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A meses de que se cumplan los 50 años de La isla de los hombres solos, nos acercamos a la asombrosa vida de su autor.
La tarde lluviosa se interrumpe cuando por fin se abre el portón de Villa Colmes y al fondo se observa, rodeada de árboles, la residencia de José León Sánchez, quien recibe a los visitantes con gesto de viejos amigos: “feliz año nuevo” y suelta la primera frase de una larga conversación que atropellará los tiempos en sus saltos violentos, y que procurará cazar al vuelo fragmentos de su larga y convulsa vida, que comenzó en orfanatos y en cárceles, y que ahora desemboca en esta casa apacible, rodeada de los libros de otros, pero sobre todo de sus libros, porque el poeta también tiene los suyos, que sobrepasan la veintena. “La isla de los hombres solos es un alegato en favor de los derechos humanos, pero entre sus letras había un poeta.”
En 2013, precisamente, se cumplirán los primeros 50 años de este testimonio del infierno que le ha dado la vuelta al mundo en varias oportunidades. La isla de los hombres solos se publicó en 1963, seis años antes de Papillon, cuando el escritor tenía 34 y ya era “El monstruo de la Basílica”, acusado de haber cometido un crimen del que la Corte Suprema de Justicia lo liberó de toda responsabilidad, tras pasar más de 20 años en La Penitenciaría Central y en el Presidio de San Lucas.
Pese a ello, la batalla para que se le haga justicia plena aún está en pie, pues lejos de indemnizarlo, el Estado costarricense le cobra, asegura el escritor, la suma de $300.000 por haber presentado a destiempo su solicitud de reparación por los años que purgó en los pabellones de los hijos del diablo y en aquella isla del Pacífico, donde los hombres eran tratados como si no lo fueran.
José León Sánchez, a sus 84 años, sigue trabajando con ahínco y dedicación.
En la pared de la “egoteca”, como él con sarcasmo la denomina, y donde transcurre la entrevista, hay un afiche imponente que recuerda las más de 150 ediciones de su libro más conocido, ese que se inscribe en el género de la literatura testimonial, género que Miguel Barnet algunos años después desarrollara en Biografía de un cimarrón.
También en este espacio, en el que hay libros por doquier, mapas, afiches, apuntes, y es donde el escritor pasa la mayor parte de su tiempo, no se mutila ni se niega el pasado, José León, oriundo de Cucaracho de Río Cuarto de Grecia, tiene enmarcado en una de las paredes, el aviso que se publicara en la prensa por parte del Gobierno, pretendiendo cazarlo después de una de sus fugas.
El texto deja entrever alguna cosa de todo aquello que vivió este hombre, sobreviviente milagroso de la cárcel y de la vida, que, desde niño, lo condenó a defenderse como un león para poder aprender, mucho tiempo después, que es falso que el mundo sea redondo y que es falso que los hombres de buena voluntad vivan a la sombra de la honestidad y de los altares.
El anuncio, que da cuenta de una batalla ganada, una vez leído no se apartará de la conversación ni un instante y como una sombra omnipresente va y viene como un fantasma.
Diez mil colones de recompensa
por el Monstruo
de la Basílica
“El próximo año vamos a celebrar el 50 aniversario de la publicación de La Isla de los hombres solos. El libro es un hecho insólito porque la mayoría de los libros mueren en la primera edición. Éste es uno de los libros más vendidos en América Latina”.
El más horrendo y macabro delincuente de Costa Rica
se fugó del presidio de San Lucas en la madrugada de ayer
Lo que la mayoría de lectores no sabe es que el libro en los primeros años nadie lo compraba y entonces José León, que por entonces tenía libertad condicional en Desamparados, vendió muchos de los ejemplares por kilos a una carnicería.
Luego del auge del texto, en 1984 se hizo la película, que hoy, después de que el Consejo Nacional para las Artes y la Cultura (Conaculta) de México comprara sus derechos, ya se puede descargar completa en Internet.
Se presume que lo estaba esperando un bote
y contó con ayuda
dadas las medidas de seguridad
a que se le tenía sometido
Ese devenir azaroso del libro es un eco de las empresas y tribulaciones de su autor, que muchos años antes había llegado al presidio de San Lucas como un analfabeto de las letras y del mundo, y que saldría, convertido en una especie de Conde de Montecristo, cuyo tesoro es el arte de escribir y los numerosos libros leídos en el tiempo incontable del encierro, libros de derecho que habría de leer movido por la lucha contra la injusticia, novelas e historias que posibilitaron la fuga temporal de la imaginación, libros y libros que le ayudaron en la búsqueda profunda de sus raíces indígenas.
Señas: mide un metro sesenta y ocho, moreno, ojos café, tiene
una cicatriz debajo de la mejilla izquierda y otra en el pecho
al lado del corazón
Pelo crespo, negro, no fuma ni bebe licor, usa anteojos de aros negros.
AYER Y HOY
A pesar de sus 27 libros divididos en novelas, cuentos y ensayos, José León Sánchez, que todavía conserva su melena rebelde y siempre lleva guayabera, como si estuviera en el Caribe evocado por García Márquez o en cualquier isla perdida en el mar, el autor de Campanas para llamar al viento no se considera escritor, porque dice que eso es difícil: él se piensa como un aprendiz del oficio.
“Todavía no soy un escritor. Todavía no lo soy. Algún día, uno puede ser eso. Todavía estoy muy joven, tengo apenas 84 años. Yo escribo porque no me gusta trabajar”.
¡DENUNCIELO!
POR SU CAPTURA Y ENTREGA A LA POLICIA
VIVO O MUERTO SE
dará una recompensa de:
Diez mil colones
Afuera sigue la lluvia inclemente, pero en la biblioteca del escritor, en la que hay diferentes traducciones de la Isla de los hombres solos pegadas con clavos a la pared y varias ediciones de sus muchos libros, el tiempo fluye diferente: va y viene en la historia, se acerca al presente, hace un quiebre y salta al futuro porque José León anuncia que el próximo año publicará un libro sobre el Quipu de Talamanca que podría cambiar la interpretación de la historia de Costa Rica.
Dentro de la biblioteca la voz firme del escritor se proyecta nítida y sus entrevistados la siguen al vuelo con el único afán de estructurar un relato, una historia que es en verdad, como toda biografía, inabarcable, porque este protagonista en particular ha visto la muerte muy de cerca, sabe de las angustias del alma solitaria, del alma maltratada y alguna vez, rodeado del mar inmenso, pensó que nunca más sería libre.
Es un criminal de gran peligrosidad
y se supone anda armado
No obstante, aquí y ahora está contando su vida, evocando en la memoria aquellos días de dolor que hoy se han transformado en una lucha por desentrañar qué era del mundo en este sector de la tierra antes de que los españoles desembarcaran con sus espadas, su voracidad y ese cristianismo mesiánico usado para despojar a los aborígenes de toda su riqueza.
A pesar de ello, restos de esa cultura precolombina perduran en este otro tiempo y aquel hombre que aprendió a escribir en un centro penitenciario, los busca e interpreta con devoción.
Cuando se le pregunta por el estado de las letras nacionales, José León pasa al ataque y asegura que ha habido reconocidos escritores, pero que no han existido grandes artistas.
Cita a Carlos Gagini, a Joaquín García Monge, a Manuel González Zeledón (Magón), entre otros, quienes a su juicio escribían a la perfección, pero sin el alma que hace a los grandes narradores.
“Nosotros, a la literatura universal, no hemos aportado un solo verso. No lo hemos aportado hasta el día de hoy”.
En su criterio, el gran escritor de Costa Rica es Carlos Luis Fallas, Calufa, a quien llama su maestro. Lo que no entendió el creador de Marcos Ramírez es que es necesario tener un editor para que éste se encargue de ubicar el libro en espacios más amplios.
Si lo hubiese entendido, Carlos Luis Fallas habría traspasado, considera, numerosas fronteras.
“Carlos Luis Fallas nunca quiso que le enmendaran sus libros. Por ejemplo, mis libros están todos corregidos, porque yo no domino el arte de escribir. Me encontré por dicha con Ahíza Montero, que es una gran mujer y una gran filóloga. Carlos Luis Fallas no sabía de gramática y si uno no conoce esa herramienta, anda mal”.
Viene luego el tema de Chavela Vargas, y entonces José León anuncia que ya está lista la novela de la cantante que tanta polémica despertó en Costa Rica y que siempre negó ser de estas tierras, en las que nació pero a las que nunca perteneció. Su voz, entonces, se impone y de un solo tirón hace una sinopsis de la novela.
La novela empieza en el momento en que Chavela llega a Costa Rica y perdónenme la palabra, pero la digo porque está en la Biblia y en el Quijote: está hecha mierda.
Es curioso que esa familia que ahora esta pidiendo plata, en aquel momento la echó como a un perro.
Ella estaba muy enferma, entonces el rector de la UNA le prestó un apartamento, pero ella vendió todo y dormía en un gangoche. Yo le ayudé mucho, me convertí en su cirineo. Le ayudé para que, entre comillas, el Ministerio de Cultura la presentara en los jocotes.
Como no había nada que hacer por ella, le dimos el pasaje para que se fuera de nuevo a México, pero se lo dimos para que se fuera en bus.
La novela se publicará hasta ahora, porque aunque ya ella no miraba, un borrador se lo leyeron dos enfermeras que la cuidaban. Entonces ella me llamó y me dijo: ‘José León, no la publiques mientras yo esté viva’.
La novela empieza cuando Chavela Vargas llega a una cantina donde no sirven en copa porque si no se la roban; sirven en un tarrito gerber y así que le sirven ella se mete el trago, un caballito de guaro, y pide la botana, o sea, la boca para su perra Vicenta. Ella fue abusada por un Vicente y entonces, ella llama a su perra Vicenta. Chavela, de joven, era esplendorosamente bella.
Ella, entonces, busca en un estañón de basura, aparece un policía y le dice vieja hijueputa no le he dicho que no te acerques. Él le tira la perra y ella se llena del agua sucia del caño.
Y la novela termina en el palacio de la zarzuela de los reyes de España, donde las paredes están decoradas con los grandes pintores del siglo de oro.
Ella viene con un poncho rojo, y le ponen una alfombra verde, por la bandera mexicana. Están el rey y la reina. Ella se hinca y recibe la condecoración de Isabel la Católica. En ese momento, La sinfónica de Madrid, con 242 músicos, empieza a interpretar Macorina.
¿Qué les parece?
Chavela me decía, José León, yo no sé por qué no me quieren en Costa Rica, si yo no soy costarricense, todo se lo debo a México. Hay dos personas que no somos costarricenses y esas somos Franklin Chang y yo.
Yo nunca he dicho cosas como ese pendejo de Óscar Arias, que es un ignorante o lo que llamamos un tonto ilustrado, o José Figueres, que dijo que este pueblo era un pueblo domesticado lleno de pulgas.
Óscar Arias dijo que los costarricenses son unos gusanos, se equivocó Arias de ornitólogo, porque el gusano es el único animal que nunca muere, se duerme y se despierta hecho una mariposa.
Eso me decía Chavela.
BÚSQUEDA DE SUS RAÍCES
Un tema que le ha apasionado siempre al autor de El Crimen de Colima es la búsqueda de sus raíces precolombinas. Una muestra fehaciente es Tenochtitlan, un libro que todavía muchos no se explican cómo es que lo escribió un costarricense y no un mexicano.
Los elogios de eruditos y colegas de José León son numerosos e incluso la Universidad Autónoma de México (UAM) le otorgó el 19 de marzo de 1985 el doctorado honoris causa por dicha producción.
El escritor tiene previsto para el 2013 la publicación de otro libro que trata sobre el Quipu de Talamanca, en el que trabajó con el apoyo de Ahíza Montero y Andrés Corrales, del Instituto Tecnológico de Costa Rica.
De acuerdo con José León, este libro podría cambiar la forma como hasta ahora se ha concebido la historia del país, puesto que contendría una serie de revelaciones fundamentales.
Los Quipu son libros que todavía no han podido ser descifrados, pero el creador de La Colina del buey estima que una vez que el texto llegue a los científicos, estos develarán sus muchos secretos.
Y esta pasión por sus raíces encuentra una explicación, aunque dice estar en paz con sus conciudadanos y querer a Costa Rica, José León no se considera costarricense, sino indígena y por lo tanto se define como un orgulloso hijo de los pueblos que se encontraron los españoles hace más de 500 años. José León ama este territorio y no tiene nada que perdonarle a los costarricenses de hoy.
La lluvia ha cesado en Los Ángeles de San Rafael de Heredia. El poeta—ese que se encuentra entre las letras de La isla de los hombres solos—se dispone a compartir un café y el mejor tamal del mundo con sus invitados, que ya para entonces han caído en la telaraña que viene siendo su vida. Sobre la mesa continúa la conversación envolvente, y la voz de aquel hombre generoso nos sigue sonando en la cabeza, no se va, no se escapa, no se olvida, por el contrario, regresa con la contundencia de sus frases lapidarias.
Está calificado como un delincuente sicópata
macabro de alta peligrosidad.
Tras la conversación, resulta difícil creer que en un pasado se le conociera como El Monstruo de la Basílica, delincuente, psicópata, macabro y peligroso, como reza aquel anuncio, porque a ese horror y a esa infamia ha sobrevivido el poeta, el mismo poeta que esa tarde de septiembre nos recibió en su madriguera plena de libros e ilusiones.
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