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¿Radio UCR o Radio Torre de Marfil?

De mis largos años como estudiante y profesor de esta casa de estudios, podría contar muchas anécdotas. De lo primero, cuando como estudiante en alguna licenciatura el profesor del curso me asignó investigar, junto con otro compañero, un cierto tema. Requisito imprescindible: obtener información primaria en determinado ministerio. Ahora bien, teníamos este compañero y yo una buena relación con otro del curso, alguien de quien sabíamos tenía un puesto importante justamente en ese lugar: lo que llamaríamos un puesto bien ubicado, aunque no tanto como para lo que sucedió. Inmediatamente, le hablamos al compañero para que nos  diera una cita para todo lo necesario.  Su respuesta casi nos hizo caernos de espaldas: nos dijo –con cierto aire impertinente- que debíamos telefonear a SU secretaria para que ella nos diera una… ¡audiencia! (¡Caramba, ni que fueras el ministro mismo!). Mucho después, ya cuando como docente,  por una razón u otra mis obligaciones profesionales me han llevado a ser recibido por rectores, vicerrectores, decanos, directores, miembros del Consejo Universitario y otras altísimas autoridades de la Alma Máter, declaro paladinamente la facilidad y cortesía con que ellos o sus asistentes me han atendido, sin antesalas molestas y sin interrogatorios –por parte de sus asistentes- que me hicieran dudar del lugar en que me encontraba.

De mis largos años como estudiante y profesor de esta casa de estudios, podría contar muchas anécdotas. De lo primero, cuando como estudiante en alguna licenciatura el profesor del curso me asignó investigar, junto con otro compañero, un cierto tema. Requisito imprescindible: obtener información primaria en determinado ministerio. Ahora bien, teníamos este compañero y yo una buena relación con otro del curso, alguien de quien sabíamos tenía un puesto importante justamente en ese lugar: lo que llamaríamos un puesto bien ubicado, aunque no tanto como para lo que sucedió. Inmediatamente, le hablamos al compañero para que nos  diera una cita para todo lo necesario.  Su respuesta casi nos hizo caernos de espaldas: nos dijo –con cierto aire impertinente- que debíamos telefonear a SU secretaria para que ella nos diera una… ¡audiencia! (¡Caramba, ni que fueras el ministro mismo!). Mucho después, ya cuando como docente,  por una razón u otra mis obligaciones profesionales me han llevado a ser recibido por rectores, vicerrectores, decanos, directores, miembros del Consejo Universitario y otras altísimas autoridades de la Alma Máter, declaro paladinamente la facilidad y cortesía con que ellos o sus asistentes me han atendido, sin antesalas molestas y sin interrogatorios –por parte de sus asistentes- que me hicieran dudar del lugar en que me encontraba.
Sirva el preámbulo para referirme a mi reciente experiencia en busca de una simple cita con la directora de Radio UCR, a quien no conozco ni de nombre ni por sus frutos, como reza el conocido dicho.  Lo mismo puedo decir de su secretaria, émula rediviva del mítico Cancerbero, quien ni siquiera se dignó a atenderme personalmente, sino mediante la recepcionista, alegando por teléfono sus “muchas ocupaciones” y tener la agenda “llena” (¡Vaya, ni en los hospitales de la Caja te niegan una cita… aunque sea para dentro de dos años!) Pero vayamos por partes: con la excusa de la inseguridad, tema harto conocido, uno puede entender que ya no es como antaño, cuando uno entraba sin problemas en cualquier lugar y se topaba, de buenas a primeras, con la mismísima persona cuyos servicios se requerían. Lo malo ahora es cuando cualquier funcionario o funcionaria de mandos medios se amuralla ante el público adjudicando a su puesto una importancia que no ve uno ni siquiera en las más altas esferas de la institución. El feo edificio de Radio UCR en sí parece ser el reflejo de quienes lo dirigen: cerrado por todos lados como un cuartel, sin nada que estimule a cruzar su umbral. Detrás del cual se encuentra uno con una recepcionista –muy amable, hay que decirlo- con quien la comunicación se entabla a través del agujero que deja una especie de torre de plástico transparente que bloquea todo intento de ingresar más allá. Y empieza el diálogo kafkiano con la otra, en las alturas de su atalaya,  mediante interpósita persona: que quién soy, que qué quiero, que ni ella (la secretaria) ni la directora pueden atenderme por sus ocupaciones, que envíe un correo electrónico, etc. Inútil explicar que solo vengo a pedir una cita, que no lo he hecho por teléfono ni por correo porque me pareció mejor hacerlo personalmente, que no necesito que la cita sea pronto pero que, por favor, me metan en su agenda porque tengo otras obligaciones que atender, etc. Bueno, sin duda Kafka habría explotado este problema de la comunicación interpersonal con más agudeza que la de mi modesta pluma. Consejo para funcionarios atrincherados en sus escritorios, rodeados de tanta tecnología de punta mal utilizada: lean a Kafka, el genial judío que se salvó de los hornos de Hitler solo por haber muerto en 1924, no así su biblioteca, destruida por los nazis, ni sus tres hermanas, asesinadas en Auschwitz.
A todo esto, traía una información de alcance internacional como profesor ad honórem de un curso universitario, información que, dicho sea de paso, se avenía como anillo al dedo  para una radioemisora que tiene como razón de ser lo cultural. Duda cartesiana: de haber tocado la puerta de otra emisora, de las mil populacheras que hay, ¿me habría ido mejor?
Tal como lo viví lo he contado. Saque cada lector sus conclusiones.

  • Hugo Mora Poltronieri (Profesor)
  • Opinión
Hitler
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