Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
Se ha desatado de nuevo la ira de los creyentes. El escritor Alexánder Obando suele referirse a los comentarios al pie de los artículos del diario La Nación mediante el recurso a una metáfora hípica: ¡se desató el hipódromo! Dado que, en lo tocante a la religión, en nuestro país se sube el tono, y a los creyentes les sobra ímpetu para ir de desmán en tropelía, de tropelía en insulto, y de insulto en confusión argumentativa rayana en odio, yo prefiero hablar de una versión criolla de la guerra santa: la yihad costarricense.
En esta ocasión, la santa ira fue atizada por un texto intitulado «Y Amén«, cuyo autor, el actual Ministro de Educación, Leonardo Garnier, publicó en su página web en el año 2004. A su autor se le espeta lo usual: un simple mortal se burla de los misterios infinitos de la divinidad. Pero ¡ay! Le tocará su hora, cuando sea echado, por blasfemo, del Reino de los Cielos hacia el lugar de las tinieblas, donde, según el Evangelio de Mateo, “será el llanto y el rechinar de dientes” (8:12). Los creyentes, como siempre, no desperdician ni una sola ocasión para demostrar su amor al prójimo.
Telenoticias, así, se apresuró a informar que «una publicación del ministro Garnier levanta polémica en la Iglesia Católica«. En la nota se citan tremendas frases blasfemas del ministro (“Danos hoy nuestro pan de cada día. Bonita cosa: ¡pan! […] Y nos venís con pan… ni siquiera pan con mantequilla, o un poco de queso tierno”) y se le da tribuna libre al sacerdote Sixto Varela, para quien burlarse del Padre Nuestro es una gran afrenta, sobre todo viniendo de quien viene: del Ministro de Educación. Se trata, según el razonamiento del sacerdote, de un jerarca del gobierno de un país esencialmente cristiano, así que todos los demás callados.
Por su parte, el ministro ha ofrecido disculpas, mediante el recurso a argucias literarias: el texto no es de opinión, tal como lo atestigua la sección (“cuentos”) en la cual fue destinado. Y, desde luego, la ficción le permite a uno desembarazarse de la intencionalidad de los textos, porque podría tratarse en el texto de un personaje que expresa frustración, o de “la desesperanza de un personaje”, como aclara Garnier en su retractación, “que busca mostrar esa sensación que muchas veces invade la vida de la gente y los arroja a una reacción como la que ahí se narra.” El incidente ha traído como consecuencia el que recientemente 22 diputados firmaran una moción de censura contra el texto del ministro.
Este nuevo alboroto, en un país que vive de escándalos semanales que no llegan a más, se presta para varias reflexiones. En primer lugar, son notables dos cosas: Una es que el ministro ha mostrado una celeridad sin precedentes para aclarar que no ha pretendido ofender la intangible fe de los creyentes; celeridad que, con todo, no ha tenido para con los serios cuestionamientos que se le han hecho de tráfico de influencias. Asunto, creo yo, mucho más insultante, por concreto y terrenal. Además, el ministro que insiste cada vez que puede en sus posturas «subversivas» y «progresistas» se postra, raudo, ante el fundamentalismo religioso del país. Otra cosa que descuella es la preocupante semejanza entre el celo religioso de los creyentes del país y los talibanes. A decir verdad, produce inquietud el férreo ascenso del fundamentalismo religioso en el país que suele mezclarse, desafortunadamente como acaece en los gobiernos teocráticos, con los asuntos políticos de la vida nacional. A estas alturas del siglo XXI, Costa Rica aún no muestra una clara fisonomía republicana. Dicho de otra forma, en Costa Rica no está permitido que un jerarca del Estado no sea religioso.
A mí, por último, lo que más me preocupa es la confusión, cautelosamente solapada, de la tolerancia con el silencio, es decir, la paulatina instauración de una ley no escrita contra la blasfemia. A quienes no comulgamos con iglesias ni divinidades también nos insulta la creencia de que el cristianismo se ha extendido por el planeta por obra del Espíritu Santo, y no mediante espada, sangre, muerte, conquista, persecución, anticiencia, imperio y terror. Pero en contraposición con los creyentes, nosotros tenemos las pruebas históricas de nuestro lado. Y he ahí la diferencia que hace toda la diferencia: aquella distinción entre el conocimiento y la superstición, sin la cual no es posible forjar sociedades libres y maduras.
Este documento no posee notas.