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Inicialmente decía, ahora que está en juego el mandato presidencial de cada 4 años, que valdría la pena interrogarse sobre la inversión de nuestros valores: ¿Qué lo originó? ¿Cuáles causas están contribuyendo al descalabro, que se basa en el olvido de la solidaridad y el alejamiento del conocimiento de lo propio?
Todo ha comenzado con ese proceso calculado basado en la ansiedad insatisfecha del ser humano, que se manifiesta con la sed de poder e invade nuestra manera de vivir.
Sin duda alguna, el proceso globalizante, desea hacernos creer que nos sitúa en una perspectiva “igualitaria”, pero la conducta consumista propuesta o impuesta a las grandes mayorías desfavorecidas, impide que nuestras individualidades logren colectivizarse.
Las consecuencias robotizantes de esta era electrónica actual, que se apodera de nuestra individualidad primero y de nuestra regionalidad después o a la inversa, nos hace perder nuestra regionalidad y con ella nuestra individualidad. Nos separa del conjunto solidario. El poder material como valor, anda de la mano con una sombra fantasmal, que habita los conscientes y subconscientes y difícilmente podemos enfrentarlo.
Vemos así cómo nuestra Nación dormida es acorralada bajo el deseo momentáneo de superación aparente. Cuando hablamos sobre la pérdida de valores nos preguntamos acaso si la conveniencia material se equipara con la riqueza del conocimiento solidario. Seguimos preguntándonos: ¿Qué se hicieron aquellas mentalidades con el conocimiento en el bolsillo en lugar de bolsillo lleno de dinero?
Tenemos acaso la respuesta con el auge del capitalismo salvaje. ¿Dónde están aquellos cafés con avidez de tertulia, donde se iba a escuchar y a aportar alguna idea para que las charlas se enriquecieran entusiastamente. Todos con esa necesidad de saber y entender, enriqueciéndose en el aprendizaje de algo nuevo: ese algo que no había sido analizado ni entendido en las bibliotecas?
Es bien triste llegar al conocimiento de que nuestros valores se han invertido. ¿Por qué la riqueza material se acomoda en los bolsillos y el conocimiento no tiene espacios? La patria se esconde en los bolsillos, entre las monedas, cuando los valores éticos y nuestra identidad desaparecen.
Aquellas generaciones que iban a las universidades para aprender a mejorarse y mejorar el entorno colectivo, esa enseñanza participativa, que de alguna manera los estatutos orgánicos universitarios esbozaron, peligra si nos olvidamos quiénes somos.
El comportamiento de la crítica y autocrítica por suerte habita en las universidades estatales, que mantienen ese pensamiento estatutario de origen: “ser órganos correctores y forjadores de la política del Estado”.
Pero si los valores se están invirtiendo, también el pensamiento: entonces todas las disciplinas podrían estar cambiando en su esencia.
Los valores intrínsecos podrían no ser tomados en cuenta o simplemente no figuran como tales en la conducta del consumo. Entonces la forma como elemento del diseño estaría remplazando el contenido. Es decir, la forma se tragaría la esencia de las cosas.
Si esto estuviera ocurriendo y no lográramos percatarnos de semejante ignominia, estaríamos entonces asumiendo que nuestro conocimiento actual ha sido robotizado.
Si esto estuviera sucediendo en nuestra querida república nos preguntamos: ¿Cómo es posible que el pensamiento que heredamos de nuestros abuelos, esté por desaparecer?
¿Dónde quedan nuestros primeros pasos? Quizás la pérdida de memoria, ese olvido inculcado sistemáticamente a las generaciones, permita que se ignoren nuestros orígenes.
¿En qué espacio ambiental nos desarrollamos? ¿De qué naturaleza éramos o fueron en ese entonces nuestros antecesores? ¿Qué cosa eran esas generaciones y hacia dónde intentaban orientarse?
Las posibles respuestas a estas interrogantes nos pueden hacer pensar y entender que este auge consumista globalizante, en donde el poder se orienta hacia una funcionalidad técnico práctica que poco beneficia al ser humano como conjunto, no posee una funcionalidad creativa colectiva, es decir que el sueño y la utopía comunitaria ya no tiene espacio.
Este homo sapiens estaría condicionándose hacia una dependencia solitaria. Con esa dependencia va esfumándose su individualidad acompañada, su ansia de prever para mejorar, soñar para armonizar, esa y otras inquietudes que fueron emergiendo en el tiempo de permanencia y le permitían pensar en la equidad como una posible realidad global.
Ante realidades tan adversas como estas, ¿cómo analizar esta involución? Este mundo cada día se nos aleja más y más de nuestras manos que son nuestros ejes conductores irreemplazables. Debemos impedir que la incertidumbre de nuestro futuro maltrate nuestros sentidos e impedir que nuestros ejes conductores, es decir nuestras manos, se roboticen.
Siempre se ha hablado de un antes y un después, todo está en quiénes llegan primero y quiénes desplazan a los primeros. Podríamos pensar en la calidad de los valores de los primeros que llegaron, como también en la calidad de valores de los primeros intrusos.
Intentemos recoger las buenas costumbres que nos enseñaron a comportarnos como hermanos. Llenémonos de memoria, que al final esto sería nuestro dije, nuestra identidad. No creo haber oído en el pasado actos tempranos de sumisión. Esta generación debe cultivar el respeto mutuo y el honor.
Asumiendo un comportamiento propio, retomaremos la enseñanza de la tierra en que habitamos, el significado de nuestros cultivos, el paso por nuestras estaciones y empezaremos a reflexionar sobre qué bases debemos emprender el camino.
El expansionismo impositivo que maltrata nuestro país, obliga a situarse en algún sitio.
Tenemos que nacer de nuevo y en otros territorios mentales, que no sean nuestro planeta tomado, para que nuestra presencia humanizada encuentre un destino armónico con los demás y con lo demás, en donde no exista espacio para las muertes necesarias.
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