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A raíz de la muerte de Eric Hobsbawm, les presentamos un artículo que hace un recorrido por la extensa obra de este historiador marxista, quien mantuvo su coherencia política hasta el último día de su vida
El pasado 1° de octubre murió el historiador británico Eric J. Hobsbawm. Esta es una gran pérdida para los historiadores del mundo entero, para cualquier practicante de Ciencia Sociales preocupado por utilizar la Historia como herramienta para el entendimiento de la sociedad y para aquellos que la piensan también como una disciplina fundamental para transformar el presente.
Su desaparición física ha sido sentida en todas partes; como me respondió a las condolencias que le enviamos a la British Academy for the Humanities and Social Sciences el Dr. Robin Jackson, Director Ejecutivo y Secretario de esa Academia (de la que Hobsbawm era miembro) para quien la muerte de “El profesor Hobsbawm es de hecho una gran pérdida que será ampliamente lamentada”. Pero su partida también sirve para inspeccionar y sentir felicidad por su larga vida y su fundamental contribución a la Historia.
Hobsbawm nació en Alejandría en 1917, de padres judíos, cuando el imperio británico todavía dominaba territorialmente muchas regiones de África y Asia. Se puede decir, siguiendo el concepto de corto siglo XX que luego Hobsbawm construiría a mediados de la década de 1990, que él nació junto con el siglo. Según su propia autobiografía (publicada en el 2002 con el título Interesting Times), Hobsbawm se percató muy temprano de que su campo sería la Historia.
Hijo del siglo XX, supo mirar las experiencias a su alrededor y las documentó para sí y luego las interpretó para beneficio de la disciplina. En esa autobiografía afirmó: “He vivido a través de casi todo el siglo más extraordinario y terrible en la historia humana. He vivido en unos cuantos países y visto algo de muchos otros en tres continentes. Puede que no haya dejado una marca observable en el mundo en el curso de esta larga vida, aunque he dejado una buena cantidad de marcas impresas en papel, pero desde que tomé conciencia de ser historiador a los 16 años, he visto y escuchado la mayoría de cosas y he tratado de entender la historia de la época que me tocó vivir”.
Y como hijo del siglo XX, instalado en Europa, Hobsbawm experimentó de cerca retazos de los peores días que vivió la historia de aquel continente. Luego de vivir en Viena hacia finales de la década de 1920 e inicios de la de 1930, se desplazó con su hermana a vivir con su tío en Berlín (sus padres ya habían muerto), en donde, según él, pasó de la teoría política a la práctica, al convertirse en comunista en 1932 (cuando tenía 15 años) y unirse al Sozialistischer Schülerbund.
Un año después, pudo leer en los titulares del periódico, a la vuelta a su casa de la escuela, que Hitler había sido elegido canciller. Su familia escapó entonces del infierno en que se convertiría Alemania para los judíos y se instalaron en Londres, donde un joven Hobsbawm leyó todo lo que pudo sobre marxismo, asistió al King’s College en Cambridge, participó en la Segunda Guerra Mundial y obtuvo su doctorado en Historia en 1949 con una tesis titulada “Fabianism and the Fabians, 1884-1914”.
LA HISTORIA DESDE EL MARXISMO
Según lo que relata Hobsbawm en su autobiografía, la Inglaterra de la década de 1930 era uno de esos raros lugares en que se comenzó a forjar un grupo de historiadores interesados en estudiar la Historia desde el marxismo. Allí ondeaban la bandera del materialismo histórico intelectuales como Maurice Dobb, Erick Roll, H. W. Dickinson y John Strachey, que aunque no eran historiadores sí tendrían influencia sobre la historia que haría la generación de Hobsbawm.
El más influyente de esos intelectuales entre los jóvenes que se harían historiadores sería, decisivamente, Dobb, con su libro Studies in the Development of Capitalism. Hobsbawm, durante sus estudios y militancia política, tuvo contacto con ellos y otros talentosos estudiantes de historia que se unieron, como él, al Partido Comunista de Gran Bretaña. Según un artículo que Hobsbawm publicó en 1978 en un libro de ensayos en honor del historiador marxista A. L. Morton, hacia 1938-1939 se comenzó a reunir en la Marx House y en Balliol un grupo de historiadores convocados por Morton y el Partido Comunista, para discutir una nueva edición del libro A People’s History of England (1938) del mismo Morton.
En 1946, al acabar la guerra, el grupo de historiadores que se había organizado alrededor del Partido Comunista se volvió a reunir. Allí se juntarían figuras memorables para la historiografía británica y ejes fundamentales de la historia social que, con ellos, vería la luz: Rodney Hilton (1916-2002), Christopher Hill (1912-2003), E. P. Thompson (1924-1993) y Dona Torr (1883-1957). Ellos modelarían uno de los grupos más influyentes en la disciplina histórica del siglo XX hasta hoy: el grupo de historiadores marxistas británicos.
Ellos vivieron su trabajo de historiadores con una profunda pasión y con una potente creencia en que con sus investigaciones estaban contribuyendo a cambiar el mundo. Así lo diría Hobsbawm a finales de la década de 1970:
“La historia, como el amor, es algo de lo que todos pensamos que sabemos algo cuando alcanzamos una cierta edad. Más aún, la historia es un valioso componente del movimiento obrero, ya que su tradición ideológica y su continuidad descansan en gran medida en la memoria colectiva de las viejas luchas. La historia es el corazón del marxismo, aunque algunas corrientes marxistas recientes parecen opinar lo contrario. Para nosotros, y para el Partido, la historia —el desarrollo del capitalismo hasta su etapa presente, especialmente en nuestro país, que el propio Marx había estudiado— incluía de modo preferente nuestras luchas y garantizaba nuestra victoria final. Algunos de nosotros incluso sentíamos que la historia nos había reclutado individualmente. ¿Donde estaríamos, qué habría sido de nosotros como intelectuales, si no hubiéramos tenido en nuestra juventud la experiencia de la guerra, de la revolución y la depresión, del fascismo y el antifascismo? Nuestro trabajo como historiadores estaba por ello enraizado en nuestro trabajo como marxistas, que para nosotros pasaba necesariamente por pertenecer al Partido Comunista. Era inseparable de nuestro compromiso político y de nuestra actividad”.
Destacados todos ellos en sus campos de especialización, enfrentaron con fuerza la visión histórica que ponía acento en las “grandes” personas y se atrincheraron en una disciplina que propuso rescatar la historia de los de abajo, de los subalternos, de los trabajadores y marginados. De ese grupo, probablemente el historiador más teórico fue Thompson —especialmente en lo que se refiere a la tensa relación entre la historia y el estructuralismo—, pero Hobsbawm fue el más universal en términos de sus análisis de la historia del mundo moderno y contemporáneo. Marxistas todos, no fueron para nada dogmáticos y su aporte llevó incluso a cambiar la manera en que el marxismo era entendido y utilizado por los historiadores en sus investigaciones.
Es cierto que el grupo se comenzó a desbandar al ser expulsados algunos miembros y otros dejar por su voluntad el Partido Comunista entre 1956 y 1957, ante la manera en que el Partido reaccionó al informe de Khrushchev al XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, pero su contribución siguió siempre vinculada al marxismo. Hobsbawm nunca dejaría el Partido.
Defensor de la Historia, Hobsbawm, por supuesto, se constituyó en un guía para múltiples generaciones de historiadores latinoamericanos desde por lo menos la década de 1970, aunque su influencia más visible se denota a partir de la década de 1980. A la difusión de su obra por el continente americano contribuyó el que la mayoría de trabajos de Hobsbawm se traducirían y publicarían en español.
Así, después de estudiar la sociedad fabiana en su tesis doctoral, Hobsbawm editó un libro con fuentes sobre historia laboral. Pero su impronta teórico-metodológica comenzaría a marcarse con su Rebeldes Primitivos (aparecido por primera vez en 1959), un estudio sobre formas “arcaicas” de organización de los movimientos sociales. Algo de eso fue retomado con el libro El Capitán Swing (1969) que escribió junto con George Rudé y en sus trabajos que serían reunidos en sus libros Revolucionarios (1973) y El Mundo del Trabajo (1984). Pero, al respecto, el trabajo que más influencia tendría en historiadores sociales de América Latina sería su libro Bandidos (1969) que propició el análisis de lo que él llamó el “bandolerismo social”.
A la par de esos estudios, Hobsbawm emprendió un abordaje de la historia del mundo que se convertiría en una tetralogía que inició con La Era de las Revoluciones (1962), continuó con La Era del Capital (1975) y La Era del Imperio (1987) y finalizó con la Era de los Extremos (1994, traducida al español con el lamentable título: Historia del Siglo XX).
En la década de 1980 y en la década de 1990, Hobsbawm volvería a renovar los estudios históricos, esta vez los del poder, al publicar sus valiosos libros La Invención de la Tradición (1983, editado junto con Terence Ranger) y Naciones y Nacionalismo desde 1789 (1990). Esos trabajos dieron a los llamados estudios “invencionistas” de la nación dos conceptos fundamentales de su teoría: el de protonacionalismo popular y el de las tradiciones inventadas. Además, Hobsbawm seguiría publicando sobre marxismo y teoría de la historia. De esos y otros de sus textos, aprendimos a pensar la historia de forma muy diferente y, en ese sentido, su aporte a la renovación de nuestro propio entendimiento de la historia de Costa Rica, al utilizar su instrumental, está todavía por ser valorado, pero su influencia es innegable.
Convencido marxista hasta el final de su vida, fue un incansable analista del presente y sus transformaciones. Sus últimos libros evidenciaron intentos por denotar hacia dónde iría el rumbo de la humanidad, los peligros del imperialismo y los males de la globalización y el peso de las estructuras del pasado en ese camino. No hace sino apenas un año que publicó un libro en que recuperó a Marx, como si la vida lo premiara por su militancia con la Historia y el marxismo, y lo restregó en la cara de los neoliberales que no entendían la crisis que habían producido; su título habla de su contenido: Cómo cambiar el mundo: Marx y el marxismo 1840-2011. ¡Vaya activa vida académica! Cuando Perry Anderson comentó para el London Review of Books sus Interesting Times, cerró diciendo que la vitalidad de su autor había desafiado los años. Su obra lo seguirá haciendo y seguirá siendo central para cualquiera que quiera encontrar una combinación de crítica, compromiso con la disciplina histórica y talento al escribir. El mejor homenaje que le podemos hacer es leerlo y releerlo.
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