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El viejo bipartidismo (Partido Liberación Nacional –PLN– y Partido Unidad Social Cristiana –PUSC–) es parte de una historia política de logros encomiables, como la reforma social de los años 1940, la eliminación del ejército y la modernización institucional del estado social. Paradójicamente, desde la década de 1980 se empeñó en destruir todo lo bueno que había edificado: lo que hizo con la mano “izquierda” lo borró con la mano “derecha”.
Una nueva ciudadanía política, atrevida y sin miedos, irrumpe en el escenario político para ponerle frenos a ese bipartidismo arrasado por el “tsunami” neoliberal. Los hitos sociopolíticos más relevantes corresponden a la lucha del año 2.000 contra el “combo energético” para evitar la privatización del ICE, pasando por el movimiento patriótico anti-TLC y culminando con el glorioso triunfo del movimiento social que impidió la ejecución del decreto presidencial que autorizaba la explotación minera a cielo abierto, en Crucitas de San Carlos.
En esta coyuntura, el PUSC se convirtió en un partido minoritario y el PLN en un partido débil. El partido más fuerte se encuentra, potencialmente, en esa nueva ciudadanía que, aún y cuando no alcanza a articularse orgánicamente para ofrecerse como una alternativa electoral, representa la fuerza social más esperanzadora para enrumbar al país hacia mejores puertos. Sin el protagonismo de esa nueva ciudadanía política, no hay propuesta de proyecto-país ni de partido político alternativo viable.
Esta ciudadanía sabe que tiene que estar por encima de intereses electoralista de corto plazo, para proyectar la nueva Costa Rica, recogiendo lo mejor de su culturas política; es decir, aquella que nos ha permitido logros significativos en equidad y justicia social por las vías democráticas, superando, en buena medida, las vías de hecho y violentas.
Para esta tarea, nos parece que se requiere levantar tres pilares fundamentales. El primero, la reconstrucción del espacio democrático desde criterios éticos y socioculturales, más allá de los jurídico-políticos; de ahí la importancia del fortalecimiento de las redes de poder social para el empoderamiento local, sectorial y asociativo. En este sentido, hay que buscar la convergencia entre parlamentarismo representativo y movimiento social participativo, como acertadamente lo ha planteado el sociólogo José Luis Vega Carballo (Nuestro País, 201-08-22).
El segundo, una apuesta decidida por el remozamiento de la institucionalidad social del país; volver a la educación, la salud y los servicios públicos de calidad. La erradicación de la pobreza, en un país sin ejército y con una importante reserva moral de solidaridad social, es una meta impostergable y, dada esas condiciones, realizable.
Y el tercero, construir la ciudadanía costarricense intercultural para ensanchar los espacios de la convivencia digna, la inclusión social a todos los niveles y el reconocimiento del potencial de la diversidad étnico-cultural para elevar la calidad de vida.
La nueva ciudadanía camina en la dirección apuntada; por eso hay esperanza para que se opere el salto hacia la articulación del partido más fuerte.
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