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Un hombre llamado Carlos busca romper con los paradigmas que oprimen a la mujer desde hace siglos. Un hombre llamado Carlos responde al cuestionamiento, que en el siglo XVII, hizo Sor Juana Inés de la Cruz en contra de la inconsistencia de los varones. Muchos siglos han transcurrido desde que la célebre monja increpara a los hombres llamándolos necios. Muchas mujeres hoy repetimos esos rotundos versos pero muy pocos hombres se comprometen a desterrar de una vez y para siempre estas construcciones patriarcales que, si bien afectan más a las féminas, constriñen la vida de los hombres también.
Pero Carlos Díaz Chavarría clama, con su libro La otra mitad de mi diferencia, a favor de las mujeres. Nos increpa. Nos sacude para que rompamos esquemas vetustos. La escritura de Carlos me hizo evocar la naturaleza femenina y masculina de la que estamos dotados todos los humanos. ¿Carlos nos habla desde su masculinidad o desde su feminidad? Aseguro que en el arte de crear este poeta se convirtió en un todo, en una unidad sonora y lanzó sus versos. Es, sin duda, la obra de un hombre nuevo para una realidad que busca, incansable, un mayor equilibrio.
Pero ¿quién es Carlos? ¿Es que acaso el poeta está sumergido y escondido entre las páginas? Un poema, situado casi al final del libro, nos da la respuesta: “Me fascina ser este hombre / para encontrarme inquebrantable / en la inmensidad de mis diferencias / con un pene que no me destine ni encadene / con la piel henchida de ternura en mis ojos…”. Sí, el poeta dice en el poema que lleva por título de “Sin tapujos ni etiquetas” que quiere ser más humano, no amo, patriarca o tirano. Es así como entendemos en la dimensión en que se mueve, es un hombre del siglo XXI que se atreve a cortar las mordazas y los siglos en los que a los machos se les ha instituido para que ejerzan un papel dominante y controlador en el seno de la sociedad y, muy especialmente, en su relación con las mujeres.
Carlos nos increpa para que rompamos el silencio y nos dice que quiere escucharnos. En muy diversos momentos la voz del poeta se exacerba y entonces clama: “Desgarrate la piel para que aflore tu poesía / tan prohibida y repudiada / pero sustancial y eternamente tuya / con sabor a celo matinal / y a piernas de fruto fresco…”. Mas el poeta no solo increpa a las mujeres y clama en su favor, también despliega su pluma con vehemencia y le dice a los machos de la humana especie: “¿Por qué te llenás macho la boca de autoridad / sustentando tus travesías sobre ecos con grilletes / haciendo de tu falo el eterno instigador de mordazas / forjando tu puño en flagelo de blasfemias y escarnios?…”.
No sé cuántas centurias, cuántas décadas deben transcurrir para que estas desigualdades entre géneros desaparezcan de la faz de la tierra… Algunos han dicho que faltan alrededor de quinientos años para que se logren equiparar en forma plena todos los derechos de las mujeres. No obstante que esta no es una tarea simple, el libro La otra mitad de mi diferencia de Carlos Díaz, va a quedar como el testimonio de un hombre, de un hombre nuevo, libre de ataduras. De estas ataduras nos habla Carlos a través de sus poemas.
Y al hablar de sus poemas, el poeta recurre a muchos símbolos que aluden al mundo femenino como la luna; el océano, que recuerda el vientre materno, al líquido que cubre a los que están por nacer, así como la sangre que nos acompaña a la hora del nacimiento y en todo el transcurso de la vida. Una palabra se reitera en muchos de los poemas, se trata de “garganta”, esta palabra la utiliza el poeta para señalarnos el sitio en donde emerge la voz. Carlos quiere decir, quiere gritar y lo hace. Desde ahí y desde las honduras del chacra del corazón emergen sus versos. Llama la atención también el uso que hace el poeta de las preguntas. Cada quien dará su respuesta, estoy segura que Carlos anhela lectores y lectoras que respondan y que digan: ¡un basta ya!
Los poemas de Carlos Díaz Chavarría están escritos con una estructura lógica, en ellos prevalece el pensamiento, un pensamiento muy articulado, un sistema racional que lleva al lector al razonamiento. También hay vehemencia, pero es una emoción controlada, tamizada. Y termino diciendo con el furor con que clama el poeta: “¡Malditos mitos que te han encadenado!” Ahora le corresponde a la nueva mujer rasgar los velos y deshacerse de todas las ataduras.
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