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Hoy, en todas partes, se nos insta a admirar la “compasión” de políticos que distribuyen regalos con fondos estatales. Pero esos regalos se pagan con impuestos, con dinero extraído por la fuerza de contribuyentes que son perseguidos si se niegan a entregar lo que han ganado honradamente. Entonces, ¿qué “compasión” siente quien tiene un arma apuntada a la billetera de usted?
En Argentina todavía es frecuente escuchar, en un tono de cierta nostalgia, las anécdotas de cuando Evita Perón o su esposo “regalaban” casas o motocicletas, olvidando que la procedencia de esos bienes era siempre la misma: los impuestos trabajosamente pagados por el pueblo.
Durante el primer gobierno del general Juan Domingo Perón en Argentina, la Subsecretaría de Prensa y Difusión dirigía la tarea de desarrollar el culto a la personalidad del presidente y de su esposa Eva o Evita Perón, con cuantiosos dineros gubernamentales.
En los libros de lectura oficial para los escolares argentinos, una de las primeras lecciones era la frase “Evita me ama”, que reemplazaba a “Mamá me ama”. La obra de Evita, La razón de mi vida fue, por ley, de lectura obligatoria en las escuelas primarias, colegios secundarios, institutos técnicos y universidades.
Una ley otorgó el título de “Jefa Espiritual de la Nación” a la primera dama, Evita Perón, que en 1947 decidió hacer “beneficencia” y creó una fundación con su nombre. Las primeras compras de mercadería que hizo las mandó cobrar a la Secretaría de Hacienda de la nación, que las abonó con dineros del Estado. Luego otra ley dispuso que dos salarios por año de los trabajadores, el remanente del presupuesto de los ministerios y un impuesto a las entradas de cine pasaran a integrar los fondos de la Fundación Eva Perón. Con ese dinero, que llegó a sumar casi 500 millones de dólares de la época, Evita regalaba a los pobres cobijas, máquinas de coser y juguetes para los niños, además de sostener algunos hogares para ancianos. Así la esposa del presidente utilizaba fondos públicos para satisfacer vanidades personales o aspiraciones políticas.
El aparato propagandístico oficial diseminó por el país afiches con la figura de Evita y los noticieros oficiales difundían su imagen besando a los niños, entregándoles regalos y visitando a los ancianos.
¿Quién pagaba la cuenta? No Eva misma, sino las reservas argentinas acumuladas en décadas, los propios obreros con sus donaciones “voluntarias” y la posteridad endeudada y empobrecida.
Luego del derrocamiento de Juan Domingo Perón en 1955, se exhibieron públicamente en la entonces residencia presidencial los lujosos bienes, joyas y automóviles de que habían disfrutado Evita y su marido, claro fruto del saqueo o de la corrupción a pesar de las manifestaciones de este de que vivía con un sueldo de escasos 300 pesos mensuales,
Las joyas enloquecían a Evita. Al morir poseía 1.200 plaquetas de oro y plata, tres lingotes de platino, 756 objetos de platería y orfebrería, 144 broches de marfil, una esmeralda de 48 quilates, 1.653 brillantes, 120 pulseras y 100 relojes de oro, collares y broches de platino, y otras piedras preciosas.
Eva Perón se hacía llamar la “Abanderada de los Humildes”. Al asumir su marido la presidencia, una declaración jurada presentada al Congreso hizo constar que ella no tenía ningún bien. Al morir, en 1952, en su juicio sucesorio constó que era propietaria de dos edificios de apartamentos en la zona más cara de Buenos Aires. El valor de sus bienes superaba los cinco millones de dólares y además poseía una cadena de diarios. ¡La fortuna obviamente corrupta que Evita Perón acumuló no fue nada “humilde”!
(Fuentes consultadas: El Autoritarismo y la Improductividad y Por Qué Crecen los Países, del abogado, periodista y profesor argentino José Ignacio García Hamilton; y Redentores, del historiador mexicano Enrique Krauze).
Pero quizás lo más triste de todo esto es que a través de los años el pueblo argentino ha seguido votando abrumadoramente por el partido peronista y su insostenible “compasión”. Mientras tanto, la inflación sube, la deuda pública se dispara, los inversionistas huyen o no llegan al país, y los argentinos se empobrecen cada vez más. La verdad es que parece ser muy cierto el dicho de que “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”. ¿Será esta también una lección para otros países?
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