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“La Civilización del Espectáculo” es la más reciente obra publicada por el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Dicho texto es un exquisito ensayo en donde el autor analiza la sociedad global actual (a la que llama “Civilización del Espectáculo”) y enumera una serie de inconsistencias, yerros y pingües vacíos culturales en la vida actual del ser humano, en donde para muchos leer una revista de chismes es más valioso que leer una obra de Borges.
Sobre la política, dice Vargas Llosa: “En la civilización del espectáculo la política ha experimentado una banalización acaso tan pronunciada como la literatura, el cine y las artes plásticas, lo que significa que en ella la publicidad y sus eslóganes, lugares comunes, frivolidades, modas y tics, ocupan casi enteramente el quehacer antes dedicado a razones, programas, ideas y doctrinas. El político de nuestros días, si quiere conservar su popularidad, está obligado a dar una atención primordial al gesto y a la forma, que importan más que sus valores, convicciones y principios. Cuidar de las arrugas, la calvicie, las canas, el tamaño de la nariz y el brillo de la dentadura, así como del atuendo, vale tanto, y a veces más, que explicar lo que el político se propone hacer o deshacer a la hora de gobernar.”(Vargas Llosa, 2012, p. 14)
Lo anterior no es ajeno al presente de Costa Rica. A decir verdad tiene una relación directa con lo que estamos viviendo hoy, cuando se sienten ya muy próximos tanto los aires navideños como los suspiros electorales.
Verbigracia, se sabe que políticos costarricenses contratan publicistas para que manejen su “imagen”, e incluso uno de ellos ha contratado a un famoso publicista español para que conduzca su campaña electoral. Quizá a ello se deba que algunos de nuestros políticos se muestren ante la población con una imagen remozada y en algunas ocasiones al lado de distintos personajes de amplia popularidad.
Esta situación no es del todo censurable, pero sí nos debe mantener atentos. Como Nación Democrática nunca debemos perder de vista que la política bien entendida y aplicada tiene poco que ver con la publicidad, con las sonrisas brillantes o con la exhibición al lado de figuras mediáticas. El verdadero político debe dedicarse a eliminar los problemas y a idear formas para que no surjan de nuevo. Debe intentar hacer sonreír a los pobres y no fingir sonrisas propias. Debe aspirar ser un estadista y evitar convertirse en un politicastro. Debe ser un personaje por sí mismo y no valerse de otros para figurar y ganar adeptos. Debe, en resumidas cuentas, proponer ideas y preocuparse en última instancia por cómo luce su atuendo.
De cara a las próximas elecciones, tanto en las internas de los partidos políticos como en las nacionales, nosotros los electores no tenemos que conformarnos con una lluvia de publicidad de liviano contenido. Más bien, estamos en la obligación de exigir la discusión seria entre los candidatos sobre los problemas del país, así como la presencia de propuestas de verosímil posibilidad de cumplimiento.
Un politicastro con un buen publicista es a la Democracia lo que el viento y la lluvia son al metal. Tengamos eso claro.
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