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El debate sobre el ser y la existencia es de larga data: somos seres humanos y por tanto con derechos y dignidad que proviene de la propia condición de haber sido engendrados. Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia identidad, la cual ha de respetarse en cualquier circunstancia de vida. Hemos construido nuestra propia historia, a pesar del libre albedrío- sea la responsabilidad que asumimos por nuestros actos- quizá en un grado menor a como nos la construyen las circunstancias: somos el resultado de los caminos que nos ha correspondido transitar desde el momento de la concepción.
Somos seres vulnerables, pero en múltiples ocasiones pasamos a un estado de mayor fragilidad: es decir, somos más propensos a ser víctimas de un riesgo o de un abuso. Cuando nos enfermamos nos convertimos en un ser más vulnerable y, aún más aquella persona que, por una u otra circunstancia, ha perdido temporal o permanentemente el nivel de conciencia y, por ende, el de decidir por sí misma.
La gran responsabilidad de las personas que estudian o trabajan en sistemas de atención de la salud es que precisamente lo hacen con seres vulnerables; con personas que confían en el principio de que quien los atiende no solo conoce de la técnica para atender su dolencia, sino que posee un alto grado de compasión, asunto que lo obliga a entender desde su óptica el sufrimiento del otro. El alivio físico muchas veces comienza con el buen trato, una adecuada comunicación y el reconocimiento de ese ser único y autónomo que enfrenta un problema de salud. Las personas de los servicios de atención de salud (clínicas, hospitales, comunitarios, etc.), sea que trabajen en ellos o estudien, han de ser conscientes de que no tratan enfermedades, sino que asisten a seres humanos con algún tipo de padecimiento. La máxima kantiana es que los seres humanos somos fines en sí mismos, y no medios para que otros cumplan sus fines; elemento esencial de la ética del desempeño.
Nuestra legislación ha sido cuidadosa en la protección de los derechos de los habitantes de la República ante los servicios públicos y privados de la salud. Entre estos, se ha esmerado en demandar que se respete el derecho a la imagen y en delimitar en qué circunstancias una imagen puede o no ser publicada: nunca sin el consentimiento expreso de la persona, excepto que se trate de actos públicos o que la publicación esté basada en la notoriedad de los individuos.
Publicar imágenes de pacientes por cualquier medio, sin su consentimiento, e incluso con apostillas sobre su estado de salud, es un hecho antiético de irrespeto a ese ser único e irrepetible que somos cada uno de nosotros. Hacerlo es no haber comprendido la responsabilidad que tenemos ante nuestros semejantes.
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