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Recibo en una cuenta de correo personal un mensaje cursado por Rocío Marín quien reacciona a mi artículo “El periódico del Rector” (Universidad n°1966) haciéndome dos apostillas: que la actual Directora del semanario fue nombrada por la administración Macaya y no por la de Yamileth González. Y que no hay que juzgar a priori al periodista M. Herrera por realizar sus primeras armas en La Nación. El correo no es cordial. Tampoco agresivo. Le contesto que si lee con atención advertirá que escribo “administraciones”, en plural, y ello comprende la del rector Macaya. En efecto, Laura Martínez fue nombrada en los últimos días de esa administración y corroborada dos veces por la rectora González. Y que no juzgo al periodista Herrera para nada. Señalo que si no se blinda el cargo (un punto institucional) que asumirá en enero próximo, quedará al arbitrio de lo que, bien o mal, dispongan sus jefes. Para mí, es el asunto de fondo. No se trata principalmente de personas, aunque las incluya. Mi correo es amable. La señora Marín parece interesada en el tema.
En minutos llega un nuevo correo. Esta vez Marín incluye fórmulas protocolarias, pero pasa a la agresión: a) escribo manipulando la información; b) lo hago porque admiro a Laura Martínez; c) no le doy beneficio de la duda a la administración Jensen que “apenas empieza”. Termina con un llamado “… no deje que lo cegue (sic) la evidente admiración que siente por Laura Martínez, porque en este y otros artículos eso lo deja mal parado, dele (sic) el beneficio de la duda a la administración Jensen (…) y sobre todo a Mauricio Herrera”. Le contesto, guardando las formas, pero divertido, que siento que su asunto versa más sobre mi persona que sobre mis opiniones y que soy tan mal tipo que no veo ninguna necesidad de hablar con un bicho así, este HG que ella traza. “Es disgustante”, afirmo, “Yo no conversaría con él”.
La señora Marín, advertida, habla con HG y se disgusta. Su último correo se agota en una línea: “Ya entendí, una mortal como yo no debió atreverse a contradecirlo. Como decía mi abuela, ahí perdone”. O sea que al manipulador, malparado, prejuicioso y cegado le tiraron encima a la abuela. Le hago un correo largo, pensando en la abuelita, en el que explico razones conceptuales que tengo para criticar lo que viene ocurriendo y podría ocurrir con el periódico. Inicio así: ‘Le sigo teniendo buena voluntad y le deseo lo mejor. Todos somos mortales y desde luego todos nos equivocamos.” Deseo aclararle mi posición en el intercambio en que ella me hace reclamos. En la mitad del correo incluyo una apreciación (que nadie me ha solicitado). Resumo: un buen procedimiento para cesar a la periodista Martínez habría sido conversar con ella y su equipo, explicar que su ciclo lucía agotado, y que ella sería separada. Solicitarle su renuncia respetando sus derechos e indicarle que se configuraría un proyecto para blindar a los medios universitarios de la intervención de autoridades pasajeras. El punto coincide con declaraciones del Dr. Jensen. De ser institucionalmente factible, ofrecer a Martínez un espacio en la UCR para aprovechar su capacidad. En un medio pequeño y mezquino podría dificultársele el empleo tras dirigir el semanario. Lo veo también como reconocimiento a su trabajo. Ella lo ha hecho bien. No merece ser castigada. Nadie pierde por reconocer sus méritos y los de su equipo.
Añado que se siguió otra ruta y que algunos elementos de esa otra trocha se conocen porque se hicieron públicos. Quizás el camino erróneo se siguió al subestimar el apoyo ganado por el semanario entre una minoría de universitarios y en el país. El periódico tiene una trayectoria. La trayectoria es la importante, no Laura Martínez u otro nombre.
Casi al final, escribo: “En esta polémica he elegido libremente el bando de quienes van a perder y poco pueden hacer para evitarlo.” Ahora, estos que como periodistas están destinados a perder podrían hacer ganar, y mucho, a la UCR, si la rectoría actual resuelve, desde esta controversia, respaldar un proyecto que libere a los medios universitarios de información de autoridades personales. La medida sería una punta de lanza para promover los derechos profesionales de los periodistas en el país. Es el tema del sesgo de la información periodística por la línea (propiedad) editorial/empresarial. La cuestión sería ganancia para todos. Y las abuelitas, entre las primeras, reirían contentas.
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