta noche de Manhattan o junto al río Potomac. Y que 30 millones de caminantes le susurren al oído 30 millones de palabras que usted deberá escuchar siempre, siempre.
Ocho epigramas de la Antología Griega contra la guerra

(Selección y versiones de José Emilio Pacheco)
I. Por la paz
Píndaro Dulce es la guerra para quien no ha combatido. En cambio, si has luchado, temblarás al verla acercarse. Hay que buscar la paz, arrancar de nosotros discordias y venganzas.
II. La causa de las guerras
El oro, hijo de Zeus, no se pudre, no lo daña el gusano. Su poder es domar a los hombres.
III. No el desfile Safo
Prefiero ver tu cara y no el desfile de los carros de guerra y las armaduras.
IV. Los que teníamos veinte años Simonides de Ceo
Fuimos al matadero en un barranco en tierra extraña. Y, como era justo, erigió nuestras tumbas el estado. Porque al partir al frente le entregamos los días de nuestra juventud irrecuperable.

V. Helena Estesícoro
No te llevaron en las hondas naves. No estuviste jamás en Troya. Es mentira toda esa historia.
VI. El temblor que se acerca Leonidas de Tarento
Ustedes proclamaron a Pitaco el imbécil tirano de la patria desdichada. Su ambición, su poder absoluto y torpe, conducen al desastre. Ya es audible el temblor que se acerca.
VII. La causa de las guerras Timocreonte
Riqueza, diosa ciega, no debiste haber aparecido en este mundo sino quedarte siempre en el infierno. A ti se deben todos nuestros males.
VIII. El matadero Paladas
La tierra es un inmenso matadero. Allí aguarda la muerte a su rebaño lamentable: nosotros.
Heredamos el dolor y lo transmitimos
Homero Aridjis Sangre y palabras nos dejaron los viejos sangre y palabras dejamos a nuestros hijos junto al fuego cantamos a nuestros huesos afilamos nuestros puños los hacemos puñales ya casi muertos nos asesinamos ya casi nada nos sacamos los ojos sangre y palabras nos dejaron los viejos sangre y palabras dejamos a nuestros hijos
 

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