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Por una policía universitaria desarmada

Una policía civilista, realmente civilista, es aquella que previene más de lo que reprime, acompaña más de lo que persigue, en fin, esa que cuida para no castigar. Y una policía universitaria ha de ser la más civilista de todas.

Una policía civilista, realmente civilista, es aquella que previene más de lo que reprime, acompaña más de lo que persigue, en fin, esa que cuida para no castigar. Y una policía universitaria ha de ser la más civilista de todas.
Nunca debe olvidarse que universidad refiere a universalismo. A inclusión, no a exclusión, sea: a civilidad. Pascal sostenía que “todo error proviene siempre de una exclusión”. Y el garrote, se use o no, siempre es renuncia a la civilidad, siempre es exclusión de racionalidad.
La Universidad de Costa Rica no es marciana. Se fundó aquí y sigue aquí, ahora. Al principio sus campus no necesitaron cercas y los “guardas” seguramente eran pocos. Hoy su paisaje lo adornan cámaras, controles de paso, rejas, ofendículas y hasta guardas armados.
La Universidad, claro está, se encuentra inmersa en una realidad punzante que algunos presumen riesgosa, amenazante y hasta peligrosa.
Sin embargo, me pregunto y repregunto, si es legítimo afear el paisaje universitario con armas. Pienso que no. Nadie, absolutamente nadie, debiera ingresar al campus con armas, salvo emergencia de gravedad comprobada. Las armas invitan armas. Eso lo sabemos bien.
En resumen, los “policías” universitarios, que en realidad son simples “guardas” si se repara en su preparación, no debieran portar armas. Estas debieran depositarse fuera del campus, en un número mínimo y estudiado. Por cierto, bajo custodia de un jefe con suficiente discernimiento para enviar a un contingente armado en casos muy calificados y solo como última ratio.
No veo legítimo, bajo ningún supuesto, que los guardas se acerquen a los estudiantes armados, tampoco a los profesores. Insisto, debiera prohibirse expresamente que se entre al campus con armas. Sea quien sea. El mensaje emitido con armas a la vista es de incivilidad y  eleva la violencia a argumento de fachada.
Si se sigue la línea semiótica, cuando un agente universitario armado “solicita” una conducta debida con un arma al cinto, en el fondo amenaza. Es así, pero no debiera ser. No en la universidad, no al menos en esta Universidad.
¿Que en caso de emergencia podrían necesitarse armas? –Podría alegar alguno jugando de avispado-. Pues que se disponga un operativo de rápida respuesta para que en tal caso aislado, se movilicen las armas. Si no hay capacidad para esa movilización oportuna, entonces menos aún para portar armas permanentemente.
¿Acaso alguien se ha preocupado por la disposición psicológica para portar armas de los agentes de seguridad universitarios? ¿Estarán bien preparados, teórica y prácticamente, para el manejo de la amenaza armada? ¿Alguien les habrá inducido o prevenido sobre su orientación preventiva y facilitadora, no represiva sobre todo? ¿Alguna autoridad les habrá comentado su responsabilidad legal por la posición de garantes que ocupan en el entramado jurídico-administrativo? ¿O sobre sus limitaciones no solo estatutarias sino legales y, sobre todo, constitucionales? ¿Habrán sus superiores –y me refiero a las máximas autoridades universitarias y no solo a jefaturas de llanura- reparado en aquellos estudios de insistente cita en que especialistas del comportamiento humano ratifican que el sujeto con un arma al cinto sufre una metamorfosis inconsciente que le altera el habla y hasta el modo de andar? ¿Se habrá preocupado alguna autoridad académica sobre estos problemas? ¿Se habrá ocupado algún rector, concejal o asambleísta de este tema tan ingente, pero sobre todo, tan implicante?
Más allá de los abusos que no pocos universitarios hemos denunciado oportunamente, que ya trascienden lo coyuntural y se inscriben como costumbre -no de todos, pero sí de repitentes guardas armados-,  se impone el sentido común y el espíritu civilista que obliga a las nuevas autoridades a revisar críticamente y reformar urgentemente.
Un rector que es psicólogo, un vicerrector que es sociólogo, y otros ad láteres del primero, entienden bien de lo que se trata. Lo que realmente está en juego. Y seguro intuirán su posición frente a la historia si, igual que don Pepe -bien aconsejado por Cardona en su momento, hay que decirlo-, borran las armas del mapa.
¿Qué esperamos para fundar el primer campus libre de armas?

  • Pablo Barahona Kruger (Abogado)
  • Opinión
Violence
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